lunes, 6 de julio de 2015

Me llaman Ariel

En este momento escribo y escucho a Enya.
Hasta hace muy poco aborrecía la música de la cantante irlandesa, sus ritmos suaves me parecían deprimentes y me traían malos recuerdos. ¡Cómo cambia la vida!
Por eso me pregunto, ¿Quién es Ariel?
Los datos dicen que es un ser humano, varón, nacido en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia el 4 de agosto de 1992. Según el registro civil estoy soltero y en el último carné de identidad, todavía me consideran un estudiante.
A todo eso, hay que añadir que Ariel ahora tiene una doble nacionalidad, es un adulto a los ojos de la ley y está empadronado en un céntrico barrio de Madrid.
Pero todos sabemos que Ariel es más que números y letras, ¿O no?
A Ariel le han llamado hermano, mejor amigo, buena persona e imbécil. Un día, un viejecito le dijo en medio de la calle que era más burro que un arao. Todavía no entiendo lo que eso significa.
Ariel ha sido estudiante de primaria, instituto, bachillerato y universidad. Ariel quiso ser jugador de baloncesto, psicólogo y escritor.
Han dicho que Ariel se parece a actores de Hollywood, a mendigos de parque, a Jesucristo cuando me dejo barba y a Buda cuando me hago un moño encima de la cabeza.
Me han considerado loco, perezoso, inteligente, cariñoso, testarudo, desordenado e ingenuo. E incluso, han utilizado varios de esos adjetivos para describirme al mismo tiempo.
Por eso, esto de descubrir quién es Ariel me resulta contradictorio. ¿Cómo saber quién es cuando provoca reacciones tan dispares en los demás?
Hubo alguien que me dijo que me querría para siempre y en un pestañeo el amor mutó en aversión, para culminar en la amenaza de una denuncia por acoso.
Pero no son solo las otras personas las que se contradicen. Ariel ha protagonizado profundos discursos de palabras vacías, ha mentido con descaro y sus acciones, han sido claro ejemplo de hipocresía.
Ariel se embutió en la etiqueta de vegetariano y también lo marcaron como a uno de esos a los que llaman “antisistema”. Lo han llamado soñador, le han dicho que inspira, que su forma de ser alegra y también que cansa. Han querido cambiarle y amoldarle, le han marcado pautas, cada cual según su parecer. Ya que todos siempre creen saber el modo correcto de vivir para los demás.
Y sí, Ariel también pretendió lo mismo; Ariel se creó conceptos, definiciones y partió al campo de batalla a defender opiniones.
Ariel ha sido muchas cosas. Él solito ha interpretado al reparto entero de la película.
Ha hecho de hijo único, de nieto mimado y de alumno que se sienta en última fila. También ha interpretado a un adolescente rebelde, a un novio celoso, un amigo leal y a veces no tanto. Ha hecho de héroe, villano y de extra, en más ocasiones de las que hubiera querido. Ha sido el chico bueno que conoce a la chica insegura, ha sido el cabrón que no sabe guardar un secreto y el chico tímido que tartamudea con las mejillas sonrojadas. Se ha aventurado a meterse en el papel de adulto responsable y se las ha dado de veinteañero que mira a las chicas como culos con patas.
Y después de tantos personajes, mi gran pregunta es: ¿Soy realmente ese tal Ariel?
Ariel es solo un nombre (un nombre que también se las trae, ya que significa león de Dios), pero en él se almacenan todas las definiciones anteriores. ¡Cuánta carga!
En este momento solo soy alguien que escribe, alguien que bebe whisky con hielo a las 2.20 de la madrugada en una noche de verano.
Tengo padres, pero no me apetece actuar como el hijo de nadie. Esos individuos hicieron posible mi nacimiento, pero, ¿Por qué no puedo tratarlos y amarlos como a cualquier otro ser vivo? ¿Por qué tengo que tener un mejor amigo? ¿Y por qué considerar hermanos solo a las personas con las que comparto grupo sanguíneo?
No quiero amar con cercos, no quiero distinguir entre aquellos que son de mi familia, mi nación o mi especie.
El amor que brota de mi pecho da para más, para mucho mucho más. No quiero convertir el amor en una escala de valores, ni clasificar lo que siento en mucho o poco. Solo quiero amar. Solo así la vida tiene sentido.
No quiero ser escritor, quiero escribir. No quiero perseguir un estado ficticio de armonía, quiero vivir. Quiero correr y quiero callar, porque hay veces en las que no tengo nada que decir. No quiero convertirme algo, solo quiero ser yo.
Quiero que lo que haga sea cristalino, como el agua del deshielo. No quiero mentir más, no quiero aparentar más. No quiero buscar, ni escapar, no quiero distraerme cuando me aburro.
No quiero seguir a nadie, ni tampoco voy a esperar respuestas, o leer libros que disuelvan mis dudas. Quiero leer por leer, caminar sin nada que esconder. Quiero dejar de hacer las cosas a mi manera, o del modo que esperan los demás, quiero actuar sin condicionamiento alguno, sin expectativas, sin echar la vista al pasado en busca de ayuda.
No quiero obtener beneficios. La vida es sencilla. ¡Es sencilla joder!
¡Cuánta belleza en la sencillez! Lo digo de verdad y lo siento con una profundidad difícil de explicar. Qué bello es acurrucarme junto a ella, y pelar naranjas con las manos. Qué bello es despertar y también dormir, y tener la mente vacía, a completa disposición de la creatividad.
Me siento feliz, porque no soy nadie. No soy Ariel. Soy libre. Estoy vivo. ¡Dios! ¡Estoy vivo! ¡Estamos vivos! Y qué pocas veces nos damos cuenta de ello.

Estoy aquí, estoy aquí de verdad.

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