domingo, 12 de abril de 2015

Margaritas

Todavía tengo lágrimas atoradas en los ojos, ansias de correr estancadas en mis piernas, nudos de sangre en el corazón y una profunda desconexión con la vida.
Estoy a punto de decir que estoy triste, pero la verdad es que no siento tristeza alguna. Tan solo noto un agujero en mi interior, un hoyo oscuro que me corroe. Me siento solo, desamparado y perdido.
Y rápidamente intento anclarme a algún estado de alegría anterior, rememorarlo, impregnarme con esas cálidas fragancias que hasta ayer mismo desprendía mi organismo. O por el contrario, intento imaginarme algún suceso futuro que se muestre más esperanzador que la mierda como me siento ahora. Pienso en un esperado reencuentro, me imagino terminando mi libro, subiendo a alguna montaña o mojando mis pies en algún río helado. Me pierdo en todo ese sinsentido de búsqueda, esperando encontrar algo que me rescate, que me alivie, que me cure.
Pero no veo nada, no hay luz, ni afuera, ni dentro; tan solo lámparas que engañan a mis sentidos. Y me siento muerto, como si mis pulmones ya no tuvieran un motivo para hincharse una vez más. Veo mis pequeñas preocupaciones, mis insignificantes pensamientos, tirándose de los pelos, corriendo de un lado a otro sin ningún motivo. Me veo a mí mismo, como un ensamblaje de músculos y huesos, sin nada que me pertenezca, sin amigos que contar, sin promesas que cumplir, sin objetivos, sin sueños ni ilusiones.
Y hace dos días, estaba tirado sobre una sábana primaveral, observando hormiguitas de la tierra trepar por el césped y posando mi nariz sobre las margaritas persiguiendo el sol. Sonreía y recibía la luz del medio día con los vellos del pecho al descubierto, cantando con el corazón, en sintonía con mi alma. Porque sé que el alma existe, y sé que existe porque no puedo demostrarlo, ni formular una hipótesis al respecto, no puedo medirla o dibujarla, encontrarla o buscarla en algún rincón oculto, por eso sé que existe. Y hace dos días, esa alma vibraba de felicidad, mientras que hoy, hoy no la siento ni la escucho.
¿Por qué? ¿Por qué la vida es un canto a la libertad una mañana y un puto escombro al siguiente despertar?
Un día lloro de alegría al ver el vuelo de una mariposa y al siguiente me topo con la gélida mirada de un ser humano. Un momento acaricio la corteza de un árbol y al siguiente escucho una motosierra talando otro.
El sufrimiento y el júbilo caminan de la mano, la mezquindad convive con el amor y la podredumbre acaricia a la belleza. Y no lo entiendo, no entiendo por qué pueden existir ballenas que cantan en el mar y gente dispuesta a cortarles la cabeza. No entiendo por qué hay padres que se alistan en el ejército para matar a los hijos de otros. No entiendo nuestros gustos, ni nuestros caprichos, no comprendo por qué vamos a restaurantes de manteles impolutos para que otros seres humanos nos traigan comidas exóticas a la mesa. No sé por qué creamos reglas para todo y a pesar de su absurdez, las aprendemos mejor que las tablas de multiplicar.
No entiendo nuestro mundo porque sé que algo mejor es posible, me duele tanto lo que siento porque una vida en armonía es algo real en mi corazón.
Y no me entiendo a mí, porque no sé quién soy, ni qué hago aquí. No sé por qué escribo, por qué salgo a correr o por qué lanzo balones a una canasta. No sé por qué bostezo al salir la luna, por qué sueño mientras duermo, por qué doy mil vueltas a la cama por las noches, por qué se me cae el pelo sobre la almohada y tampoco comprendo el motivo por el que me levanto por las mañanas. 
Por momentos me acerco, en otros me alejo y al final me doy cuenta que no estoy ni cerca ni lejos, que tan solo estoy aquí, que estoy asustado y que mirar a las estrellas me hace sentir pequeñito.
Y ahora, no tengo soluciones, estoy carente de respuestas y me siento un ignorante. Hace tiempo que no leo, que no busco modelos a seguir y que no ansío llevar capa y convertirme en un súper héroe. Hace tiempo que no escucho un chiste que extraiga carcajadas auténticas, aunque tal vez eso se deba a que ahora me río sin que nada le haga cosquillas a mi garganta.
Hoy, sin embargo, en el cuello tan solo noto nudos de arterias que me dejan sin respiración y me siento igual de perdido que en la primera letra de este texto.
Recuerdo que antes intentaba transmitir inspiración y optimismo en mis palabras, quería que mis párrafos cambiaran la vida de alguien, que dieran luz en las tardes grises, eso quería yo.
Y ahora, no sé por qué lo hago, no sé por qué me pongo en frente de una pantalla y doy rienda suelta a mis dedos para que aprieten teclas con desenfreno. No sé por qué meto una libretita negra en la mochila y transformo emociones en tinta negra.
Entonces, ¿Por qué escribo?
Hoy me pregunté eso mientras me desnudaba frente a un espejo antes de meterme a la ducha, y pensé en el libro que estoy creando, pensé en la historia que estoy contando y lo que quiero conseguir a través de esas páginas que relatan mi propia vida. Desempolvé las alas de mi imaginación y dejé que volara, vislumbrando una portada bonita, un título cautivador y la estantería de alguna librería, ¿Es eso lo que quiero?
Luego mi cerebro le arrancó las plumas a mi vuelo y se planteó una situación más realista, ya que aquello de la librería se le antojaba demasiado ilusorio. Así pues, sustituí las hojas de papel por un formato digital y me imaginé publicando la historia en internet. Luego, me detuve en seco y me sentí ridículo, ni siquiera me estaba permitiendo soñar, ¡Ni siquiera eso!
Así que retomé impulso y volví a despegar hacia el horizonte, esta vez sin restricciones o “cordura” alguna, y vi la portada de mi libro a través de amplios ventanales. Luego esa escena se difuminaba y aparecía yo en una sala rodeada de gente, presentando mi conmovedor relato; yo emitía un discurso profundo a la vez que gracioso y honesto y todos los presentes aplaudían, lo que me hinchaba de orgullo.
Y luego, giré la llave de la ducha de golpe, hacia el lado de menor temperatura. Necesitaba un jarro de agua fría.
 ¿Era eso lo que quería? O mejor dicho, ¿Para qué quería yo eso?
Reconocimiento, éxito, o como quieras llamarlo o adornarlo. ¿Escribo para que otros me lean? ¿Es eso? En teoría, no habría otro sentido, sino para qué coño voy a estar gastando mis latidos en esta sarta de letras.
Pero mientras el agua helada erizaba mi piel, me di cuenta de que si es ese el motivo por el que escribo, mejor apago el ordenador y utilizo la libreta negra para limpiarme el culo.
Da igual que busque ayudar a otros, servir de inspiración o ayudar a alguien, si lo hago por los demás, o por conseguir algo, por muy altruista que sea, no le veo sentido alguno.
Es como las margaritas que vi el otro día, eran tan preciosas que durante un segundo contemplé la posibilidad de arrancar una, tan solo para darme cuenta de lo ridículo que era eso. Era indiferente que quisiera arrancarla para quedármela y colgármela del pelo o dársela a una chica como ofrenda amorosa, en cualquier caso y por cualquiera que fuera el motivo, arrancar esa flor era igual de cruel.
Porque las margaritas no pertenecen a nadie, no pretenden ser bellas, admiradas o regaladas, solo crecen, se abren al sol y cierran sus pétalos para no pasar frío en las noches, así son ellas, así de sencillas.
Y si escribo, lo que surja de mi corazón será como una margarita.
Y las margaritas siguen expresando su hermosura aunque las corten, aunque las pisen, aunque los perros se meen encima. Las margaritas crecen y viven, se entregan por completo a la vida, con total vulnerabilidad. ¡Son tan frágiles! Tanto que hasta tengo miedo de matar alguna sin darme cuenta. Pero así es la vida, frágil, tierna y delicada; y por eso me duele tanto cuando la destruyo. Porque no hace falta construir una bomba o iniciar una guerra nuclear para destruirnos. Cada acto que realizamos sin amor, cada gesto de indiferencia a la injusticia, cada vez que justificamos nuestro egoísmo, cada vez que encarcelamos al niño que llevamos dentro por miedo a no encajar en un mundo de adultos, estamos destruyéndonos.
Y ahora lloro, una vez más, no sé si por alegría o porque me duele el alma, tal vez ambas cosas al mismo tiempo. Pero recuerdo, recuerdo una carta que me escribí a mí mismo el primer día del año, en la que después de dar un montón de rodeos puse con letras mayúsculas que mi único propósito era AMAR.
Y siempre lo he sabido. Lo supe cuando era niño y vi a un hombre azotar a un caballo, oí el sonido del látigo castigar la piel del animalito y yo rompí a llorar. Recuerdo que volví a casa corriendo y busqué el abrazo de mi padre. Ese día yo recibí ese latigazo y el mundo entero lo sufrió, porque no hay diferencia entre un caballo y yo, entre el harapiento y el impoluto, nada nos diferencia del árbol que talamos, nada separa al que aprieta el gatillo del que recibe la bala.
Por eso, lo único que tiene sentido es amar, tan solo amar y abrazar todo lo que se deje abrazar. Ser una luz para uno mismo y dejar que esa chispita brille por sí sola, como las margaritas del parque, porque problemas tan complejos y conflictos tan profundos, solo pueden ser resueltos con la sencillez de una margarita.

Y nosotros, todos nosotros, somos margaritas.


1 comentario:

  1. Realmente maravilloso, lloro y no encuentro palabras para decir porqué lo hago ¿Será que hay ciertas cosas que sólo se dicen sin palabras? seguramente. Hoy en mi sueño llevaba una luz en las manos... tómala porque después de esto está claro que era para ti, mi gran desconocido.

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