Para mí, el optimismo (al igual que el pesimismo) es un
simple engaño; un cuento para no afrontar la realidad.
El optimismo se basa en ver el vaso siempre medio lleno,
pero, ¿Por qué el puñetero vaso siempre tiene que estar lleno? ¿Qué ocurre si apenas le
quedan dos sorbitos? ¿Nos guiñamos un ojo y decimos que está rebosante?
Yo siempre quería ser optimista, pensar en positivo y
mantener la esperanza de que la vida, aún en los tiempos difíciles, de un modo
u otro, siempre iba a mejorar.
Sin embargo, hay veces en las que no te puedes mirar a la
cara y decir que todo va a salir bien; hay veces en las que simplemente las
cosas no van bien, así de sencillo. ¿Para qué inventarte una historia con final
feliz? Entonces la felicidad deja de ser algo auténtico y pasa a convertirse en
eso, una simple historia.
También está de moda lo del pensamiento positivo y la
repetición de frases o mantras cuando alguna dificultad azota tu rutina. Te
venden aquello de que la vida es demasiado corta para amargarte y que siempre
hay un motivo para sonreír. Pero, ¿Y si no lo encuentras?
Con todo esto no quiero decir que mandemos todo al carajo y
nos vayamos a un rinconcito a deprimirnos. A lo que me refiero es que hemos
llegado a un punto en el que rechazamos a las llamadas emociones negativas sin
siquiera entenderlas.
Nuestra reacción automática a la tristeza es el escape;
encender algún dispositivo electrónico (de los muchos que se tienen al
alcance), hacer deporte, abrir un libro, llamar a un amigo o lo que sea que se
te ocurra.
Yo, como persona que disfrutaba de definirse por su
entusiasmo y energía, huía de la tristeza con la mayor rapidez posible. Le
ponía parches al descontento, ya sea evadiéndolo por completo o convenciéndome
de que no tenía motivos para experimentarlo; todo para volver a mi preciado
rincón de alegría.
Hasta que me cansé de poner parches y negar lo que sentía.
Porque descubrí que si la vida es demasiado corta para amargarse, lo es aún más
para vivirla con risas forzadas.
Así, cuando la tristeza, la envidia o el miedo llamaban a mi
puerta, comencé a invitarlos a pasar y acomodarse en mi interior. Así, logré
entender que esas llamadas emociones negativas, en realidad eran de tremenda importancia,
ya que son alertas que se accionan cuando algo no está fluyendo de manera
natural, avisos que te notifican alguna clase de atasco en el sendero vital. Por
tanto, en lugar de escapar de ellas, considero que es necesario afrontarlas,
mirarles de frente, aceptar su presencia y ver por qué se producen.
Pero quizás, lo más importante que descubrí, fue que las
emociones negativas, no lo son en absoluto, tan solo son emociones. La vida es movimiento, el cual es
literalmente, emoción. ¿Por qué
pretender sentir solo una parte del espectro entero?
Sin embargo, lo más común es, o bien rechazar lo que
sientes, o identificarte con ello. Por eso yo me definía como una persona feliz
e intentaba rechazar esos momentos en los que no lo era; del mismo modo en que
otro se puede definir como celoso o egoísta, y de esa manera, argumentando que
esas emociones/actitudes son parte de su personalidad, justificarlas y
mantenerlas.
No obstante, cuando no intentas aferrarte a las emociones,
ya sea identificándote con ellas o rechazándolas; cuando te limitas a
experimentarlas, todas ellas, nacen, se manifiestan y mueren.
Cuando se produce esa muerte, cuando vives la experiencia de
una emoción de manera completa, entonces tienes libertad para experimentar algo
nuevo en su totalidad; mientras que si te aferras a ella, tus acciones
siguientes quedarán condicionadas por aquello que experimentaste en el pasado.
No quiero hacerlo más complicado de lo que es, porque, al
menos en este momento (que es todo lo que cuenta) lo veo simple:
Veo que lo importante no es ser optimista o pesimista, sino
ser capaz de observar lo que nos ocurre sin distorsiones, sin excusas. Si estás
triste, aceptarlo; si tienes miedo, reconocerlo. Veo la importancia de
investigar las emociones en lugar de reprimirlas o exaltarlas, descubrir por
qué surgen, o por qué algunas se niegan a marcharse.
Investigar, preguntarse si la emoción es pensamiento, o si
es algo distinto, si es una causa o una consecuencia. Ser curioso, no sacar
conclusiones, porque toda conclusión es el fin del aprendizaje.
En teoría, lo fácil es decir que el vaso medio lleno es
bueno y que el medio vacío es malo. Pero, si el vaso está medio vacío, está
medio vacío; no hay para qué contarse mentiras. Y además, tal vez lo que
necesite el recipiente sea precisamente vaciarse del todo y deshacerse del agua
estancada y sucia. O quizás, lo que de verdad necesitemos no sea un vaso, sino
más bien un cilindro sin fondo, uno por el que pueda entrar agua de manera
constante sin saturarse, y que al sentir el constante fluir del líquido vital,
tampoco necesite llenarse.
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