He corrido hasta que los pies crían ampollas y la nariz se
niega a meter más oxígeno a unos pulmones exhaustos. Y aun así, no siento que
haya corrido mucho. No sé lo que significa mucho, ni poco; y para saberlo,
supongo que tendría que compararme con alguien o algo. Pero, ¿Y si no quiero?
He visto montañas, grandes y chiquitas, nevadas y desnudas;
algunas las he subido y otras tan solo las he admirado. He levantado los puños
en unas cuantas cimas, me he sentido vivo, he respirado aire limpio y aun así,
rodeado de laderas y cumbres, también me he sentido vacío. ¿Cómo sentirte vacío
inhalando vida pura?
He sentido tristeza, tanta como para dibujar una sonrisa
forzada en los labios. He hundido la cabeza entre las manos y ha habido
ocasiones en las que deseé no haber nacido. He sufrido por espinas sin punta,
que aun así pinchaban. Y no hubo una sola ocasión en la que no me llamara débil
por el dolor que me causaba lo en apariencia inofensivo. Mas por dentro y entre
sollozos, me preguntaba si lo que pinchaba eran espinas o era yo mismo,
clavándome por dentro aguijones de nostalgia y sueños truncados.
Y aun así, he sido feliz, por momentos, ¡Pero qué momentos!
Momentos en los que no existe nada más que el viento levantando la piel. He
reído, he abrazado, he comido y he dormido.
¿Pero qué estoy haciendo? Otra vez enredándome en palabras
que buscan transmitir una belleza que hace tiempo yace muerta.
Estoy cansado de los ciclos; de ser feliz un día y luchar
una semana contra la sombra de la alegría para volver a sentirla. Estoy harto
de estar triste sin saber por qué, y más aún lo estoy de escapar de la
tristeza.
Algunos me han sugerido que pruebe a engañarme, a contarme
mentirijillas que me reconforten el alma. Y eso he hecho, me he contado
historias que no me creo, he buscado consuelo y distracciones; y hasta en
ocasiones, he terminado convenciéndome de mi propia falsedad.
Me paso días lidiando con ese desasosiego, y al final, de un
modo u otro, éste termina diluyéndose, dando paso a una alegría que brota con
la fuerza de un volcán. Y así vivo, disfrutando de la erupción, pero también
con miedo, miedo a que la última gota de lava salga despedida y que vuelva a
quedarme seco.
¿Tiene que ser así la vida? Una montaña rusa a la que no
elegí subirme y de la que no puedo bajar.
A veces quisiera no sentirlo todo con tanta intensidad.
Quisiera no bailar en la arena cuando mi corazón se siente vivo; y quisiera no
aislarme del mundo cuando no escucho sus latidos. Quisiera no sentir nada; y en
algunas ocasiones, lo he logrado. Pero la nada me supo a muerte.
Hasta en eso me divido, porque quiero serlo todo; quiero ser
la flor, el fruto, la rama y la raíz. Quiero volar y sentir la tierra,
sumergido en el mar. Pero también quiero desaparecer y que el color no exista y
sentir la ingravidez de aquello que no pesa.
En cambio, no me siento ni lleno ni vacío; me siento como
una nube negra incapaz de descargar su frustración, como un océano sin mareas,
como La Tierra sin el sol.
Y parece que dé igual lo que piense, lo que escriba, lo que
lea o lo que defienda; al final, sigo sin saber quién soy. Y después de jurarme
no emprender ninguna búsqueda más, lo vuelvo a hacer y busco, busco en todas
partes, en cada resquicio y esquina, me busco a mí y el sentido a todo esto. Me
pregunto si mis descubrimientos solo fueron niebla pasajera, cortinas que me
protegían de la cruda realidad. ¿Y si no hay nada más?
¿Y si no hay un propósito para todo esto? ¿Y si da igual que
muera hoy, mañana o encorvado sobre un bastón?
Lo único que puedo decir al respecto es que llevo un tiempo
sin llorar; y eso me pone triste, o más bien, ansioso. Me encanta llorar,
porque significa que la emoción del momento es tan intensa que tiene que salir
de algún modo, y yo disfruto de especial manera cuando decide hacerlo a través
de gotitas saladas sobre mis ojos.
Llorar es para mí soltar lo que llevo dentro, es expresarme,
es burlarme de la vergüenza y sentir que hay vida en mí.
Y hace algún tiempo que mis ojos están secos. ¿Será que ya
no soy el mismo? ¿Y si ya no vuelvo a sentir lluvia en mis mejillas?
Lo peor de todo es que noto ese nudito en la garganta,
siento que las cejas se me tensan y las pestañas se preparan para absorber el
charquito inicial que inunda mi mirada; pero no sale nada. Es como si faltara
algo, o como si hubiera perdido algo.
Tal vez me esté aferrando con demasiada fuerza a lo que
hacía o a algo que me definía, o tal vez me siga contando excusas y lo único
que esté haciendo ahora sea dar vueltas en círculos con los ojos vendados.
Tengo tantas ganas de volver a sentirme vivo, que quizás
esté echando demasiada agua a la semilla de la vida, negándole la espontaneidad
con la que surge.
¿Y cómo puedo anhelar sentirme vivo, cuando en teoría ya lo
estoy? ¿Significa eso que estoy muerto?
Desde luego, solo lo muerto puede volver a nacer; pero eso
ocurre únicamente cuando lo que muere acepta que ha muerto, cuando en la hoja
marchita no hay nostalgia por el verdor de la primavera; cuando el charco de
lodo no añora el caudaloso río que una vez fue.
No sé si volveré a llorar, no sé si volveré a ser lava.
Ahora soy ceniza, ceniza fría que todavía sueña con arder.
Da igual, por tanto, si una vez fui volcán, o si en algún
momento podré volver a serlo. Y después de todo, ¿Qué tiene de malo ser ceniza?
Y además, ¿No está acaso el volcán contenido en la roca gris que deja a su
paso? ¿No hay acaso montañas enterradas en el mar? ¿No está la tierra que
alimenta a los vivos, rellena de muertos?
Ahora soy ceniza, ceniza que no quiere serlo, que a sí misma
se rechaza. Todos quieren ser la erupción, pero nadie lo que llega después.
¿Quién quiere ser un residuo de lo que fue? ¿Quién prefiere ser el polvo que
nutre la tierra antes que el fuego que incendia el cielo y hace borbotear al
mar?
Pero si me niego a vivir como ceniza, moriré siendo residuo
de volcán. Y la vida, en cualquiera de sus formas, merece ser vivida.
No hay excusas para no vivir, ya que incluso moribundo, vale
la pena respirar, aunque sea una vez; porque una vez basta. Hay que vivir, aun
cuando la tristeza desgarre y la muerte tiente; porque la muerte solo es
consuelo para el fuego que ardió en su totalidad, hasta el último aliento. No
hay otra manera de vivir, ni tampoco de morir. Porque los que viven a medias,
tampoco mueren del todo. Solo tiene el privilegio de la muerte aquel que vive
de verdad.
Ahora soy ceniza, pero hay vida en mí.
Ayer me dijo una amiga: "Donde hubo fuego, quedan cenizas"
ResponderEliminarY ahora yo te digo: ¿De dónde surge el ave fénix con toda su fuerza y esplendor?