Necesito ser valiente para crear algo distinto. Se requiere
coraje para ser uno mismo, para mantenerse firme y a la vez, no encasillarse en
la defensa de ninguna postura.
Veo la apremiante necesidad de cambio, pero todavía no me he
soltado del todo.
Me siento solo, he llegado al punto de darme cuenta de que
nadie va a venir a ayudarme. Ni siquiera mi mente -que es la mente de la
humanidad entera -puede sacarme de esta. Ya no me valen sus soluciones
teóricas, ya no quiero sacar más conclusiones, emitir más juicios ni perseguir
más objetivos.
De hecho, ningún deseo me llena. Ninguna búsqueda material o
espiritual me motiva; no quiero seguir buscando.
¡Quiero hacer algo distinto! No quiero convertirme en un
negociante. Aquí todo es un negocio. Consideramos a la naturaleza como un
producto de explotación y del mismo modo tratamos a las personas. Negociamos
con billetes y con sentimientos; todo es un intercambio en el que lo más importante
es obtener beneficios. No quiero hacer nada para obtener beneficios.
Pero claro que quiero actuar. Claro que quiero, es solo que
quiero dedicar mis energías a algo diferente, a algo que sea beneficioso para
mí y para los demás, dedicarme a algo que ayude a crear vida, no a destruirla o
encarcelarla.
¿Pero cómo llegarás a fin de mes? ¿Dónde vivirás? ¿De qué te
alimentarás?
No lo sé, pero no me preocupa en absoluto. No tengo miedo a
no poder sobrevivir. Es verdad y siento que tengo que ser sincero al respecto:
No tengo miedo a no poder comprar comida o pagar una factura.
No tengo miedo porque de algún modo, siento que vivir de un
modo distinto es posible. Siento que no es necesario trabajar por el miedo a no
poder subsistir. Siento que es posible trabajar y actuar de un modo creativo,
por la simple alegría de hacerlo. Y eso es lo que quiero hacer, lo que sea que
haga, me da igual que sea escribir, barrer suelos, cosechar fruta, correr o
lavar platos. Lo que no quiero es hacerlo esperando tener una recompensa.
Renuncio a formar parte de ningún negocio.
Y no estoy diciendo que por pensar de esa manera soy mejor o
peor que nadie; no estoy diciendo que yo estoy haciendo lo correcto y que los
demás se equivocan. Lo que quiero es poner de manifiesto que un modo de vida
distinto es posible; que se puede vivir sin ambición, sin temor, sin presión. Y
desde luego, si yo no soy lo suficientemente valiente para hacer lo que siento,
nadie lo va a hacer por mí.
Para eso, necesito ser valiente. Porque la sinceridad requiere
valentía, y cuando eres sincero de verdad, también eres completamente
vulnerable. Sin embargo, esto tampoco me incomoda. Nunca he sido un tipo duro,
nunca he disfrutado de esconderme tras alguna máscara y nunca he tenido éxito
en intentar ser algo que no soy. Me siento a gusto caminando con el corazón al
descubierto, latiendo a la vista de todos.
Todo esto que he dicho me ha hecho recordar un pequeño y en
apariencia insignificante evento que tuvo lugar hace un par de semanas:
Era ya muy tarde y yo no podía dormir, así que decidí salir
a dar un paseo, y por una avenida poco transitada observé caminar a una pareja.
Él la sostenía del brazo y ella contraía el rostro para disimular el claro
dolor que sentía. ¿El motivo de su sufrimiento? Los astronómicos tacones que
llevaba. Sus zapatos eran dos elevadas agujas que torturaban sus pies.
Me empapé del sufrimiento de aquella chica y vi con suma
sencillez que lo único que tenía que hacer para dejar de sufrir, era quitarse
los tacones, tan solo eso. Pero por supuesto que ella no se los quitó y siguió
avanzando como podía.
Lo que descubrí esa noche fue que la mayoría de nosotros
estamos caminando igual que esa muchacha, adoloridos e incómodos; pero la
mayoría nos empeñamos en continuar el sendero con el mismo calzado; quizás por
costumbre, tal vez por miedo, o porque esos tacones sean lo único que
conozcamos. Pero si no nos los quitamos, nunca sabremos si otra manera de andar
es posible.
No hay comentarios:
Publicar un comentario