sábado, 4 de abril de 2015

Hay un pajarito enjaulado


Hay un pajarito en la sala, tiene plumas amarillas, pico puntiagudo y la cola alargada. Está encerrado en una jaula y se pasa el día saltando entre los soportes de su celda. A veces canta al mediodía, pero no vuela. El pajarito no vuela. Ni siquiera sé si puede hacerlo.
Quisiera soltarlo, abrir la ventana y dejar que se escape de esta prisión. Pero el pajarito no es mío, y aunque ningún ser vivo pertenece a nadie, no sé cómo se tomarían sus supuestos dueños que yo me deshiciera de su mascota.
El pajarito confunde el día con la noche, a causa de las luces artificiales a las que se ve sometido. Pobre pajarito, tal vez ni siquiera recuerde lo que es surcar el cielo, puede que incluso ya haya nacido entre barrotes y criado entre humanos; quizás ya desde que era un huevo estaba condenado a ser un entretenimiento para alguna persona.
Y yo sufro, porque el pajarito me mira y yo me siento impotente. ¿Cómo ayudarlo? Y sigo dándole vueltas a la idea de soltarlo, pero también tengo miedo de que muera, desacostumbrado al mundo exterior, y por miedo a que le pase algo, lo dejo ahí, dando saltitos en un perímetro minúsculo.
No entiendo por qué encerramos pajaritos en jaulas. No entiendo por qué queremos tener mascotas y condenarlas a vivir en nuestras propias prisiones. No entiendo por qué tenemos que sacar a pasear a los perros y tener cajas de arena para que los gatos puedan cagar. No entiendo que queramos utilizar mulas de carga y dar latigazos sobre los lomos de un caballo para ir más de prisa. No sé por qué criamos pollos y marcamos a las vacas con hierro candente.
Parece que no nos basta con matarnos los unos a los otros, con esclavizarnos, torturarnos y engañarnos. Parece que no es suficiente con hacinarnos entre cuatro paredes, establecer jerarquías y vivir atemorizados por la autoridad. Parece que necesitamos arrastrar con nosotros al resto de criaturas vivientes a ese estado de sufrimiento perpetuo.
Pero ese pajarito no tiene la culpa de nuestras elecciones, ¿Por qué tiene que pagar por ellas?
Probablemente yo esté sufriendo más que él mismo, tal vez él esté acostumbrado al cautiverio, al fin y al cabo, puede que sea lo único que conoce. Tal vez, a su manera, el pajarito sea feliz, o tal vez me esté contando excusas para no llorar al ver alas que no vuelan.
Y no se me ocurren soluciones, ni conclusiones alegres. No sé qué hacer para transformar esta historia en un cuento que albergue algo de esperanza.
Lo siento, pero no puedo… simplemente no puedo estar un día más escuchando sus cantos, observando ese cuerpecito de plumas… No puedo.
Y por eso, aunque suene como un cobarde, prefiero evitar pasar junto a esa jaula, prefiero cerrar los ojos y hacer como si ese pajarito no existiera.
La vida no tiene sentido si hay un pajarito encarcelado.
Ojalá se muera pronto, ojalá sus silbidos se apaguen y sus patas se quedan tiesas. Y ojalá todas las personas del mundo puedan ver sus ojos acristalados y sientan el fétido olor de su cuerpo putrefacto.
Tal vez así, las personas se den cuenta de que la vida no puede existir si no hay libertad.



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