Hay un pajarito en la sala, tiene plumas amarillas, pico
puntiagudo y la cola alargada. Está encerrado en una jaula y se pasa el día
saltando entre los soportes de su celda. A veces canta al mediodía, pero no
vuela. El pajarito no vuela. Ni siquiera sé si puede hacerlo.
Quisiera soltarlo, abrir la ventana y dejar que se escape de
esta prisión. Pero el pajarito no es mío, y aunque ningún ser vivo pertenece a
nadie, no sé cómo se tomarían sus supuestos dueños que yo me deshiciera de su
mascota.
El pajarito confunde el día con la noche, a causa de las
luces artificiales a las que se ve sometido. Pobre pajarito, tal vez ni siquiera
recuerde lo que es surcar el cielo, puede que incluso ya haya nacido entre
barrotes y criado entre humanos; quizás ya desde que era un huevo estaba
condenado a ser un entretenimiento para alguna persona.
Y yo sufro, porque el pajarito me mira y yo me siento
impotente. ¿Cómo ayudarlo? Y sigo dándole vueltas a la idea de soltarlo, pero
también tengo miedo de que muera, desacostumbrado al mundo exterior, y por
miedo a que le pase algo, lo dejo ahí, dando saltitos en un perímetro
minúsculo.
No entiendo por qué encerramos pajaritos en jaulas. No
entiendo por qué queremos tener mascotas y condenarlas a vivir en nuestras
propias prisiones. No entiendo por qué tenemos que sacar a pasear a los perros
y tener cajas de arena para que los gatos puedan cagar. No entiendo que
queramos utilizar mulas de carga y dar latigazos sobre los lomos de un caballo
para ir más de prisa. No sé por qué criamos pollos y marcamos a las vacas con
hierro candente.
Parece que no nos basta con matarnos los unos a los otros,
con esclavizarnos, torturarnos y engañarnos. Parece que no es suficiente con
hacinarnos entre cuatro paredes, establecer jerarquías y vivir atemorizados por
la autoridad. Parece que necesitamos arrastrar con nosotros al resto de
criaturas vivientes a ese estado de sufrimiento perpetuo.
Pero ese pajarito no tiene la culpa de nuestras elecciones,
¿Por qué tiene que pagar por ellas?
Probablemente yo esté sufriendo más que él mismo, tal vez él
esté acostumbrado al cautiverio, al fin y al cabo, puede que sea lo único que
conoce. Tal vez, a su manera, el pajarito sea feliz, o tal vez me esté contando
excusas para no llorar al ver alas que no vuelan.
Y no se me ocurren soluciones, ni conclusiones alegres. No
sé qué hacer para transformar esta historia en un cuento que albergue algo de
esperanza.
Lo siento, pero no puedo… simplemente no puedo estar un día
más escuchando sus cantos, observando ese cuerpecito de plumas… No puedo.
Y por eso, aunque suene como un cobarde, prefiero evitar
pasar junto a esa jaula, prefiero cerrar los ojos y hacer como si ese pajarito
no existiera.
La vida no tiene sentido si hay un pajarito encarcelado.
Ojalá se muera pronto, ojalá sus silbidos se apaguen y sus
patas se quedan tiesas. Y ojalá todas las personas del mundo puedan ver sus
ojos acristalados y sientan el fétido olor de su cuerpo putrefacto.
Tal vez así, las personas se den cuenta de que la vida no
puede existir si no hay libertad.
Me estoy volviendo a dicta a tus escritos. GRACIAS
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