Hoy quiero hablar de corazón, de ningún tema en concreto.
Tan solo quiero escribir porque me siento vivo, porque estoy vivo, y aunque ya
lo he dicho más de mil veces en este blog, no me cansaré de repetirlo, porque
probablemente sea lo único auténtico que he dicho en toda mi vida.
Estoy vivo y hoy, una vez más he reído y he llorado. He
conversado con una estrella y me he balanceado en un columpio pasada la media
noche. He notado cómo el viento congelaba mis manos. Hoy salí a correr con cinco
euros metidos en la funda del móvil y utilicé ese dinero para comprar setas y
espárragos, que freí junto con puerros y tomate, para luego mezclarlo todo con
macarrones, con un toque final de nata. Hoy disfruté de la comida y en cada
bocado miraba el cielo azul a través de la ventana.
Hoy salí a correr con una camiseta sin mangas, mientras que
el resto de la gente todavía se cubría el cuello con bufandas. La música guio
mis pasos y llegué hasta la cima de una pequeña colina donde se alza un
Jesucristo de cemento. Desde ahí, observé los molinos del horizonte y bebí agua
cristalina de una fuente cercana. Luego seguí corriendo y Cuando “Born free”
comenzó a sonar en mis oídos, aun con la respiración ajetreada a causa del
ritmo, canté con todas mis fuerzas, porque no solo me sentía libre, sino que de
verdad era libre y todavía lo soy. Y extendí los brazos, cerré los ojos y noté cómo la piel se me erizaba y los
pulmones se abrían.
Me duché con agua fría y bailé mientras lo hacía. Vi un
video porno, me casqué una paja y dormí una siesta de dos horas en la que soñé
algo que no recuerdo. Y sí, vi porno y me masturbé. La verdad, ya estoy
empezando a sudar por completo de la imagen que doy a los demás y ya no tengo
ninguna reputación que mantener, así que, ¿Para qué mentir?
Bueno, después de la siesta me entraron ganas de dar un
paseo y fue entonces cuando tuvo lugar la conversación con la estrella, con la
que estuve reflexionando sobre diversos temas en voz alta y en inglés, porque
sentía que tenía que comunicarme con ella en dicho idioma.
Cuando regresé a casa abrí el ordenador, me metí a youtube y
puse “Krishnamurti” en el buscador. Sin embargo, acabé viendo un buen puñado de
vídeos de un chico estadounidense que hablaba de sus propias experiencias y su
evolución personal. Sentí una fuerte conexión con este joven y observé que
estaba hablando de lo que yo mismo estoy atravesando.
Luego me apeteció comer algo y volví a echar mano de los
macarrones que había preparado antes. Me serví una buena cantidad en una fuente
de cristal y me los comí en la cocina.
Para entonces mi reloj marcaba más de las 23.30 y se me
ocurrió continuar con el libro que estoy escribiendo; pero para eso necesitaba
música y en youtube una vez más, fui a dar con el concierto de un músico que no
paro de escuchar desde hace un par de días.
Empecé a ver el vídeo y ya me disponía a abrir el documento
de Word para comenzar a darle al teclado, pero de repente, me vino a la cabeza
dar otro paseo; así que cogí mi chaqueta, me puse unos pantalones y salí a la
calle.
Fue en ese momento cuando me dirigí al parque infantil de
los columpios y ahí me pasé un buen rato, impulsándome con las piernas y
cerrando los ojos.
Mientras me columpiaba, tuve la sensación de no saber dónde
estaba. Solo era consciente de que mi cuerpo se deslizaba por el aire y que
algo se removía en mi pecho a medida que aceleraba.
Finalmente me bajé de los columpios de un salto y me dediqué
a absorber el frío de la noche, de pie, en medio de un parque infantil, con la
luna llena como único testigo.
Hasta que el frescor del aire me hizo pensar en una infusión
y me dirigí una vez más a casa. Allí puse el agua a hervir y me preparé un vaso
gigante de té verde con miel.
Con las manos calentándose en el vaso fui hasta el ordenador
y puse a correr el vídeo del concierto.
Y entonces, estuve en el concierto, de verdad. No vi un
vídeo de un músico cantando en un festival holandés de 2013, estuve ahí. Puede
parecer que estoy drogado, que me invento cosas o que no soy realista, pero
estoy siendo más realista que nunca y ya no intento dar explicaciones mentales
a aquello que no se puede explicar de manera cognitiva.
Así pues, me fui a ese concierto en Holanda del año 2013 y
me impregné de la voz ronca y aguda del cantante, reí con sus bromas, canté los
coros de las canciones y ondeé los brazos al aire al son de la música. La
persona que estaba encima del escenario cantaba sobre la vida, cantaba a la
vida y lo hacía de corazón, y eso se nota. Se nota cuando algo te sale del
alma, porque brota calentito, humeante como el arroz recién hecho, y sale con
sencillez, con una facilidad pasmosa y te inunda. Así cantaba el hombrecito del
escenario, con sus ojos despiertos y sus piernas flacuchas, sonriendo con un
huequecito entre los dientes y con las venas del cuello hinchadas a causa de la
pasión del momento.
Yo lloré, lloré mucho, de auténtica felicidad; porque en sus
canciones se desprendía un sufrimiento precioso, un profundo desasosiego vital,
algo auténtico que no pretendía esconderse ni camuflarse, sino que salía con
fuerza, con los puños en alto.
Y mis ojos se convirtieron en una cascada con el último
tema, uno que decía que tenemos agujeros en nuestro corazón, agujeros en
nuestra vida, que tenemos agujeros en todos lados, pero que de algún modo
continuamos hacia adelante. ¿No es algo bello?
Qué bello es ver gente que sufre, que duda y que se pierde;
es algo mágico ver llorar a alguien sin reprimirse, escuchar una maldición que
no se tapa la boca.
Porque solo las personas que no huyen de ese vacío que nos consume,
solo aquellas que no escapan del dolor y que no pretenden poner parches a su
tristeza, solo ellas son capaces de reír con ligereza, de caminar sin prisas y
amar sin cargas; porque alguien que de verdad ha tocado fondo, no tiene nada
que perder. Y cuando ya no te queda nada, entonces puedes hablar sin tapujos,
gritar mientras corres, columpiarte a media noche, hablarle en inglés a las
estrellas o ir a un concierto de hace dos años y llorar.
Vivamos de corazón, salga lo que salga, te aseguro que vale la
pena.
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