jueves, 30 de julio de 2015

De volcán a ceniza

He corrido hasta que los pies crían ampollas y la nariz se niega a meter más oxígeno a unos pulmones exhaustos. Y aun así, no siento que haya corrido mucho. No sé lo que significa mucho, ni poco; y para saberlo, supongo que tendría que compararme con alguien o algo. Pero, ¿Y si no quiero?
He visto montañas, grandes y chiquitas, nevadas y desnudas; algunas las he subido y otras tan solo las he admirado. He levantado los puños en unas cuantas cimas, me he sentido vivo, he respirado aire limpio y aun así, rodeado de laderas y cumbres, también me he sentido vacío. ¿Cómo sentirte vacío inhalando vida pura?
He sentido tristeza, tanta como para dibujar una sonrisa forzada en los labios. He hundido la cabeza entre las manos y ha habido ocasiones en las que deseé no haber nacido. He sufrido por espinas sin punta, que aun así pinchaban. Y no hubo una sola ocasión en la que no me llamara débil por el dolor que me causaba lo en apariencia inofensivo. Mas por dentro y entre sollozos, me preguntaba si lo que pinchaba eran espinas o era yo mismo, clavándome por dentro aguijones de nostalgia y sueños truncados.
Y aun así, he sido feliz, por momentos, ¡Pero qué momentos! Momentos en los que no existe nada más que el viento levantando la piel. He reído, he abrazado, he comido y he dormido.
¿Pero qué estoy haciendo? Otra vez enredándome en palabras que buscan transmitir una belleza que hace tiempo yace muerta.
Estoy cansado de los ciclos; de ser feliz un día y luchar una semana contra la sombra de la alegría para volver a sentirla. Estoy harto de estar triste sin saber por qué, y más aún lo estoy de escapar de la tristeza.
Algunos me han sugerido que pruebe a engañarme, a contarme mentirijillas que me reconforten el alma. Y eso he hecho, me he contado historias que no me creo, he buscado consuelo y distracciones; y hasta en ocasiones, he terminado convenciéndome de mi propia falsedad.
Me paso días lidiando con ese desasosiego, y al final, de un modo u otro, éste termina diluyéndose, dando paso a una alegría que brota con la fuerza de un volcán. Y así vivo, disfrutando de la erupción, pero también con miedo, miedo a que la última gota de lava salga despedida y que vuelva a quedarme seco.
¿Tiene que ser así la vida? Una montaña rusa a la que no elegí subirme y de la que no puedo bajar.
A veces quisiera no sentirlo todo con tanta intensidad. Quisiera no bailar en la arena cuando mi corazón se siente vivo; y quisiera no aislarme del mundo cuando no escucho sus latidos. Quisiera no sentir nada; y en algunas ocasiones, lo he logrado. Pero  la nada me supo a muerte.
Hasta en eso me divido, porque quiero serlo todo; quiero ser la flor, el fruto, la rama y la raíz. Quiero volar y sentir la tierra, sumergido en el mar. Pero también quiero desaparecer y que el color no exista y sentir la ingravidez de aquello que no pesa.
En cambio, no me siento ni lleno ni vacío; me siento como una nube negra incapaz de descargar su frustración, como un océano sin mareas, como La Tierra sin el sol.
Y parece que dé igual lo que piense, lo que escriba, lo que lea o lo que defienda; al final, sigo sin saber quién soy. Y después de jurarme no emprender ninguna búsqueda más, lo vuelvo a hacer y busco, busco en todas partes, en cada resquicio y esquina, me busco a mí y el sentido a todo esto. Me pregunto si mis descubrimientos solo fueron niebla pasajera, cortinas que me protegían de la cruda realidad. ¿Y si no hay nada más?
¿Y si no hay un propósito para todo esto? ¿Y si da igual que muera hoy, mañana o encorvado sobre un bastón?
Lo único que puedo decir al respecto es que llevo un tiempo sin llorar; y eso me pone triste, o más bien, ansioso. Me encanta llorar, porque significa que la emoción del momento es tan intensa que tiene que salir de algún modo, y yo disfruto de especial manera cuando decide hacerlo a través de gotitas saladas sobre mis ojos.
Llorar es para mí soltar lo que llevo dentro, es expresarme, es burlarme de la vergüenza y sentir que hay vida en mí.
Y hace algún tiempo que mis ojos están secos. ¿Será que ya no soy el mismo? ¿Y si ya no vuelvo a sentir lluvia en mis mejillas?
Lo peor de todo es que noto ese nudito en la garganta, siento que las cejas se me tensan y las pestañas se preparan para absorber el charquito inicial que inunda mi mirada; pero no sale nada. Es como si faltara algo, o como si hubiera perdido algo.
Tal vez me esté aferrando con demasiada fuerza a lo que hacía o a algo que me definía, o tal vez me siga contando excusas y lo único que esté haciendo ahora sea dar vueltas en círculos con los ojos vendados.
Tengo tantas ganas de volver a sentirme vivo, que quizás esté echando demasiada agua a la semilla de la vida, negándole la espontaneidad con la que surge.
¿Y cómo puedo anhelar sentirme vivo, cuando en teoría ya lo estoy? ¿Significa eso que estoy muerto?
Desde luego, solo lo muerto puede volver a nacer; pero eso ocurre únicamente cuando lo que muere acepta que ha muerto, cuando en la hoja marchita no hay nostalgia por el verdor de la primavera; cuando el charco de lodo no añora el caudaloso río que una vez fue.
No sé si volveré a llorar, no sé si volveré a ser lava. Ahora soy ceniza, ceniza fría que todavía sueña con arder.
Da igual, por tanto, si una vez fui volcán, o si en algún momento podré volver a serlo. Y después de todo, ¿Qué tiene de malo ser ceniza? Y además, ¿No está acaso el volcán contenido en la roca gris que deja a su paso? ¿No hay acaso montañas enterradas en el mar? ¿No está la tierra que alimenta a los vivos, rellena de muertos?
Ahora soy ceniza, ceniza que no quiere serlo, que a sí misma se rechaza. Todos quieren ser la erupción, pero nadie lo que llega después. ¿Quién quiere ser un residuo de lo que fue? ¿Quién prefiere ser el polvo que nutre la tierra antes que el fuego que incendia el cielo y hace borbotear al mar?
Pero si me niego a vivir como ceniza, moriré siendo residuo de volcán. Y la vida, en cualquiera de sus formas, merece ser vivida.
No hay excusas para no vivir, ya que incluso moribundo, vale la pena respirar, aunque sea una vez; porque una vez basta. Hay que vivir, aun cuando la tristeza desgarre y la muerte tiente; porque la muerte solo es consuelo para el fuego que ardió en su totalidad, hasta el último aliento. No hay otra manera de vivir, ni tampoco de morir. Porque los que viven a medias, tampoco mueren del todo. Solo tiene el privilegio de la muerte aquel que vive de verdad.

Ahora soy ceniza, pero hay vida en mí.


1 comentario:

  1. Ayer me dijo una amiga: "Donde hubo fuego, quedan cenizas"

    Y ahora yo te digo: ¿De dónde surge el ave fénix con toda su fuerza y esplendor?

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