Todavía tengo lágrimas atoradas en los ojos, ansias de
correr estancadas en mis piernas, nudos de sangre en el corazón y una profunda
desconexión con la vida.
Estoy a punto de decir que estoy triste, pero la verdad es
que no siento tristeza alguna. Tan solo noto un agujero en mi interior, un hoyo
oscuro que me corroe. Me siento solo, desamparado y perdido.
Y rápidamente intento anclarme a algún estado de alegría
anterior, rememorarlo, impregnarme con esas cálidas fragancias que hasta ayer
mismo desprendía mi organismo. O por el contrario, intento imaginarme algún
suceso futuro que se muestre más esperanzador que la mierda como me siento
ahora. Pienso en un esperado reencuentro, me imagino terminando mi libro,
subiendo a alguna montaña o mojando mis pies en algún río helado. Me pierdo en
todo ese sinsentido de búsqueda, esperando encontrar algo que me rescate, que
me alivie, que me cure.
Pero no veo nada, no hay luz, ni afuera, ni dentro; tan solo
lámparas que engañan a mis sentidos. Y me siento muerto, como si mis pulmones
ya no tuvieran un motivo para hincharse una vez más. Veo mis pequeñas
preocupaciones, mis insignificantes pensamientos, tirándose de los pelos,
corriendo de un lado a otro sin ningún motivo. Me veo a mí mismo, como un
ensamblaje de músculos y huesos, sin nada que me pertenezca, sin amigos que
contar, sin promesas que cumplir, sin objetivos, sin sueños ni ilusiones.
Y hace dos días, estaba tirado sobre una sábana primaveral,
observando hormiguitas de la tierra trepar por el césped y posando mi nariz
sobre las margaritas persiguiendo el sol. Sonreía y recibía la luz del medio
día con los vellos del pecho al descubierto, cantando con el corazón, en
sintonía con mi alma. Porque sé que el alma existe, y sé que existe porque no
puedo demostrarlo, ni formular una hipótesis al respecto, no puedo medirla o
dibujarla, encontrarla o buscarla en algún rincón oculto, por eso sé que
existe. Y hace dos días, esa alma vibraba de felicidad, mientras que hoy, hoy
no la siento ni la escucho.
¿Por qué? ¿Por qué la vida es un canto a la libertad una
mañana y un puto escombro al siguiente despertar?
Un día lloro de alegría al ver el vuelo de una mariposa y al
siguiente me topo con la gélida mirada de un ser humano. Un momento acaricio la
corteza de un árbol y al siguiente escucho una motosierra talando otro.
El sufrimiento y el júbilo caminan de la mano, la mezquindad
convive con el amor y la podredumbre acaricia a la belleza. Y no lo entiendo,
no entiendo por qué pueden existir ballenas que cantan en el mar y gente
dispuesta a cortarles la cabeza. No entiendo por qué hay padres que se alistan
en el ejército para matar a los hijos de otros. No entiendo nuestros gustos, ni
nuestros caprichos, no comprendo por qué vamos a restaurantes de manteles
impolutos para que otros seres humanos nos traigan comidas exóticas a la mesa.
No sé por qué creamos reglas para todo y a pesar de su absurdez, las aprendemos
mejor que las tablas de multiplicar.
No entiendo nuestro mundo porque sé que algo mejor es
posible, me duele tanto lo que siento porque una vida en armonía es algo real
en mi corazón.
Y no me entiendo a mí, porque no sé quién soy, ni qué hago
aquí. No sé por qué escribo, por qué salgo a correr o por qué lanzo balones a
una canasta. No sé por qué bostezo al salir la luna, por qué sueño mientras
duermo, por qué doy mil vueltas a la cama por las noches, por qué se me cae el
pelo sobre la almohada y tampoco comprendo el motivo por el que me levanto por
las mañanas.
Por momentos me acerco, en otros me alejo y al final me doy
cuenta que no estoy ni cerca ni lejos, que tan solo estoy aquí, que estoy
asustado y que mirar a las estrellas me hace sentir pequeñito.
Y ahora, no tengo soluciones, estoy carente de respuestas y
me siento un ignorante. Hace tiempo que no leo, que no busco modelos a seguir y
que no ansío llevar capa y convertirme en un súper héroe. Hace tiempo que no
escucho un chiste que extraiga carcajadas auténticas, aunque tal vez eso se
deba a que ahora me río sin que nada le haga cosquillas a mi garganta.
Hoy, sin embargo, en el cuello tan solo noto nudos de
arterias que me dejan sin respiración y me siento igual de perdido que en la
primera letra de este texto.
Recuerdo que antes intentaba transmitir inspiración y
optimismo en mis palabras, quería que mis párrafos cambiaran la vida de
alguien, que dieran luz en las tardes grises, eso quería yo.
Y ahora, no sé por qué lo hago, no sé por qué me pongo en
frente de una pantalla y doy rienda suelta a mis dedos para que aprieten teclas
con desenfreno. No sé por qué meto una libretita negra en la mochila y
transformo emociones en tinta negra.
Entonces, ¿Por qué escribo?
Hoy me pregunté eso mientras me desnudaba frente a un espejo
antes de meterme a la ducha, y pensé en el libro que estoy creando, pensé en la
historia que estoy contando y lo que quiero conseguir a través de esas páginas
que relatan mi propia vida. Desempolvé las alas de mi imaginación y dejé que
volara, vislumbrando una portada bonita, un título cautivador y la estantería
de alguna librería, ¿Es eso lo que quiero?
Luego mi cerebro le arrancó las plumas a mi vuelo y se
planteó una situación más realista, ya que aquello de la librería se le
antojaba demasiado ilusorio. Así pues, sustituí las hojas de papel por un
formato digital y me imaginé publicando la historia en internet. Luego, me
detuve en seco y me sentí ridículo, ni siquiera me estaba permitiendo soñar,
¡Ni siquiera eso!
Así que retomé impulso y volví a despegar hacia el
horizonte, esta vez sin restricciones o “cordura” alguna, y vi la portada de mi
libro a través de amplios ventanales. Luego esa escena se difuminaba y aparecía
yo en una sala rodeada de gente, presentando mi conmovedor relato; yo emitía un
discurso profundo a la vez que gracioso y honesto y todos los presentes
aplaudían, lo que me hinchaba de orgullo.
Y luego, giré la llave de la ducha de golpe, hacia el lado
de menor temperatura. Necesitaba un jarro de agua fría.
¿Era eso lo que
quería? O mejor dicho, ¿Para qué quería yo eso?
Reconocimiento, éxito, o como quieras llamarlo o adornarlo.
¿Escribo para que otros me lean? ¿Es eso? En teoría, no habría otro sentido,
sino para qué coño voy a estar gastando mis latidos en esta sarta de letras.
Pero mientras el agua helada erizaba mi piel, me di cuenta
de que si es ese el motivo por el que escribo, mejor apago el ordenador y
utilizo la libreta negra para limpiarme el culo.
Da igual que busque ayudar a otros, servir de inspiración o
ayudar a alguien, si lo hago por los demás, o por conseguir algo, por muy
altruista que sea, no le veo sentido alguno.
Es como las margaritas que vi el otro día, eran tan
preciosas que durante un segundo contemplé la posibilidad de arrancar una, tan
solo para darme cuenta de lo ridículo que era eso. Era indiferente que quisiera
arrancarla para quedármela y colgármela del pelo o dársela a una chica como
ofrenda amorosa, en cualquier caso y por cualquiera que fuera el motivo,
arrancar esa flor era igual de cruel.
Porque las margaritas no pertenecen a nadie, no pretenden
ser bellas, admiradas o regaladas, solo crecen, se abren al sol y cierran sus
pétalos para no pasar frío en las noches, así son ellas, así de sencillas.
Y si escribo, lo que surja de mi corazón será como una
margarita.
Y las margaritas siguen expresando su hermosura aunque las
corten, aunque las pisen, aunque los perros se meen encima. Las margaritas
crecen y viven, se entregan por completo a la vida, con total vulnerabilidad.
¡Son tan frágiles! Tanto que hasta tengo miedo de matar alguna sin darme
cuenta. Pero así es la vida, frágil, tierna y delicada; y por eso me duele
tanto cuando la destruyo. Porque no hace falta construir una bomba o iniciar
una guerra nuclear para destruirnos. Cada acto que realizamos sin amor, cada
gesto de indiferencia a la injusticia, cada vez que justificamos nuestro
egoísmo, cada vez que encarcelamos al niño que llevamos dentro por miedo a no
encajar en un mundo de adultos, estamos destruyéndonos.
Y ahora lloro, una vez más, no sé si por alegría o porque me
duele el alma, tal vez ambas cosas al mismo tiempo. Pero recuerdo, recuerdo una
carta que me escribí a mí mismo el primer día del año, en la que después de dar
un montón de rodeos puse con letras mayúsculas que mi único propósito era AMAR.
Y siempre lo he sabido. Lo supe cuando era niño y vi a un
hombre azotar a un caballo, oí el sonido del látigo castigar la piel del
animalito y yo rompí a llorar. Recuerdo que volví a casa corriendo y busqué el
abrazo de mi padre. Ese día yo recibí ese latigazo y el mundo entero lo sufrió,
porque no hay diferencia entre un caballo y yo, entre el harapiento y el
impoluto, nada nos diferencia del árbol que talamos, nada separa al que aprieta
el gatillo del que recibe la bala.
Por eso, lo único que tiene sentido es amar, tan solo amar y
abrazar todo lo que se deje abrazar. Ser una luz para uno mismo y dejar que esa
chispita brille por sí sola, como las margaritas del parque, porque problemas
tan complejos y conflictos tan profundos, solo pueden ser resueltos con la
sencillez de una margarita.
Y nosotros, todos nosotros, somos margaritas.
Realmente maravilloso, lloro y no encuentro palabras para decir porqué lo hago ¿Será que hay ciertas cosas que sólo se dicen sin palabras? seguramente. Hoy en mi sueño llevaba una luz en las manos... tómala porque después de esto está claro que era para ti, mi gran desconocido.
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