Un día me preguntaron por qué era ella especial y yo
respondí que no lo era. También quisieron saber por qué la había elegido y yo
dije que no lo había hecho.
Ella no es más alta que nadie, ni más pequeña que el resto.
Tiene pies, manos y sangre caliente.
Ella tiene dientes y un lunar cerca del ombligo. Ella habla,
ríe y caga. También llora, abraza y corre. Suda, grita, piensa y siente.
Y yo, yo la amo.
No tengo motivos para hacerlo, ni pretendo hallarlos.
A veces pensamos que el amor es algo que se puede controlar,
algo que uno puede decidir sentir o no. Y sin embargo, el amor es la condición
natural en la que te encuentras cuando estás conectado con la vida y dispuesto
a vivirla.
Ella no es especial, ni yo tampoco; pero no hace falta serlo
para crear algo mágico. La magia no se trabaja ni se entrena, tan solo nace,
cuando te das la oportunidad de experimentarla.
Nuestra historia no es un cuento de hadas, carece de
caballeros o damiselas en apuros y no busca tener un final feliz. Después de
todo, ¿Qué sentido tiene buscar final alguno?
Ella es sencilla, siente temor, a veces duda y también
sufre. Ella tiene un árbol al que trepa para derramar lágrimas y una lista de
canciones tristes para mirar por la ventana de algún autobús. Ella sabe pensar
de manera crítica y puede lamerse la nariz, entre otras habilidades.
Y yo, en ocasiones he tenido miedo de no volver a verla, he
soltado suspiros de nostalgia y he esperado señales del destino para resolver
el porvenir.
Hubo momentos en los que pretendí no extrañarla, hubo días
en los que intenté acallar mis latidos y no dejé salir lo que me rugía por
dentro.
Pero ahora, ya no quiero esconder lo que me asusta, escapar
de mi propia sombra o justificar los conflictos en los que me enredo. Porque ya
me he cansado de silenciar mi alma.
Y sin embargo, existe un silencio distinto, uno que no es
consecuencia de la opresión, sino que brota con la naturalidad de un manantial.
Un silencio que lo llena todo, como el que ella y yo compartimos una cálida
noche de invierno, con su mirada castaña inundando mis ojos, sin ninguna
palabra capaz de atreverse a romper la belleza de aquel instante.
Cuando soy sincero con ella, soy sincero conmigo; y la vida
se convierte en algo ligero, como el vuelo de una mariposa.
Ella pela naranjas con las manos, se ensucia las uñas y
lleva faldas largas. Ella tiene cosquillas en todo el cuerpo y su boca se abre
como la de una morsa cuando alguna carcajada le revuelve el estómago. Sus
piernas son fuertes y su vientre es plano. Sus cabellos brillan como un
atardecer y su nariz se tiñe de rosa al sol.
Ella es agua, es tierra húmeda, es el algodón de las nubes,
el sonido de las olas al romper. Ella es la hoja que muere en el otoño y la
flor que se abre en primavera. Ella es el viento cuando corro y las legañas de
mis ojos cuando despierto. Ella es una paloma que pulula, una liebre que
levanta las orejas, una tortuga que se arrastra perezosa hacia el río.
Ella es lo que es y lo que hace, es el cariño que expresa y
los abrazos que reparte. Pero ella, ella es más de lo que veo y más de lo que
ve. Porque ella no es una imagen, un concepto o mil palabras. Ella tan solo es
un ser vivo, como las hormigas del suelo, como las estrellas del cielo.
Y yo, yo no elegí amarla, tan solo lo hago.
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