domingo, 18 de diciembre de 2016

Guille

Cuando te conocí, en septiembre de 2014, estabas aprendiendo a pronunciar tu nombre de España: Guille.
Ayer, cuando vi el discurso que diste en tu graduación, lloré. Lloré antes de que dijeras una sola palabra. Y aplaudí, sí, aplaudí cuando te llamaron al escenario, del otro lado del Atlántico.
Supongo que verte fue destapar mi corazón de emociones. Y por mi cabeza pasaron ráfagas de nuestros paseos por Madrid. Tú llamándome después de cenar, andando de noche, alumbrados por las farolas y el tráfico de la ciudad. Tantas conversaciones tuvimos en las que pude ser yo mismo. Tantas conversaciones en las que pude escucharte, reflexionar y callar.
Ayer, cuando te escuché hablar, al frente de tu universidad, no sé, me sentí orgulloso. “Yo soy amigo de ese tipito” decía dentro de mí.
Tus preguntas. Me encantan tus preguntas. Esas preguntas que te despojan de convencionalismos y ponen en marcha tus neuronas. Esas preguntas que solo se puede responder con vulnerabilidad. Contigo, es un placer ser vulnerable y sentirme pequeño, y dudar y tener miedo.
Recuerdo cuando volviste de Francia y te fui a buscar a Moncloa. Era primavera y las hojas de los árboles silbaban con el viento. Hablamos un buen rato, poniendo al día nuestras vidas. Pero al final, encontramos un banquito cerca del templo de Debot y tocaste la flauta. Tu cabeza y tus brazos se movían al son de la melodía, había tanta armonía en ese instante, todo estaba en su sitio. Las ramas meciéndose con la velocidad justa, la brisa purificando el aire, el silencio inusual de la capital. Qué belleza.
Te vi feliz ayer, y eso fue lo que más me alegró. Pero también te vi nervioso, pero de esos nervios que preceden a un acto de valentía.
Luego nos encontramos en Estados Unidos, en San Antonio. Recuerdo el downtown, y nosotros corriendo por esas calles iluminadas y esos parques llenos de niños. Recuerdo las bicis, el concierto de jazz al que no prestamos mucha atención. Y claro, nunca voy a olvidar la historia que inventamos Colleen, tú y yo. Aunque, ahora que lo pienso, la he olvidado. Sé que empezaba con un niño en un bosque, pero no recuerdo cómo terminaba. Pero el contenido de la historia no era lo importante. Para mí, esa noche creamos algo juntos, en esos asientos blancos en medio del césped del campus. Nos veo allí a los tres, con toda nuestra energía puesta en la creación de un cuento ficticio. Yo intentaba darle profundidad a la historia y Colleen intentaba reducirla al ridículo, pero no recuerdo cuál era tu estrategia para crear tu parte del relato.
San Antonio, hogar de mi equipo favorito de básquet, fue para mí un refugio, un lugar de sanación. Fue un punto de inflexión y un nuevo comienzo. Y fue gracias a ti. A tu “ático” en el que yo tenía que andar con la cabeza agachada. Fue un placer cocinar y compartir cenas en esa mesita redonda. Y claro, recuerdo la última vez que nos despedimos. Después del abrazo del adiós, tú recorriste ese pasillito que conectaba con tu universidad. Te vi marcharte, y agarré con fuerza las manos de Colleen, pero de algún modo, sentía que faltaba algo. Así que corrí detrás de ti, y te di un abrazo más, uno en el que las lágrimas fluyeron por mis mejillas, y yo solo pude decir: Gracias.
Ayer, mientras pronunciabas tu discurso, me di cuenta de que el tiempo pasa. Tú has estado en un vaivén entre San Antonio y Europa, yo me deslicé de América del Norte al Sur, y ahora de vuelta al viejo continente. Tú te acabas de graduar de la universidad; yo, bueno, dentro de poco terminaré un curso y me darán un diploma por ello, así que técnicamente es lo mismo.
Sí, el tiempo pasa. Pero al mismo tiempo no lo hace. Y contigo lo siento de esa manera, porque sé que nos volveremos a ver, no tengo ninguna duda, y el cuándo, no me preocupa, porque sé que la vida se encargará de brindarnos el espacio necesario para hacerlo. Sé que tú vendrás, que yo iré, o que nos cruzaremos por el camino, y sé que volverá a ser importante para ambos.
Verte ayer le quitó peso a mi mente. Y es que últimamente he estado pensando demasiado. He tenido algunos momentos altos y otros bajos. Pero hoy, hoy estoy aquí, escribiéndote.
¿Y sabes qué?
Hoy me preparé unos macarrones con berenjena, cayena y cilantro. Quedaron exquisitos y comí unos buenos dos platos. Me gusta cocinar, y sobre todo, me gusta hacerlo cuando no tengo prisa, cuando puedo picar las verduritas con tranquilidad y cocerlas a fuego lento.
Ayer, dijiste que el consejo que la mayoría de la gente se daría si volviera a tener 22 años, es que hay tiempo suficiente, y que al final las cosas saldrán bien.
Eso es lo que siento cuando cocino, y así es como me siento con respecto a mi propia vida.
Sin embargo, creo que a veces, todos olvidamos ese consejo. Y nos perdemos este momento por preocuparnos por el siguiente o arrepentirnos del anterior.
Recuerdo que yo quería eliminar esos momentos de estrés, esos días de conflictos y de pensamientos huracanados, pero ahora, creo que esos momentos le dan salsa a la vida. Esos temores, esos pasos temblorosos, esas voces que tartamudean.

En este momento, amigo mío, no pretendo ser perfecto. Y es que en este preciso instante, al igual que esa noche en el templo de Debot, todo está en su sitio. Tú allí, yo aquí, pero, de algún modo –como el nacimiento y el desemboque de un río – conectados, fluyendo a través de la misma vertiente infinita.



viernes, 16 de diciembre de 2016

Quizás

Son casi las 3 de la mañana, pero hay que escribir.
Hace 48 horas estaba un poco destrozado. ¿Razón?
Un cúmulo de cosas sobre las que estaba pensando demasiado. Una vez más, y arriesgándome a sonar repetitivo, tenía miedo y preocupaciones. Sobre qué estaba asustado y preocupado, en realidad es irrelevante. Lo único que importa decir es que eran asuntos externos, cuyo resultado final no depende de mí.
Una vez un buen amigo me dijo que lo único que puede hacer uno es darlo todo, pero que en ocasiones, incluso todo no es suficiente.
Hoy quiero hacerle una pequeña modificación a esa frase. En realidad sí que es suficiente. No voy a mentir(me), puede ser que lo des todo, que te entregues con todo tu ser, en cualquier acción, y que aun así las cosas salgan mal. Y eso escuece, duele y carcome.
Pero, ¿Qué significa que las cosas salen mal? ¿O que salen bien?
El otro día escuché una fábula china acerca de un granjero. El granjero tiene un caballo que realiza todas las labores del campo. El granjero ama a su caballo, pero un día, éste se escapa y el granjero se queda sin su mayor tesoro. Los vecinos van a visitarle y le dicen: “Hemos escuchado lo que te ha pasado, ¡Es horrible!”
A lo que el granjero contesta, encogiéndose de hombros: “Quizás”.
Unos días después el caballo vuelve a la granja y retorna acompañado de tres caballos salvajes. Los vecinos vuelven a visitar al granjero y dicen: “Hemos escuchado lo que ocurrió, ¡Es genial!
Y el granjero se encoge de hombros y responde: “Quizás”.
Luego, el hijo del granjero, intentando montar uno de los caballos salvajes se cae y se rompe la pierna en tres partes distintas. Los vecinos regresan y dicen: “Escuchamos lo que pasó, ¡Es horrible!”.
El granjero, una vez más, responde: “Quizás”.
Después, el país entra en guerra y el ejército va a reclutar al hijo del granjero, pero al ver su estado, lo dejan en paz. Los vecinos dicen: ¡Es genial!
Y el granjero, con voz suave y paciente, responde: “Quizás”.
Esa fábula realmente resonó conmigo. En mi vida, en incontables ocasiones me dejé llevar por las circunstancias, tachándolas de malas o buenas, sin comprenderlas en su totalidad. Esta sencilla historia muestra que en la vida nada es permanente y que cada experiencia no puede ser juzgada de manera inmediata como positiva o negativa.
De hecho, yo no recuerdo ni una sola mala experiencia de la que no haya aprendido algo o de la que no haya surgido una oportunidad.
Aprendí de torceduras de tobillo y de lumbalgias, de dolores de garganta y de heridas en las rodillas. Aprendí de relaciones que terminan, de insultos recibidos y agresiones enviadas.
Es más, me atrevería a decir que los verdaderos puntos de inflexión en mi vida han sido precedidos por grandes conflictos, por momentos de dudas y profunda insatisfacción. Todas esas circunstancias se transformaron en oportunidades.
Ayer fue uno de esos días en los que me acordé del granjero de la fábula. Era mediodía, yo me sentía tenso, bloqueado, intentando buscar una solución, desesperado por salir de ese estado, pero incapaz de alejarme del mismo. Entonces, yo mismo me dije: ¡Qué mal que estás Ariel!
Y mi respuesta espontánea fue, “Quizás”.
En ese momento, acepté la situación y me di cuenta de que el cuerpo me rogaba hacer ejercicio. Más concretamente, quería jugar fútbol. No sé por qué, pero era lo que quería.
Así que cogí el balón y fui a la cancha más cercana, pero había unos cuantos adolescentes fumando y parloteando en medio del campo. Y me asusté, me daba miedo entrar a la cancha solo. No sentía temor hacia los chicos, lo que me asustaba era que me vieran jugar y se rieran de lo malo que soy. Por muy ridículo que suene, esa es la verdad.
Lo que hice fue agachar la cabeza y volver a casa. Una vez más estaba frustrado, sin parar de pensar en un millón de cosas para mantenerme en ese estado. Además, el cielo estaba cubierto por un único manto gris, hacía frío, tal vez era mejor dejarlo para otra ocasión.
Pero al entrar a casa, me entró un arrebato de rabia y determinación.
-Al carajo, voy a ir a la otra cancha –me dije en voz alta. Y eso hice, solo que esta vez cogí el balón de básquet también. Fui corriendo, por momentos a máxima velocidad. Iba tan rápido, que las personas, coches y edificios se hacían borrosos y se quedaban atrás con cada zancada.
Al llegar a la cancha, inspirado por la épica música que fluía por mis oídos, me puse a correr con el balón en los pies, acelerando, pateando, tirando la pelota lejos y acelerando todo cuanto podía para alcanzarla. Después, abandoné el fútbol y me pasé al básquet. Driblé, hice fintas, giros, y corrí de un aro a otro hasta que los pulmones amenazaban con salirme por la boca. Y aun cuando no tenía aire, seguí corriendo, hasta que las piernas me temblaran. Solo entonces dejé el básquet y volví al fútbol. Estuve así, cambiando de deporte, hasta que de la emoción, di un pelotazo tan fuerte –y tan desviado –que sobrepasó la reja de la cancha y los arbustos de detrás. Tardé unos diez minutos en encontrar la pelota, que había realizado una gran excursión ladera abajo. Qué experiencia más catártica.
Entonces regresé a casa y me preparé unos ricos espaguetis con berenjena, tomate y un toque de vino rojo. Comí hasta que el corazón quedó contento y luego, después de un descansito, me puse a escribir. De repente, toda la tormenta que antes tenía en mi cabeza, había desaparecido. Ya no quedaba nada de ella.
Por la noche, salí al parquecito infantil de enfrente y me acurruqué en una especie de camilla colgante (realmente no sé cómo describirlo). Desde ahí admiré durante un gran rato la luna casi llena, y sonreí al ver cómo las nubes se desplazaban, desvaneciéndose, poco a poquito del horizonte nocturno.
Las nubes van y vienen. A veces cubren el cielo entero, en ocasiones se difuminan, dejando al descubierto el azul celeste. Nada es permanente, ni lo que llamamos bueno, ni lo que tachamos de malo.
Cuando te entregas a algo, cualquier cosa, con toda tu alma, el resultado en realidad no importa. Y si te dicen que las cosas han salido mal, puedes encogerte de hombros, sonreír y decir: Quizás.


viernes, 9 de diciembre de 2016

Comida, ¿Un negocio o un derecho?

Comer es un acto social, un placer, un trámite o un privilegio, dependiendo del cristal con que se mire.
Pero ante todo, la comida es una necesidad básica, algo sagrado.
Los alimentos que consumimos tienen gran influencia en el funcionamiento de nuestro organismo, pero también afectan al mundo entero.
Preguntémonos pues, ¿De dónde viene nuestra comida?
¿Cómo es posible que un kilo de azúcar que viene de África sea más barato que el azúcar producido en Europa? Y lo mismo ocurre con las bananas de Latinoamérica y el plátano canario. La fruta que atraviesa el Atlántico llega a salir más económica que la que se produce en España. Gran parte de los productos que consumimos vienen de muy lejos. ¿Cómo es posible que esto ocurra?
En gran parte, ocurre porque la tierra y el trabajo de las personas son más baratos en los países en vías de desarrollo, y por tanto es más rentable importar productos desde allí a España, por ejemplo, que intentar fomentar una producción local.
Y, ¿Cuál es el problema de esta situación?
Que en Bolivia, donde se come quinua desde hace más de mil años, la gente ya no puede permitírsela debido a la increíble subida de precios, porque la mayoría de la quinua que ahora se produce ya no es para ellos, sino para exportar a Europa y Estados Unidos.
En Camboya, miles de campesinos han sido forzados a abandonar sus tierras, a punta de palos, debido a que el gobierno y algunos empresarios, consideraban más económicamente rentable utilizar tal territorio para la plantación de caña de azúcar de exportación. Sin embargo, lo más triste de la situación es que la gente que ha sido expulsada de sus propios cultivos y fincas de los que antes vivían, ahora se ven obligados a trabajar en las plantaciones de azúcar para poder subsistir.
Esta situación de acaparamiento de tierras se está manifestando a nivel global, tanto en Asia, África y Latinoamérica. No es ninguna invención ni exageración.
Y al hablar de acaparamiento de tierras, hay que hablar de monocultivos y con éstos vienen los pesticidas, que van de la mano con los transgénicos.
Cuando vas por una carretera rural y observas el paisaje, tan solo se ven monocultivos. En Valencia ves quilómetros y quilómetros de cítricos, en Cáceres grandes extensiones de tabaco, por Castilla Girasoles. En Bolivia, ves laderas de montañas enteras cubiertas con cultivos de coca.
Y resulta que la naturaleza se caracteriza por la diversidad. La diversidad se respira en cualquier tipo de ecosistema, en las miles de formas, colores y funciones que desempeña la vida. En ese sentido, los monocultivos son algo nada natural. ¿Cuál es su consecuencia?
Que en un medio natural y diverso, las plagas y enfermedades lo tienen más difícil para proliferar, ya que muchas de ellas son específicas de cada especie. Por tanto, en un ambiente diverso, las plantas son menos propensas a sufrir plagas. Sin embargo, en los monocultivos estamos brindando las mejores condiciones posibles para que las plagas y enfermedades proliferen.  Y, ¿Qué necesitaremos entonces para controlarlas?
Pesticidas. Echamos químicos tóxicos a nuestros alimentos. Tóxicos que en teoría –según las empresas que los producen –no afectan a nuestra salud, pero que tampoco, según los mismos fabricantes, se puede asegurar de que no nos afectan.
Bayer, la empresa químico-farmacéutica alemana, incluso ha creado semillas que producen pesticidas por sí mismas.
Semillas. Monsanto es la compañía líder a nivel mundial de ingeniería genética de semillas. Monsanto ofrece a los agricultores semillas que serán más productivas, más resistentes y de crecimiento más rápido. Pero, lo que no se tiene en cuenta en este trato, es que a partir del momento en que compras las semillas que cultivas, te vuelves dependiente de la compañía. Y al depender de las semillas, dependes también de los pesticidas. Ese es un pack indivisible.
Y da la causalidad, de que Bayer y Monsanto se han fusionado.
Pero la comida no se limita a la agricultura, ¿Qué ocurre con los productos animales?
Cuando estaba en Ohio, vi enormes plantaciones de maíz y soja (transgénicos y rociados con pesticida) extendiéndose por gran parte del estado. ¿Saben cuál era la finalidad de dichas plantaciones?
Alimentar al ganado. Cientos, miles de hectáreas de terreno cultivable, que podría estar alimentando a las personas, está destinado a la alimentación de vacas, para luego poder comernos las vacas. Para mí, no tiene mucho sentido.
En Estados Unidos, de todo su terreno cultivable, tan solo se utiliza un 1% para el cultivo de verduras y frutas para las personas. Mientras que para alimentación del ganado se utiliza más del 70% de esta superficie.
Si nuestra prioridad es alimentar a la humanidad, ese estilo no es nada sostenible. El problema es que la prioridad no es alimentar a las personas.
La alimentación humana se ha convertido en un negocio, manejado por un puñado de empresas en un monopolio global. Y la prioridad de cualquier empresa son los beneficios económicos. Ahí está la raíz del problema.
El problema del hambre en el mundo no es la escasez de agua o la infertilidad de la tierra. La tierra es generosa y abundante. Eso lo he visto con mis propios ojos y sentido con mis manos. Cuando se le permite, la naturaleza florece y nos brinda sus frutos sin restricciones.  Y es que tan solo con la comida que se tira a la basura cada año se podría alimentar a todo el mundo.
Pero el problema no es solo el hambre. Y es que el sistema agroalimentario actual, tiene dos caras. Por una parte siembra hambre y desnutrición, por la otra obesidad y enfermedades relacionadas con una mala alimentación.
Pero claro, eso no es importante para los que rigen el sistema, siempre y cuando ellos sigan obteniendo beneficios.
Pero, ¿Es realmente un beneficio el dinero? Sobre todo cuando se obtiene a costa de la explotación humana y de la destrucción de nuestro hogar.
Porque esa es la consecuencia de la industria agroalimentaria actual, la destrucción del planeta.
Como ejemplo me gustaría poner el del aceite de palma, el aceite vegetal más usado del mundo, por sus diversas funciones y su bajo coste. Resulta, sin embargo, que la palma se cultiva exclusivamente en zonas boscosas tropicales, como el sureste asiático, algunas áreas del centro de África y en las regiones selváticas de Latinoamérica. En todas estas regiones se está produciendo una destrucción deliberada de los bosques para destinar dichas áreas al cultivo de palma.
Una de las situaciones más alarmantes tiene lugar en Indonesia, donde en 2015 se registraron más de 117.000 incendios forestales, muchos de ellos provocados exclusivamente para la plantación de palma.
El aceite de palma se utiliza en multitud de alimentos, como chocolates, aperitivos, galletas y precocinados; en gran variedad de cosméticos y también en productos de limpieza. Y cada vez que consumimos estos productos estamos dando nuestra aprobación para que se sigan destruyendo los bosques de nuestro planeta.
Sí, aquí entramos nosotros. Porque nuestras acciones son energía, y de nosotros depende dar energía al modelo agroalimentario actual o no.
“Consumir es un acto político” Escuché una vez. Y sentí que eso era cierto. Pero yo no creo en la política, así que prefiero decir que consumir es un acto de conciencia.
Porque tenemos que ser conscientes de lo que consumimos, de lo que estamos eligiendo para nutrirnos, ver qué hay detrás de cada alimento, ver a quién estamos apoyando.
Pero, no seamos simples consumidores. Si la comida es algo sagrado para nosotros, no nos conformemos con comprarla. Involucrémonos en su proceso, aprendamos de la tierra, busquemos opciones locales, sostenibles, de proyectos que merezcan la pena. No demos por sentado que alguien va a sembrar y cosechar todos nuestros alimentos y traérnoslos hasta casa. La alimentación no es un negocio, es un derecho y una necesidad. Toda persona tiene derecho a la obtención de alimentos buenos y saludables, pero del mismo modo, también es responsabilidad nuestra hacer que esto ocurra, empezando por nosotros mismos.
La comida no puede ser un negocio. La vida, la naturaleza y sus recursos, no son un negocio, ni pueden ser manejados por una empresa.
Hemos llegado a considerar nuestro planeta como un simple medio para la obtención de beneficios, y en el proceso hemos olvidado que este es nuestro hogar, y el hogar de millones de otras criaturas vivientes. Este lugar, esta tierra, con todos sus misterios y maravillas, merece mucho más de lo que le estamos dando. Y por ahí es por donde hay que empezar, valorando, agradeciendo, cuidando y amando lo que tenemos.
Nuestra prioridad máxima tiene que ser el bienestar de la humanidad y de la vida en su totalidad. Porque si no tenemos un planeta sano, los beneficios económicos importan tres pepinos, o mejor dicho, no importan nada, porque los tres pepinos sí que son relevantes.




 También, para el que le interese, aquí dejo unos cuantos vídeos relacionados con este tema y que pueden ser muy útiles para crear conciencia:

Tuve la oportunidad de ver este documental en un festival de cine la semana pasada y personalmente es el trabajo audiovisual que más me ha llegado a nivel personal. Trata del acaparamiento de tierras a nivel global, el modelo agroalimentario actual y explora la agricultura sostenible. En este enlace puedes ver el documental por 3 euros, algo que yo consideraría una buena inversión.

Este señor me hizo llorar de emoción y me llenó de inspiración. Lo escuché hablar después de la proyección del documental citado arriba y tuve la oportunidad de compartir un abrazo con él al final de su charla.

Este es un documental de National Geographic, producido y narrado por Leonardo DiCaprio y a mí por lo menos, desde que salió publicado, me apareció por todos sitios. En este enlace está en Español, pero si prefieres el idioma original es muy fácil encontrarlo. 







jueves, 1 de diciembre de 2016

CREER

Creed, sed utópicos, porque la utopía de hoy es la realidad de mañana.
Eso escuché hoy, de boca de un señor de perilla blanca y calvito en toda la parte central de su cabeza.
Llevo un tiempo, más o menos un mes, preocupado por dinero, por cómo ganarme la vida. Estaba en conflicto, por querer papelitos verdes, pero al mismo tiempo por no querer venderme. Tenía miedo de no poder conseguirlo.
Estaba asustado de este mundo. Tan asustado que a veces me entraban ganas de desaparecer y dejar de existir. Me sentía muy distante a los demás, me sentía solo, aislado, ignorado, sin ninguna clase de valoración externa.
En esta vida me han dicho de todo. Me han llamado mediocre, ingenuo, vago, egoísta, miedoso. Y debo admitirlo, eso a veces duele.
Duele que nadie te de palmaditas en la espalda y te sonría, diciéndote que lo que estás haciendo está muy bien.
Me dolía que me mirasen como a un loco cuando decía que lo más importante para mí era vivir con amor. Me dolía que muchas personas me juzgasen por mi capacidad –o incapacidad –de generar dinero.
Tanto me dolía que incluso me escondía. Me escondía porque me daba miedo salir al mundo con el corazón al descubierto y hacerme daño. Me escondía porque sentía que no tenía lo que el mundo pide para ser exitoso. Me escondía porque no tenía títulos, ni premios, ni nada valorable.
Me sentía pequeñito, indefenso, con ganas de meterme en una cueva, hacerme un ovillo y cerrar los ojos.
Pero, siendo honesto, estaba siendo un cobarde.
Y no lo digo por juzgarme o criticarme. No necesito hacerme eso. Estaba siendo cobarde por rendirme antes de hacer nada. Estaba buscando excusas para no seguir mi corazón, para no lanzarme a lo desconocido.
Porque lo que tiene seguir al corazón, es que no sabes cómo acabarán las cosas. Vivir de corazón es ser vulnerable, es ser tú mismo, es ser sincero y transparente. Y yo tenía miedo de hacer eso, porque tenía miedo a salir herido por el camino. Tenía miedo a fracasar, a que las cosas no salieran bien.
Pero hoy veo, en este momento veo, que no puedo saber si las cosas saldrán bien. Tan solo puedo dar todo cuanto tengo, entregarme con todo mi ser y ver lo que surge.
¿Y sabes qué?
No necesito saber que las cosas saldrán bien.
Recuerdo la montaña de Toubkal. El viento, la nieve, el frío, los precipicios, las ampollas en los talones. En ningún momento pensé en la cima, en cuanto faltaba, en cómo lo conseguiría. Todo mi cuerpo y espíritu vivían tan solo para el siguiente paso.
Y llegué. Llegué a la cima. Y luego bajé.
No soy insignificante. Nadie es insignificante. Y lo que hago cuenta. Lo que pienso, lo que digo y las acciones que tomo son importantes. Todos somos importantes.
Todos somos seres vivos, complejos, mágicos. Sí, la vida es mágica. Y cuando hablo de magia, me refiero a que es extraordinaria, especial, que hay algo esencial en la vida que es infinito, ilimitado y puro.
¿Y qué voy a hacer?
Lanzarme a lo desconocido. Entregarme al mundo siendo yo mismo.
¿Y qué puedo ofrecerle al mundo?
Mi vida, mis manos, mis ganas de correr, saltar y observar. Puedo darle al mundo mi pasión por el basket y mi entusiasmo. Puedo darle energía y abrazos fuertes.

Hace poco vi un árbol largo, de tronco enmarañado y cubierto de hojas amarillas. Soplaba viento y había sol, y las hojas se desprendían solas de sus ramas y volaban por el cielo, danzando, haciendo espirales, hasta caer en el suelo, cubriéndolo de colores y belleza.
Y yo tan solo pude arrodillarme ante tal espectáculo. Arrodillarme y llorar. A eso me refiero cuando digo que el mundo es mágico.
Y en este momento, no tengo miedo. Y sin miedo puedo ver con claridad que ganar dinero no importa.
Siento valentía en el pecho. Me siento fuerte, emocionado, enérgico. Me siento pasto húmedo y salmón de río. Me siento ciervo, dejando huellas en la nieve, respirando aire frío.
Y veo la vida sencilla. Veo que lo correcto es simple.
La culpa no es necesaria. La preocupación es inútil. Este momento es nuevo, irrepetible, nunca ha existido uno igual y no lo volverá a haber. Y sí, hay dolor en el mundo. Hay dolor e injusticia. Hay un sistema corrupto, guerras y empresas agroalimentarias que generan hambruna.
Sí, en el mundo hay todo eso, y es triste. No se me ocurre otra palabra para describirlo. Pero sé que se puede hacer algo distinto. Sé que podemos hacerlo mejor. Sé que la naturaleza es generosa y abundante. Lo he visto con mis ojos y sentido en mis manos. Sé que se puede vivir en paz, como hermanos y hermanas, con cariño y gratitud.
Y sé que puedo empezar a construir ese mundo, con cada acción, con cada gesto, instante a instante. Puedo dar ese paso a lo desconocido, ese salto de fe.

Porque la utopía de hoy es la realidad de mañana. 


jueves, 10 de noviembre de 2016

Presidentes, políticos y líderes

Circo. Esa es la primera palabra que me surge.
Durante el año pasado y este, tuve la oportunidad de encontrarme en Estados Unidos y ver gran parte del espectáculo de la campaña presidencial.
El año pasado estaban eligiendo al candidato de cada partido, por aquella entonces, todos se tomaban a Trump como una broma de mal gusto, a pesar de que ya se encontraba primero en las encuestas de los republicanos.
Del otro lado –o del supuesto otro lado –estaban Hillary y Bernie, y ya se veía que aunque el segundo tal vez fuera más coherente, la primera tenía opciones más “realistas” de ganar un enfrentamiento con Trump.
Y este año, llegué cuando la cosa estaba más caliente. El enfrentamiento estaba definido y la batalla prometía ser feroz. Toda la media estaba pendiente, a la caza de jugosos reportajes, la emoción se sentía en el ambiente, la tensión, la rivalidad, el mutuo desprecio entre ambos contrincantes. Y yo me preguntaba, ¿Esto sigue siendo política? ¿Es esto tan siquiera real?
Me daba la sensación de estar en medio de una batalla épica, como en un enfrentamiento entre Romanos y Cartaginenses, pero al mismo tiempo me sentía que estaba viendo un combate de lucha libre, ya saben, de esos combates en los que tan solo se hacen piruetas, se dan puñetazos falsos y tan solo se busca dar un buen rato de entretenimiento al público.
De la convención de los republicanos vi muy poco, pero tenía ganas de escuchar hablar a Trump. Nunca había visto un discurso entero suyo, y sigo sin verlo. Aguanté unos 10 minutos, no porque el tipo me cayera mal, sino porque lo que decía era simplemente un disparate, y ni siquiera se esforzaba por disimularlo.
Sin embargo, sí que me tragué una buena parte de la convención demócrata. Quería ver a los supuestos buenos de la película. Allí salieron Obama, Michelle, gente famosa y demás personajes, todos apoyando a Hillary, diciendo sus miles de virtudes, dando incontables argumentos para apoyarle y votarle, pero me llamó la atención de que todos los que hablaron en la convención (al menos me pareció a mí) insinuaron que si no se apoyaba a Hillary, la alternativa sería mucho peor.
Y ahora, resulta que esa opción mucho peor se convierte en el nuevo presidente del país. La verdad no me lo podía creer, pensaba que se trataba de una broma, al fin y al cabo Trump siempre había sido eso. Al menos toda la gente con la que hablé de Estados Unidos decía eso, todos salvo Frank. El bueno de Frank sí que sabía por dónde iban los tiros.
“Tan solo esperad hasta noviembre chicos, en noviembre todo cambiará cuando Trump sea presidente” vaticinó él allá por el mes de junio.
Y todo el mundo lo creía un loco.
Bueno, en fin, ¿Qué opino yo de todo esto?
Nada. Pero esta me parece una gran oportunidad para expresar algunas cosas que siento.
En primer lugar, aparte de la presidencia de Estados Unidos, también estuve en Bolivia durante el referéndum para determinar si Evo Morales se podía quedar de manera indefinida como presidente. Y llegué a España justo después de las segundas elecciones y a tiempo para ver cómo se planteaba llegar incluso a unas terceras.
¡Ah! Y también estuve de pasada en Perú, también días antes de las elecciones presidenciales, que se ve que allí también había candela.
Y en todos esos lugares la gente depositaba tanta energía en la política, gastaban tanta saliva en hablar de políticos y presidentes, derrochaban ilusión y rabia en partes iguales. La gran mayoría buscando líderes, representantes dignos que cambien las cosas para mejor.
En estos dos días he visto muchas reacciones de la gente hacia el nuevo presidente de los Estados Unidos. Y yo me pregunto, ¿Por qué?
¿Por qué importa tanto una persona?
Y me da igual que sea un tipo corrupto, machista, racista y lo que sea. Me da igual que ahora ese tipo ostente un cargo llamado “presidente”. Es una persona, una sola persona, ¿Por qué importa tanto? ¿Puede una sola persona cambiar algo a nivel global?
Sí. Lo que me sale responder es sí. Todas las personas tienen la capacidad de hacer algo así. Y por esa misma razón, ¿Por qué invertir energía en un payaso?
Si de verdad sentimos que un cambio es necesario, ¿Por qué no cambiar nosotros?
Si vemos que el egoísmo consume al mundo, ¿Por qué no ver si nosotros estamos siendo egoístas?
Si observamos que el mundo vive con miedo y que la libertad no puede existir cuando hay miedo, ¿Por qué no hacer al respecto?
¿Por qué buscar un líder que cambie las cosas?
¿Por qué nosotros somos insignificantes y ellos no?
No creo en líderes, no creo en políticos, presidentes, gurús, sacerdotes o el título que se quiera inventar. No creo en la autoridad, en ninguna de sus formas.
Y siento, firmemente que la mayor luz que puedo ofrecer al mundo y a la vida, es ser yo mismo, expresar lo que de verdad siento. Y en esa expresión, en esa libertad, hay amor. Y el amor es lo único que de verdad cambia algo, o mejor dicho, todo.
Siento que cuando mis acciones no llevan amor dentro, lo que hago es quitar luz al mundo. Quito luz al mundo cuando juzgo, cuando por miedo no hago lo que siento, cuando ambiciono más de lo que necesito, cuando me separo y cuando compito, cuando envidio y cuando mis actos se impregnan de egoísmo.
Y cuando privas al mundo de amor, estás ayudando a crear un mundo corrupto.
Tal vez podría ser una buena oportunidad para preguntarnos lo que realmente importa en esta vida y hacer algo al respecto.
Y, al menos para mí, lo más importante de esta vida es amar. Todo lo demás es algo secundario.


P.D.: Éste vídeo me pareció muy poderoso y está relacionado con lo que he escrito:
https://www.youtube.com/watch?v=YE27SgMEXHo

martes, 8 de noviembre de 2016

La vida en pareja

Pareja, novios, amigos, lorzombawers… La verdad, no tengo ni idea de cuál sería la palabra para definir lo que hay entre nosotros.
Sin embargo, el hecho es que tú y yo vivimos juntos.
Desde que te conocí, con las primeras lluvias de otoño hace dos años, el tiempo que hemos pasado juntos ha sido 24/7. Antes incluso de besarnos, mimarnos y dormir en la misma cama (o en dos camas individuales una al lado de la otra), ya vivíamos juntos.
Me encanta recordar cómo nos conocimos. Me gusta verte recién llegada de Ghana, con tu falda larga, tu mochila gigante y los pies sucios.
A veces, cuando te miro, veo todo el camino que hemos recorrido. Las dunas del desierto, la carpa en medio de la arena, los reencuentros… Me vienen emociones como vientos del sur, removiéndome por dentro. Cuánto hemos vivido…
Recuerdo mi desesperación por volver a verte, las miles de ideas que se me ocurrían para estar juntos, para verte tan solo una vez más. Al principio el mundo giraba en torno a nuestro próximo encuentro, todas mis energías destinadas a que eso fuera posible.
Y al final, fue justo lo que pasó. ¿Te das cuenta de todo lo que hicimos?
Nos recorrimos una buena parte de Estados Unidos, y en ese proceso peleamos por comida, disfrutamos del paisaje, cantamos Some one like you a todo pulmón en el Lexus de tu papá. Discutimos por el futuro, sufrimos inseguridades, comimos helado de blackrasberry chip, conocí tu universidad, nos sentimos incómodos, me presentaste a tus amigas. ¡Te disfrazaste de una banana! Y yo de una tortuga ninja. Vimos a Guille en San Antonio, nos inventamos una historia, ¡Jessica te sorprendió! Y tú lloraste. Conocí al Wolf pack. Yo volé a Lima.
Tú fuiste a Bolivia. Conociste a mi mamá, a mis hermanos, a Daniel, a Mamá Agarita, a Gloria, a Janine y a todos sus hijos. Hicimos el Totorapata y nos embadurnamos de lodo. Fuimos a Arubai, ¡Nos bañamos en Cuevas! Tomamos helados con Pamela. Fuimos al Alto y aprendimos con los chicos. Cocinamos para 15 personas, jugamos al frisbee contra Miguel y Cristian, y perdimos, pero en realidad ganamos.
Volvimos a Estados Unidos, tuvimos conflictos con tus papás, fuimos a Minnesota, trabajamos en una finca orgánica. Nos sacamos ampollas limpiando el maldito Pond, nos bañamos chutos, comimos delicioso y nutritivo. Tomamos organic fresh Whole Milk. Conocí a Silvie, fuimos a bailar juntos y nos divertimos, muchísimo. Vimos otra vez a Jessica, ¡Pasamos más de una semana con ella! Nos sentimos como niños, porque lo somos. Estuvimos con Jordyn, pasamos por Madison. Vimos la campaña presidencial. Fuimos a la boda de Maria, bailamos hasta dejarnos el alma en la pista. Cuidamos a Mason y Reid, fue estresante, nos sentimos muy frustrados cuando no nos hacían caso. Pero los disfrutamos. Yo me tiré por primera vez de un diving board, e hice un mortal, y caí con la espalda. Vimos ganar a los Cavaliers, juntos, en Ohio.
Vimos a Ginóbili jugar sus últimos juegos olímpicos. A ti no te importaba, pero estabas ahí, disfrutándolo igual, solo porque a mí me apasionaba.
Siempre has estado, en todos los momentos. Has estado cuando yo me hundía y cuando volaba. Me has abrazado cuando yo sentía que no lo merecía. Has escuchado mis complicaciones y mis acentos irritantes en inglés. Has sido mi chófer y yo he sido el DJ.
Ha sido duro, agotador, estresante y excitante. Ha habido momentos de nada y momentos de todo. Silencio, paz, gritos y ruido. Frío y calor, sopa y ensalada. Hemos crecido y también nos hemos encogido. Hemos cambiado de voz, de ropa y de células.
Nunca ha sido perfecto. Pero siempre ha sido mágico, es mágico. Ha habido veces que nos hemos quedado sin respuestas y hemos vagado por la incertidumbre. Hemos buscado seguridad y nos hemos aferrado el uno al otro por miedo a salir al mundo solos.
Al principio tan solo importaba estar juntos, pero ahora siento que entramos en una etapa en la que queremos construir sobre esa base. Queremos vivir juntos, compartir un espacio en el que abrazarnos, comer, leer y dormir. Pero al mismo tiempo tenemos otras inquietudes, otras cosas vibrando en el interior. Cada uno siente que quiere seguir y descubrir lo que le apasiona, dedicar energía a ello. Pero asusta que el hacerlo derrumbe lo que tanto ha costado construir.
Sin embargo, tú y yo no hemos construido nada. Tan solo nos hemos amado, y cuando hay amor, las cosas florecen solas.
Una vez me dijiste que lo nuestro funcionaba porque lo dejábamos funcionar. Eso fue hace un año y medio y lo seguimos olvidando, una y otra vez.
Continuamente nos entra el miedo a que si no hacemos un esfuerzo por mantenernos unidos, todo esto se va a desmoronar. Pero lo único que quiere mantenerse unido es lo que está separado. Y desde luego, cuando tenemos miedo, nos sentimos separados, muy lejos el uno del otro.
Y tampoco sirve forzarnos a no forzarnos. Eso no tiene ningún sentido, ya lo hemos comprobado los dos.
El amor es la esencia de esta relación, y es la esencia de la vida. Y me doy cuenta de que cuando te amo de verdad, no pretendo alterarte en absoluto. El amor no pretende cambiar, ni tampoco hacer sentir mejor, el amor no está aquí para combatir al miedo. El amor no lucha, tan solo se entrega, incondicionalmente.
El problema es que a veces olvidamos la esencia y nos centramos en la superficie. Y en la superficie están todos esos problemas y conflictos en los que nos envolvemos.
Y empezamos a creer que lo importante de la vida es la superficie. Esa superficie en la que están las búsquedas de seguridad, el dilema del dinero, el problema de tener que venderte, el egoísmo y la dependencia.
Pero cuando vuelvo a la esencia, de verdad que siento que todo eso es la superficie, tan solo una nube pasajera en el horizonte. Todos los pensamientos son tan solo eso, pero a veces nos distraemos y los hacemos nuestros, y nos metemos en la nube, y nos volvemos grises y pesados. Pero hasta las nubes grises descargan lo que llevan dentro y derraman lluvia, vida en forma líquida.
Tan solo quiero agradecerte por todo. Por cada instante que vivo contigo. Todo ha cambiado desde que esta aventura tuvo comienzo. Mi pelo es más largo, mi barba más frondosa, tus bíceps más grandes, nuestros hábitos alimenticios más saludables y nuestras cacas más frecuentes. Lo único que sigue igual son tus pies sucios, tus uñas largas y tu belleza, reluciendo en cada una de tus pecas, en cada mechón de pelo, en cada uno de tus latidos y todas tus miradas, sonrisas y expresiones.
Han surgido conflictos y complicaciones, y no sé cuándo dejarán de aparecer. Tal vez nunca lo hagan, incluso, puede que los conflictos y complicaciones no sean un problema. Quizás tan solo sean oportunidades para cambiar y hacer algo distinto, la verdad es que no lo sé.
Pero sé que te quiero y que mañana voy a verte. Sé que quiero vivir contigo, ya sea en el sur o en el norte. Sé que el lugar no es un problema y que puedo ser yo mismo y vivir de corazón en cualquier sitio.
Sé que no necesito decirte que las cosas saldrán bien, porque todo, en este momento, ya está bien.
Eres libre amor, eres libre y estás viva, caminando por un lienzo de infinitas posibilidades.


viernes, 28 de octubre de 2016

Empezar de nuevo

El ser humano no se conocía a sí mismo. La división empieza y no termina. Se prolonga en las leyes y se expande con la estrechez de las fronteras.
Y yo me pregunto, ¿Se puede vivir en este mundo?
¿Se puede amar sin condiciones?
¿Por qué no cambiar cuando algo carece de sentido?
¿Por qué vivir con miedo?
¿De qué estamos asustados?
Vamos a morir. La muerte es inminente, respira en nuestra nuca. Es más, la muerte late en cada corazón humano y en cada retoño de vida. Todo a nuestro alrededor está muriendo, sin resistirse, la vida se entrega a la muerte con los brazos abiertos. Los ríos se secan, las hojas se caen, hasta las rocas se parten, se desgranan hasta convertirse en arena, empujada por olas, que van y que vienen, en un océano infinito de posibilidades.
Vivimos en un mundo donde levantarse es un esfuerzo, en el que el trabajo es un sacrificio. Vivimos en un mundo en el que da vergüenza ser honesto, en el que se aplaude las apariencias.
¿Y qué se gana con criticar este mundo?
Nada. Este mundo es mi hogar. Al igual que lo son las estrellas de noches despejadas. Mi hogar son las miradas apáticas y el vapor de las ollas de guiso. Mi hogar está en los edificios grises y en las alas multicolores de las mariposas.
Yo soy la ciudad vertiginosa, las pausas entre puntos y el silencio que brota al acabar la melodía. Soy el día, la madrugada fresquita y el rocío cubriendo las hojas.
Juzgar es como intentar darle puñetazos al vacío. Y desde luego, no hay diferencia entre juzgarte a ti mismo o a los demás.
¿Es que acaso importa?
¿¡Qué diferencia hay entre tú y yo!?
Ese es el origen de todos nuestros problemas, creer que tú y yo somos distintos, que estamos separados. De ahí nace la soledad, el sentimiento de aislamiento. Nos separamos y luego queremos unirnos, a toda costa, crear asociaciones, grupos y acuerdos. Inventamos leyes para permanecer juntos. Pero nunca vamos a estar juntos, porque ya somos lo mismo.
Tú ya respiras en mis pulmones, yo ya me muevo en tus dedos. No es una metáfora decir que lo que te hago a ti, me lo hago a mí mismo. Para mí eso no es una artimaña, es un hecho.
La vida es una y el miedo se empeña en dividirla. Y es que hay miedo a la unidad, porque en ella no hay cabida para el individualismo.
Y cada uno se siente individuo, separado de los demás. La cabeza se ve lejos del corazón, con un montón de carne y hueso de por medio. Nos sentimos como burbujas revestidas de piel, relacionándonos con otras burbujitas cubiertas de piel distinta. Nos sabemos islas perdidas en un vasto mar, pero lo que no vemos es que hasta las islas nacen de la misma tierra, tan solo hay que profundizar lo suficiente para observar que todas tienen el mismo origen.
Profundizar en ese mar, es profundizar en uno mismo.
Si tan solo nos detuviéramos un rato, tan solo un ratito y nos observáramos de verdad, mirándonos a los ojos. Observar el contraer de las pupilas, el abanicar de las pestañas, la inmensidad de una mirada.
Vivamos, porque este momento es un regalo, porque si observas con suficiente atención, siempre hay algo mágico ocurriendo. El sol puede estar pintando el horizonte, o un pajarillo estar bañándose en alguna fuente, puede que la brisa quiera acariciarte en este instante, o que un desconocido te dé las buenas tardes. Puede que un perrito se te acerque batiendo la cola, o haya una hoja amarillenta cayendo de un árbol. Tal vez huela a tierra húmeda en el aire o puede que no ocurra nada.
No estoy aquí para inspirarte, ni para decirte qué buscar o qué hacer, o cómo vivir. Y ya sabes que cuando te hablo a ti, me estoy hablando a mí.
Estás aquí. En una biblioteca pública, con una señora del ayuntamiento en la mesa de delante, con luz artificial iluminando la estancia. Hay gente entrando y saliendo, hay ventanas abiertas y cristales, tuberías que escalan por paredes verticales. Hay madres con cinco hijos, divorcios no muy gratos y herencias que se disputan con garras y dientes. Hay mechones de color anaranjado, montañas cubiertas de niebla y lluvia densa. Hay corazones que laten y latidos que se esconden. Hay tambores que retumban, hay vibraciones y canciones que te mueven por dentro. Hay música en el silencio y frutos jugosos que crecen en el desierto. Hay bebés elefantes y zorros árticos. Hay leyes constitucionales y despachos notariales. Hay osos pardos que se frotan sus espaldas en los troncos, hay humo de tabaco y gente que toma sopa con tenedor. Hay piernas que caminan inseguras, mentes inquietas y lagartijas que trepan.
La señora del ayuntamiento se va y cierra la puerta. En las últimas dos semanas la vi un par de veces, tacañeando sonrisas y un tanto seca.
Pero, ¿Cómo puedo exigirle sonrisas?
Hasta hoy la juzgué, tachándola de aburrida y mezquina. Pero si ella soy yo, criticarla es no comprenderme. Y quizás por eso, al no comprenderme, me estaba frustrando, exigiendo buen trato, sin yo expresar cariño.
Señora del ayuntamiento, gracias. Gracias por ser una personita y enseñar al mundo su pelo rizado. Gracias por darme la oportunidad de conocerla.
¿Qué le parece darnos la oportunidad de empezar de nuevo?

Este es un gran momento para hacerlo.


miércoles, 19 de octubre de 2016

¿Qué ocurrirá después?

La pregunta siempre surge. El después despierta al miedo e invita a las preocupaciones. El verbo futuro parece ser la búsqueda de seguridad enmascarada. Pero, en esta ocasión, es la vida la que pregunta, ¿Qué ocurrirá después?
Es tan solo una pregunta, una pregunta vacía, desprovista de expectativas, planteada sin esperar respuestas. Una pregunta que hace eco sobre un lienzo en blanco, invitándome a pintarlo, invitándose a sí mismo a colorearse.
Y la respuesta instintiva es vivir. La vida siempre está, en la quietud y el movimiento, en la nada y el todo. Y dentro de esa vida, ¿Qué intención hay? ¿Qué se quiere crear? ¿Manifestar?
En esta ocasión contesto que escribir, comunicar y expresar. Eso es algo que sale sin esfuerzo, cuando tiene que salir. De momento escribo en esta maquinita y también en cuaderno a rayas. Escribo con los dedos y publico el resultado en un blog, ese espacio llamado “Nací para vivir”.
Recuerdo el día en que creé el blog. “Nací para vivir” no fue la primera opción, e incluso recuerdo algo de frustración cuando cada idea que se me ocurría para nombrar el blog ya estaba cogida. Pero cuando surgió lo de nacer para vivir, y google me dijo que estaba disponible, supe que era el nombre apropiado. Era justo, era una intención sencilla que se expresaba clara, sin confusión.
He disfrutado mucho con este blog. A veces me sentía orgulloso de él, a veces decepcionado, en ocasiones esperaba más visitas, o más comentarios, o simplemente más voces de aprobación.
Pero creo que este blog refleja la vida –al menos la que yo experimento –de manera honesta. En este blog, las palabras me han desnudado por completo, y alguna que otra vez, eso me incomodaba. A veces me preguntaba por qué subía tales textos a un sitio público, contando cosas en teoría tan personales. Sin embargo, con “Nací para vivir” entendí que no hay nada personal. Y sí, tal vez la gente que ha leído lo que escribo no se cuente por millares, ni por centenas, pero eso no importa. No importa quién lee o cuantos leen, lo importante para mí es expresar lo que siento que tengo que expresar. Con el blog entendí en mi propia piel que la vulnerabilidad corre por las venas de la valentía.
Y finalmente, ¿Qué ocurrirá después?
En cuanto a la escritura, ahora siento, cada vez con más fuerza, que quizás valga la pena poner lo que escribo a disposición de más gente.
¿Cómo lo haré?
La verdad es que no creo en esa pregunta. No siento que la vida se pueda expresar o explicar con un “ Cómo”. A mi modo de entender las cosas, tan solo hay una fuente , un manantial eterno, del que brota todo, con el único propósito de manifestarse y disfrutarse por la propia vida.
Pero la intención está, y los pasos que se dan, están impregnados en ella. Porque tampoco siento que haya un caminar hacia un sueño, ya que el sueño vive en el mismo andar.
Luego, aparte de la escritura, pero siendo también una forma de expresión natural en mí, están los niños, esas criaturas menudas que rebozan espontaneidad y frescura. Por algún motivo, me siento muy cómodo entre ellos y creo que tiene algo que ver con que a ellos tan solo les importa jugar. Los niños juegan, todo el tiempo, y es en la niñez cuando el ser humano más aprende; cosa que para mí no es casualidad. La vida, para mí, se vive jugando. Así desarrollas músculos y creatividad, así se regocija el alma, tamborileando a la luz de la luna, con pedos sonoros, saltando y bailando entre las sombras de una fogata.
Pasar tiempo con niños es algo a lo que quiero dedicar tiempo, entendiéndose por niño todo aquel ser humano que esté dispuesto a expresarse libremente.
Y por último, está el espacio, el lugar en el que sembrar verduras e intenciones, el sitio en el que expresar vida.
Tengo la visión de un espacio abierto, con árboles y pastizales fundiéndose en equilibrio. Veo casitas, herramientas y jardines. Bicicletas, aros de básket y pequeñas colinas desde las que observar el atardecer. Veo gente invitando a más gente, invitándola a almuerzos de arroz calentito y frejoles jugosos. Siento silencio y escucho palabras que no pretenden vender nada. En el espacio se siente la abundancia, la de la tierra, la del trabajo y las manifestaciones artísticas. Y es que veo mucho arte, alimentado con curiosidad. Veo pies descalzos y uñas cubiertas de polvo. Palpo aguas cristalinas y peces inquietos, árboles frutales y extremidades dispuestas a treparlo. Veo caballos, y me veo a mí mismo en sus enormes pupilas, me siento en sus patas y en el viento que sacude sus crines.
Y ese lugar no lo veo en un sitio en concreto, sino más bien latiendo en todo lo que existe, lo veo en las miradas, en las risas y en los gestos diarios de amor. Sé que existe, es algo cuya certeza se palpa en el corazón eterno, en la fuente de la que todo mana, en la sencillez de la esencia.
No hay nada de qué preocuparse. Las estrellas brillan con luz propia, iluminándose a sí mismas y al universo entero, y cada manifestación de vida tan solo puede hacer eso.

Lo que ocurrirá después está ocurriendo hoy. En cada paso va impregnada la intención.

martes, 18 de octubre de 2016

Cuando te conocí

El mundo se regocijaba en sí mismo. Las mariposas estiraban sus trompas y las flores se abrían, disfrutando del cosquilleo. Las mañanas les cantaban a los atardeceres y las estrellas reían, todas ellas, sin hacer el más mínimo ruido. Las moscas cosquilleaban las piernas peludas y los aguacates maduraban al sol de mediodía.
Había árboles altos por aquella entonces, árboles de mango que extendían sus ramas generosas, brindando su dulce fruto a cualquier viandante.
También había muchos viandantes, y aunque parezca mentira, todos tenían tiempo, o mejor dicho, no vivían con tiempo. Ni siquiera sé por qué les digo viandantes, cuando en realidad eran tan solo andantes. Ellos andaban y se paraban, con la barriguita siempre dispuesta a engullir un mango más.
No sé cuánto me cambió el viaje, o si tan si quiera el viaje me cambió. Tal vez fui yo el que cambié sin necesidad de moverme, o quizás no haya cambiado en absoluto. Habría que cuestionar incluso si yo existo.
Recuerdo el día que te conocí, tan solo pensarlo me hace sonreír. Tú dormías, como un bebé, roncando como un cocodrilo hambriento; yo quería despertarte, mas mi intención no era asustarte. Eras una criatura tan pequeña, te veías tan frágil e inocente.
Te vi crecer, expandirte y fundirte con los ríos. Te vi ser roca, madera y tierra.
Recuerdo cuando tu boca quemaste con café ardiente, y cuando en tu primer otoño se te amarillearon las hojas. Recuerdo la primera ola que formaste y también tu primer vuelo, cómo olvidarlo, sobrevolando aquel lago, salpicándote las patas y luego fundiéndote con un cielo rosado.
Recuerdo las lágrimas de elefante, el comercio de especias en el mercado y los garbanzos cocidos con zapallo.
Un día desperté y tenía cuatro hermanos. Luego volví a abrir los ojos y resulta que en realidad no tengo nada. No te tengo ni a ti vida, ni siquiera a ti, pues tú te tienes sola. Y tanto tiempo he pasado creyendo que era yo el que te observaba, tantos recuerdos en los que creía que tú estabas allí fuera, manifestándote con tus mil formas. Y al final resulta que yo no existía y que al único que observaba era a mí mismo.
¡Qué complicado se antoja con palabras!
El lenguaje enreda y parece que pone trampas. Y si lo que quisiera decir, lo dijera solo con palabras, entonces lo escrito no tendría ningún sentido.
La palabra es la forma, pero en la misma forma está la esencia. La raíz profunda de los árboles, se manifiesta en la punta de sus hojas. La inmensidad del océano cobra forma en la última ola que se quiebra, ya sobre la playa, ante los pies descalzos de un recién nacido.

Recién nacido, así eras tú cuando te conocí. Y ahora lo eres otra vez. Porque todo lo que muere, vuelve a nacer.

domingo, 21 de agosto de 2016

La cucaracha Magda

Hola, soy Magda. Me encantan los tomates, sobre todo los podridos, esos bien jugositos y oscuros. ¡Mmm qué rico!
Lamentablemente, hace décadas que no veo un solo tomate. Desde que los humanos se extinguieron, nadie en este mundo volvió a cultivar tomates.
¡Esos humanos! Todos los demás están muy contentos de que ya no existan, en especial las otras cucarachas. ¡Ah, olvidé decirlo! Yo también soy una cucaracha.
Bueno, la cuestión es que las demás están muy felices sin los humanos. Y yo las entiendo, esos dos patas larguiruchas nos odiaban a muerte, y la mayoría de mis congéneres nunca entendió por qué.
-Vivíamos en sus casas y comíamos su comida –yo intentaba hacerles entender. Y bien sabido es que los humanos hacían lo que sea por defender lo que creían suyo. Aunque bueno, fue esa actitud la que los llevó a la guerra y luego a su extinción.
Había muchas cosas que no entendía de los humanos, como que siempre quisieran matarnos, incluso a mí. Y eso que yo procuraba ser muy respetuosa cuando estaba en sus casas. Pero aun así, aunque yo tan solo estuviera tomando una siesta en su cocina, nada más verme, ellos sacaban sus esprays, sus cucharelas y cuclillos aflilados para matarme. Aunque el arma más temida por todas las cucarachas, eran sus enormes pies, los mayores asesinos de cucarachas.
Pero los humanos cultivaban tomates. Siempre admiré eso de ellos. Podían ser violentos, egoístas y un poco tontos, pero sus tomates… ¡Qué delicia! ¡Qué nostalgia! ¡Lo que daría por volver a ver ese color rojo! ¡Esa piel suave! ¡Ese aroma dulce! ¡Esa pulpa suave y ese particular toque ácido!
Pero después de la gran explosión, los tomates desaparecieron junto con los humanos. Nosotras, en cambio, nos hicimos más grandes y más fuertes, aunque no necesariamente más inteligentes. Bueno, ahora las cucarachas sabemos leer y escribir, hay cucarauniversidades y escuelachas. Y ahora, mis congéneres ya no viven en huequitos húmedos y oscuros, o bueno, sí que lo hacen, nada más que ahora tienen que pagar para vivir en huecos húmedos y oscuros supuestamente más lujosos. También han surgido diversas religiones y culturas entre las cucarachas de distintos lugares, lo cual generó conflicto porque cada cual se creía mejor que las demás. Por eso se han creado fronteras y diferentes países cucarachences, aunque se ha acordado que exista un gobierno global cucarachil.
Todos dicen que ahora las cucarachas son muy civilizadas y que es una gran era para ser una cucaracha. Ahora ya no hay que esconderse, no hay que preocuparse de los insecticidas ni de los pies genocidas. Pero, no sé, yo echo de menos la emoción de escabullirme cuando un zapato se alzaba para aplastarme, extraño entrar a hurtadillas en alguna despensa y sentir la adrenalina correr por mis patas ante la posibilidad de que me pillen in grafanti. ¿Se dice así?
Perdonen si no escribo muy bien, es que yo nunca fui a una cucarauniversidad.
Pero, no sé, decía que ahora la alimentación de las cucarachas es totalmente distinta. Ya no se come lo primero que se pille, ahora hay que ir a un dupermercado para poder comprar comida. Y eso, es otra cosa que no entiendo. ¿Por qué ahora tenemos que pagar por la comida? Antes nunca teníamos que pagar por nada, y ahora hay que pagar por todo.
Y me avergüenza un poco decirlo, pero la verdad es que yo no entiendo muy bien lo que significa “pagar”. Lo único que sé es que cuando vas al dupermercado, tienes que tener canicas, que son como unas bolitas pequeñitas de cristal, que en el dupermercado intercambias por comida.
¿Y cómo obtienes las canicas? Trabajando en las industrias; dicen que en Cuca Corp dan muchas canicas a sus empleados. Sin embargo, he oído que Cuca Cola los hace trabajar un montón y apenas les dan canicas.
Ya lo ven, ahora todas las cucarachas están obsesionadas con las canicas.
Por eso, yo decidí irme. Todo ese mundo cucarachil me parecía muy complicado. Agarré todas mis pertenencias y me fui. Bueno, en realidad no agarré nada, porque soy una cucaracha de las antiguas, de esas que no tienen pertenencias. Pero me apetecía decir “agarré mis pertenencias y me fui”, me parece que suena bonito. ¡Ay! Perdón por todas estas interrupciones, a veces me entretengo y digo barbalibundades.
Tan solo me fui. Paso a pasito me alejé de la ciudad. ¡Ah, olvidé decirlo! Las cucarachas ahora construyen ciudades también, las hacen mayormente con tierra artificial, otra cosa que no entiendo.
Fue un largo viaje el que hice. Después de dejar la ciudad me vi rodeado de una tierra muerta y devastada. Yo nunca había salido de la ciudad, que por cierto, se llama Gran Basural. De hecho, yo nací allí, cuando los humanos todavía existían y en lugar de Gran Basural, ellos tenían su propia ciudad, una muy conocida… cómo se llamaba… ¡Ah, ya recuerdo! Se llamaba Nueva Yorkas o algo así, creo. Pero recuerdo que fue allí mismo donde ocurrió una de las grandes explosiones que extinguió a los humanos. Supongo que por eso, los alrededores de la ciudad todavía estaban tan desolados.
Yo caminé y caminé, hacia el oeste de Gran Basural. Siempre me gustó el oeste porque por allí se pone el sol, y me gustaba ver el atardecer mientras andaba. Y a medida que la ciudad quedaba atrás fui empezando a ver más vida. Vi praderas empezando a crecer, e incluso vi pequeños bosquecitos de árboles muy jóvenes. Pero ningún sitio me llamó la atención como para quedarme, así que seguí caminando, patita por patita.
En un momento determinado me cansé de ir en la misma dirección, así que decidí emprender rumbo al norte. Yo recordaba que los humanos siempre decían “has perdido el norte”. Por eso, yo deduje que si perder el norte era algo malo, dirigirte hacia él debía de ser algo bueno.
Así que andé y andé, no sé por cuánto tiempo, hasta que llegué a un lugar en el que había muchos muchos lagos, uno al lado del otro. A mí me encantan los lagos, así que esa tierra me gustó desde el principio, y además, donde hay agua hay mosquitos, y los mosquitos son de mis amigos preferidos. No sé, quizás sea algo que tenemos todas las cucarachas, pero no conozco a ninguna que no se lleve bien con los mosquitos, tal vez sea porque los compadecíamos, ya que si hay alguna criatura que los humanos odiaran más que a nosotras, eran los pobres mosquitos.
Así pues, yo me interné en esa tierra de lagos y mosquitos y de repente, vi un gran bosque, ¡Un bosque de verdad! Yo nunca había visto un bosque, pero sabía que aquel era un bosque de verdad. Había árboles enormes, había plantas, musgo, pequeños pantanos ¡Y hasta ciervos! Otros seres que nunca había visto, pero había escuchado que eran muy nobles.
Sin embargo, mi mayor sorpresa llegó cuando entre los árboles vi una columna de humo subir y perderse en el horizonte. Decidí acercarme y para mi gran sorpresa, ¡Vi una casa humana! De ahí salía el humo, de una de esas chimenúas, o como se llamen. Pero eso no era todo, a las afueras de la casa había un hermoso huerto con pepinos, lechugas, cebollas y… ¡Tomates!
Tomates rojitos, jugosos y deliciosos, que pronto madurarían o mejor aún, ¡Se podrirían!
Y luego lo vi a él, a Facundo, el primer humano –humano vivo –que veía después de la gran explosión. Mi primera reacción fue la de querer escapar, pero me contuve. En cuanto vi los tomates, supe que yo tenía que vivir allí, toda mi vida había transcurrido para llevarme a aquel lugar, a ese momento, y el miedo, en esa ocasión no tenía ninguna posibilidad de vencer. Así que yo respiré profundo y me acerqué decidida a Facundo, para pedirle permiso para vivir en aquel lugar y comer sus tomates. Y por supuesto que en aquel momento yo no sabía que Facundo se llamaba Facundo, pero quería introducirlo en la historia con su nombre.
Bueno, la cuestión es que yo me acerqué a él y en cuanto él me vio, toda mi valentía se me fue por las patas y me alejé disparada. Pero, mira tú las vueltas que da la vida, resultó que Facundo era un amante de las cucarachas, que las había estudiado durante años y que incluso, gracias a sus conocimientos sobre cucarachas y previendo la gran explosión, construyó un pequeño agujero, húmedo y calentito en el que refugiarse. Él rogó a muchos otros humanos que hicieran lo mismo que él, pero los demás se negaron a meterse en huecos como cucarachas.
Por eso él fue el único superviviente, y a pesar de sentirse muy triste al principio, luego se dio cuenta de que lo único que podía hacer era sentirse agradecido por estar vivo. Sin embargo, él tampoco había vuelto a ver a una cucaracha después de la gran explosión. Por eso, cuando me vio huir despavorida, él corrió detrás de mí y me levantó del suelo entre sus manos. Luego me miró muy profundamente y susurró: Gracias.
Por eso, yo ni siquiera tuve que pedirle permiso para vivir en su finca, fue él quien prácticamente me rogó que me quedara. Además, resulta que él, a diferencia de los demás humanos, no defendía lo que era suyo, sino que más bien lo compartía, porque había llegado a la conclusión de que en realidad no tenía nada. ¿Así que para qué defenderlo?
Pero eso no es todo, ¡También resulta que Facundo amaba los tomates tanto como yo! Solo qué él prefería comerlos en salsa en lugar de podridos. Bueno, nadie es perfecto.
¡Ah! Y Facundo tiene un montón de canicas en su casa. Al principio yo pensé que él era una especie de millonario, pero luego me explicó que los humanos no compraban cosas con las canicas, sino que las utilizaban para jugar. Sobre todo los niños humanos disfrutaban mucho de ese juego. Yo me maté de risa al escucharlo.
¿No es increíble que ahora las cucarachas se maten por esas pequeñas canicas?
En fin, que aquí estoy ahora, durmiendo en un agujerito húmedo y calentito, comiendo tantos tomates como me entran en la barriguita, compartiendo mi vida con un humano.


sábado, 13 de agosto de 2016

BÁSKET

Hoy me pregunté, ¿Por qué? ¿Por qué me gusta tanto?
Me puse mis shorts pestilentes del día anterior, agarré la pelotita naranja y fui corriendo a la cancha. Las canchas de básket son lo que más me gusta de este barrio. Todas ellas tienen ese cemento lisito y nuevo que no resbala, todos los aros son rojos y tienen la sagrada mallita. Sé que es un cliché, pero el sonido de esa red cuando una pelota la atraviesa es simplemente hermoso.
Puse música en mis oídos y empecé, completamente solo, en un día húmedo, caliente y soleado. Dos botes por aquí, entre las piernas, primer paso fuerte, segundo y salto; bandejita con la izquierda. Finta, hesitation move y tiro en suspensión… ¡Tooon! Rebota en el aro. Mis porcentajes estaban muy bajos, pero yo seguía corriendo, saltando, haciendo amagues al aire e intentando acercar mis dedos lo más posible al aro con cada brinco.
Así terminé empapado en sudor y con las gafas empañadas en poco más de una hora. Pero no había terminado, después me puse a hacer sentadillas y otros ejercicios. Porque resulta que ahora, con 25 añacos, se me ha ocurrido la idea de que quiero clavarla, hacer un mate, colgarme del aro.
A los 16 dejé de jugar basket en plan competitivo. Hasta esa edad, quería llegar lejos, quería ser un ganador, un líder y competir al máximo nivel posible. Pero esa actitud acabó con mi juego. Y es que es eso, amo tanto este deporte porque es un juego. Y jugar es lo que más disfruto en esta vida.
Al no estar en un equipo y no jugar partidos oficiales los fines de semana, me pregunté si el basket desparecería de mi vida. ¡Ja! Nada que ver. Entonces recuperé esa alegría de meter un triple en una cancha vacía, o tirarte al suelo por un balón suelto, jugando una pichanga con tus amigos. Y no sé, al principio tenía como una espinita clavada dentro, por no haber alcanzado mi potencial. Recuerdo que yo siempre era un gran jugador en los entrenamientos, pero en los partidos desaparecía.
Pero hay algo con lo que conecto cuando juego, hay algo que despierta y que late y baila. Hay algo especial en el eco que hace la pelota al rebotar, en el chillido de los zapatos, en la manera en la que el cuerpo se estira y se contrae esquivando defensores en el aire.
Y hoy, después de sudar en la cancha, volví a casa, comí unos ricos pimentones rellenos con dos huevos fritos y me bajé al sótano a ver el partido.
(A partir de ahora voy a hablar de jugadores y cosas de basket sin hacer ninguna introducción ni explicación, es solo una advertencia)
Jugaba Argentina contra Lituania. Yo estaba súper tenso, intentando respirar profundo, apretando las mandíbulas cuando el Chapu fallaba otro triple, o cuando los grandotes de Lituania se quedaban con todos los rebotes ofensivos. No estaba disfrutando para nada, hasta que vi a Manu hacer una de sus jugadas clásicas y meterse hasta debajo del aro en frente de un montón de gigantropoides. ¡UUUUOOOOOOOOOO! ¡Qué belleza!
Eso era lo que estaba mal, no estaba disfrutando del juego. ¡Es un juego!
Y sí, Argentina perdió al final. Pero verlos jugar juntos, ver a Facu corriendo a mil por hora sin bajar el ritmo, como si tuviera ocho pulmones. Ver a Manu meter triples y soltar bombas con 39 primaveras, ver a Carlitos Delfino ganar en velocidad a los lituanos y meter bandejas suaves como la seda… Ese chico llevaba tres años sin jugar.
Poder verlos es un regalo. Y sí, lo admito, siento apego hacia ellos y todavía me importa mucho que lleguen lejos en la competición. Quiero que ganen y que sean felices.
Pero siento que todo eso es pasajero y superficial, lo siento así, sin ningún ánimo de juzgarme.
Y sin embargo, también siento algo muy puro en el juego. Veo que detrás de la presión, la ambición, la agresividad y el miedo a perder… Pfff son un montón de cosas chungas. Pero detrás de eso, hay algo que me mueve por dentro.
No sé por qué siento eso hacia el equipo de básquet de Argentina. Me importa un bledo que sean Argentina, no es el país, son ellos; son ese puñado de personas que en teoría no conozco con las que siento una gran conexión.
Hoy mientras veía el partido, les hablaba en voz alta, llamándoles por sus nombres y apodos, y lo más chistoso de todo es que no me sentía ridículo.
Me gusta que no se sienten más pequeños, ni más viejos, aunque lo son. Es como que no hacen caso a lo establecido, y no lo hacen como un acto de rebeldía o como queriendo demostrar algo, tan solo se entregan con todo su ser y les importa un bledo lo demás. Y sí, se frustran, hacen faltas sucias y a veces despotrican cuando fallan. No son perfectos, no son héroes y tampoco son mis ídolos. Pero es un regalo verlos y me gustaría que ganen por lo menos el bronce, porque eso demostraría que todo es posible, que no importa si no eres el más fuerte y el más alto, o el más conocido y talentoso; que ellos ganen demostraría que todo se puede cuando te entregas por completo.
Pero entonces recuerdo que nadie tiene que demostrarme nada. Y lo único que queda por hacer es disfrutarlos y agradecerles por jugar tan bonichu. Da igual la medalla y el resultado final.
El único legado que tenemos es este momento. Eso es lo que siento, que vivimos siempre pensando en lo que conseguiremos en el futuro, y luchamos por ello, luchamos con todo lo que tenemos, y si conseguimos lo que queríamos, nos enorgullecemos de ello hasta aburrirnos y luego empezamos otra vez el ciclo desde el principio.
Y para mí una vez más, lo único que importa de verdad es jugar. Y sé que eso suena a frase de perdedor, pero me da igual ser un perdedor, eso no es más que una etiqueta sin ningún valor.
-¡Eso es lo que dicen los perdedores!
¿Y qué pasa si dejas de intentar ganar? Para mí, lo que ocurre, es que empiezas a jugar y a disfrutar. Porque al menos yo, cuando quiero ganar; también intento a toda costa no perder, y si pierdo me siento mal. Pero también cuando gano, al cabo de un tiempo, esa sensación de victoria se va, siempre se va. Y tal vez sea porque no haya logrado ninguna victoria importante en mi vida, pero la verdad, no creo que se trate de eso.

Así pues, al menos yo, me voy a jugar. O debido a la hora, a dormir. Aunque la barriguita está vacía, así que tal vez me vaya a zampar algo antes.

lunes, 8 de agosto de 2016

El silencio

No se escucha nada. El silencio respira tranquilo, sin pensamientos que lo perturben, sin palabras que lo enmudezcan.
El mundo entero huye del silencio. La vida consiste en silenciar al silencio. ¿No es paradójico?
Desde que despierto hasta que vuelvo a dormir, tan solo busco algo que me mantenga alejado del silencio. Cualquier cosa vale. Vale la tele. Vale la música, los chistes, las preocupaciones y las ocupaciones, todo vale para acallar al silencio.
Pero el silencio, de algún modo, siempre está ahí. Y todos lo sentimos. Llega un momento en el que no podemos escapar de él y lo sentimos, muy profundo, inundándonos con su muda melodía. ¿Es que acaso canta el silencio?
Antes de escribir esto, estaba buscando música adecuada para la situación, fue entonces cuando surgió esta idea de escribir acerca del silencio. Una idea que surgió del silencio mismo.
Ahora estoy callado y quieto. Soy consciente de mi respiración y de alguna cigarra que canta incansable allá afuera. El pensamiento vuelve y se pregunta qué sentido tiene todo esto. ¿Qué es el pensamiento?
Tal vez una ola, porque ahora ya no está. ¿Es posible escribir sin pensar? ¿De dónde vienen las palabras?
Del silencio. Todo nace del silencio. El ruido surge del silencio. ¿Qué es ese silencio?
Nada. El silencio es la nada.
Una mañana desperté con el sabor de un sueño todavía latiendo en mi pecho. El sueño había sido intenso, vívido, real. Pero a medida que los sentidos externos se agudizaban, el sueño se desvanecía. Pero su esencia retumba con fuerza. Soñé recorrer un sendero rodeado de pastizales, tal vez con algún lago de fondo. Soñé llegar a las puertas de un castillo de piedra y ver allí a mi padre, a mi abuela y tal vez a otras personas. Ellos me ven acercarme y me preguntan: ¿Qué es lo que quieres?
Y la respuesta sale sola, en tan solo una palabra: Nada. No quiero nada.
Entonces despierto y siento paz, una paz vacía y silenciosa.
No quiero nada. ¿Qué significa eso?
La nada da mucho miedo. Por eso queremos ser algo, tener algo, llegar a algún sitio. Pero, después de todo, esta vida es tan solo un latido en el eterno silencio.
¿No será que el silencio es la melodía eterna? ¿No será que el silencio es la propia vida?
La nada es muerte. Al menos eso es lo que creemos. Llamamos muerte al silencio, y por eso nos aterra, porque no lo entendemos. Lo único que vemos es que nosotros no formamos parte de esa nada, de ese silencio.
Y cuando digo nosotros, digo Yo. En el silencio Yo no existo. En el silencio no hay pasado, ni futuro, no hay planes ni objetivos, no hay ambición, orgullo o vergüenza. En el silencio no hay nada. Pero, ¿Será que hay vida en esa nada?
Da miedo fundirte en la nada. Pero vinimos de la nada.
Actuamos como si lo único que existe es lo manifiesto, por eso hay tanto temor a desaparecer.
-¡No eres nada! –se dice como insulto. ¿No es gracioso?
Silencio. Otra vez silencio. En el silencio puedo escuchar, puedo oír el murmullo constante de la nevera y también puedo escucharme a mí mismo. Tan solo cuando hay silencio puedo sentirme, observarme y comprenderme.
El silencio no juzga, no planea ni recuerda. El silencio tan solo escucha, tan solo escucha. ¿Y si tan solo escucháramos?
Siempre he creído que lo importante era hacerte escuchar, que tu voz se oiga, a ser posible que retumbe…. Pero, ¿Y si tan solo escuchamos?
Escuchar es desaparecer, rugir es permanecer. Y hay que permanecer para vivir. ¿O no?
La vida es acción, mientras que el silencio es quietud. ¿Es muerte la quietud?
Pero, más importante aún, ¿Es vida la acción?
Tal vez no haya vida y muerte, sino uno. Quizás tan solo hay uno.
En un libro que me llegó al corazón, leí acerca de un lugar mágico, se trataba de una fuente en la que nacían flores de belleza inconmensurable, flores que brotaban del agua, se abrían, se marchitaban y luego desaparecían, para volver a nacer.
Todos sabemos que desapareceremos, pero no sabemos qué ocurrirá después. Ese es el miedo por excelencia, ese no saber qué ocurrirá si desaparecemos. Por eso luchamos día tras día, para buscar algo que nos haga sentir seguros y nos aleje de la incertidumbre.
¿Es ese el sentido de la vida? ¿Buscar seguridad?
No hago estas preguntas para hallar una respuesta. No quiero encontrarle sentido a la vida. No quiero hacer que mi vida tenga sentido. En realidad, no quiero nada.
De niño, me enseñaron que cuando se te cae una pestaña hay que soplarla y pedir un deseo. Y a lo largo de los años, he soplado muchas muchas pestañas, y he pedido cientos de deseos, pero ahora, cuando tengo una pestaña entre mis manos, tan solo soplo. Es una sensación linda soplar pestañas y no desear nada.
Y si no deseas nada, ¿Por qué vives?
No creo que haga falta un motivo para vivir. La vida en sí misma es el motivo.
Ahora mismo el silencio es cómodo y ligero. Los pensamientos vienen y se van como nubes, y a veces, incluso, dejan el cielo completamente despejado. Y es hermoso. Tampoco quiero librarme del pensamiento. No quiero calmarlo o controlarlo. No quiero nada.
En el silencio me pierdo, me pierdo de tal manera que me encuentro. Y soy el silencio mismo, hablando, ¡Qué chistoso!
El silencio es como una fuente, una fuente vacía de la que emana todo. ¿Y dónde estoy yo?
Estoy aquí, escribiendo, pensando en cómo terminar de escribir. Y ya no hay silencio, porque hay un gran barullo en la cabeza para acabar este texto de manera apropiada. El silencio no vuelve, la paz se esfuma, el pensamiento traquetea, la mente se agota y vuela de aquí para allá. Me juzgo, intento justificarme, buscar una solución, volver al estado de paz, pero no se puede.
Ahora sonrío. El silencio no puede aflorar cuando se le llama a gritos.


viernes, 5 de agosto de 2016

Una nueva vuelta al sol

He buscado mucho en esta vida. He deseado ser mejor y he planeado cómo conseguirlo. Me he preocupado. He vivido con miedo y ambición. He intentado poseer a personas y objetos. He mentido, he sido falso y agresivo. He sentido tristeza y nostalgia. He gritado enfurecido, he dado portazos.
También he querido dejar de desear ser mejor y dejar de planear cómo conseguirlo. He intentado dejarme de preocupar. He luchado por vencer mis miedos y no actuar con ambición. He pretendido que no quiero ni poseo nada ni a nadie. He querido dejar de mentir y actuar con falsedad. He intentado controlar la agresividad y dejar de sentirme triste y nostálgico. He ahogado gritos de rabia y he intentado dejar a las puertas en paz.
¡Feliz cumpleaños!
Pienso, pienso, pienso, pienso y pienso. Pienso en lo que es bueno y lo que es malo, pienso en lo que haré y lo que hice, pienso en webadas generalmente. Me juzgo cuando pienso y quiero dejar de pensar y complicarme. Me pongo serio e intento ser estricto con mi mente.
Pienso en la imagen que doy, pienso si es buena o mala. Casi siempre pienso si algo es bueno o malo. Pienso en si tiene sentido lo que escribo y si a alguien le interesa lo que digo. Pienso en que hay que dejar de pensar para ser feliz.
¡Caca pedo pis papa frita con kétchup Heinz!
La vida es seria, es una cosa muy seria y hay que tomársela en serio, hay que vestirse de manera apropiada y hay que poner los puntos sobre las íes. Las palabras agudas acabadas en vocal, “n” o “s”, se acentúan.
Hay reglas de ortografía, reglas sociales y reglas de tráfico. Hay reglas para amar, para trabajar, para andar y para comer.
Hay apología al control. Tienes que controlarte a ti mismo y a los demás.
Badabadadú. Jrocotombawe Jonson. Basquet con chingolosaurios.
Ayer cumplí 25 años y completé una vuelta más alrededor del sol.
Y ahora estoy aquí. Vivo. He respirado durante 25 años, ¿No es increíble?
He comido tantos espaguetis en esta vida… Ayer comí espaguetis y hoy comí las sobras de los espaguetis. ¡Y qué salsa!
Picamos ajitos muy pequeñitos, junto con una hermosa cebolla blanca y una enorme y brillante berenjena. Pusimos todas esas verduras a la sartén y las freímos con comino, pimienta blanca, orégano y un toque de vinagre de vino tinto. El aroma salía en forma de vapor, esparciéndose por toda la cocina, haciendo agua la boca. Por último, cuando las berenjenas ya estaban en su punto, agregamos abundantes tomates frescos, cosechados en las fincas cercanas y los sofreímos tan solo un poco, para todavía poder sentir en la boca algunos trocitos.


Cocinar es algo mágico, como cualquier cosa que se hace con total atención. Es algo sagrado el preparar tus alimentos, agradecerles y sentir cómo pasan a formar parte de tu cuerpo. Es fascinante la nutrición.
Comimos los espaguetis con vistas a un río, pero antes de comer guardamos un momento de silencio para bendecir esa comidita.
Fue un gran cumpleaños el día de ayer. Fue muy especial despertar junto a Colleen y abrazarnos sin ninguna prisa en la cama.
Fue un día tranquilo en el que me sentí muy agradecido. ¡Qué bella es la sencillez!
La vida es algo sagrado, algo profundo, algo que late y que siempre escucha. Pero la vida, solo se la vive cuando hay verdadera sencillez. Y no me refiero a la sencillez que se busca, que se desea y se planea.
La sencillez siempre está. El amor siempre está. Tú siempre estás.
Por eso se dice que lo más importante es ser tú mismo. Aunque en realidad, lo más importante es dejarte ser tú mismo. Y aún se puede decir de manera más sencilla: Dejarte ser.
Y es que no hay un tú mismo, o un yo mismo. Qué manía con crear separación, pero luego todos estamos buscando unión. No hay un yo o un tú, tan solo hay un ser, y para ser, hay que rendirte por completo, dejar de oponer resistencia y dejarte ser. Dejar de ser.
Jajajajajja
Y ya sé que rendirse suena algo muy complicado, pero yo veo más complicado y costoso mantenerse en una lucha constante durante toda la vida.
Creo que este es el momento perfecto para dejar de estar tenso, para relajarse y bailar, o callar, o cruzar las piernas y observar… Todo empieza por escuchar. Tomar conciencia de que estás aquí y lo que eso significa.

Así que nada, a gozar!


lunes, 25 de julio de 2016

Querido Tío

Te escribí esto allá por el mes de mayo, pero por algún motivo este texto nunca salió de la carpeta de documentos del ordenador. En parte, si soy sincero, no te lo mostré antes por puro olvido. Simplemente lo escribí y no recordé que estaba ahí…
En fin, ahora está aquí y es para ti, para mí, y para todos, en realidad:

La vida sigue fluyendo bajo mis pies y entrando a mis pulmones con cada respiración.
Ahora mismo estoy en la casa de mi mamá, sentado en medio de la sala, escuchando el violín que toca Rodrigo.
Recuerdo cuando estábamos en Castellón, también en medio de una sala, hablando sobre mi mamá. Recuerdo cómo la definías y las anécdotas que contabas sobre ella. Antes todo esto que estoy viviendo era un esbozo de sueño, un lugar muy lejano. Y ahora estoy aquí. Y cada día me resulta difícil no sentirme agradecido y afortunado por poder estar aquí.
Mi relación con mi mamá ha sido un proceso de aclimatación, de paciencia y comprensión, por parte de ambos. Ha sido algo tremendamente bello conocerla y convivir con ella, una experiencia que los dos necesitábamos.
Es un regalo estar aquí, conocer a mis hermanos, comer con ellos, jugar con ellos, poder darles las buenas noches. Siento que la vida en sí es un gran regalo y que cuando tu mente está despejada y prestas atención, te das cuenta de la magia que exhala todo este mundo.
Y eso me hace recuerdo a ti, cuando contabas historias acerca de tu trabajo y describías todo lo que observabas cuando estabas atendiendo a los clientes. Veías gente de todo tipo, con diferentes actitudes, veías la playa, las olas y los atardeceres. Y quizás la palabra para describir lo que observabas no era “perfecto”, pero sí hermoso.
Eso me ocurrió el otro día cuando fui al centro de La Paz. Vi gentes y vi las miradas cansadas de algunas de ellas. En algunos había risa, en otros preocupación y en otros prisa. En la calle había basura, se escuchaban bocinazos y se olía a combustible quemado. Todo aquello no era perfecto, pero era bello sin lugar a dudas. Tan solo había que observar con atención y darte la oportunidad de no juzgarlo. Aquel día, también fui consciente de que el auténtico bienestar no llega de fuera, sino que está muy dentro de ti.
Y en ese bienestar está implícita la gratitud. Y por eso te escribo hoy, para decir gracias, aunque eso ya lo he hecho mil veces.
 Y es que, ¿Sabes qué tío?
A menudo, cuando estoy solo y cierro los ojos, te veo a ti. Te veo a ti, a Cathy y a todos los Castellonenses. Es algo muy real que me ocurre, que me vienen intensas ráfagas, como latidos, en los que siento que todas las personas están aquí mismo. Y en esos momentos, veo imágenes de ustedes y momentos que compartimos, instantes que se abren y se cierran como las pestañas, en los que se escuchan sonidos humanos, en los que veo paisajes y recorro senderos por el medio del bosque. En esos momentos realmente siento que estoy conectado con todo, que el mundo respira al unísono. Y me invade una profunda gratitud, hacia todo, hacia la comida que entra por tu boca y a toda la gente, plantas y otros seres vivos que hicieron posible que ese bocado se funda con tu saliva. Y sientes humildad, una tremenda humildad en la que te despojas de individualismos o delirios de grandeza, porque en todo tu ser vibra la belleza de la sencillez.
Y no sé, simplemente quería compartir eso contigo. Porque te quiero y porque sí. Porque Castellón es un refugio para mí, un lugar en el que he aprendido, de ustedes y de mí mismo.
Además, como seguramente te habrán comentado, a finales de agosto, Colleen y yo volvemos a España y tenemos muchas ganas de verlos y compartir con ustedes. Pero ese momento ya llegará cuando tenga que llegar. Y, la verdad, no tengo prisas porque llegue.
Ahora estoy aquí y estoy bien. Entonces, te preguntarás ¿Por qué he decidido volver a España?
Al principio, yo mismo lo cuestionaba y me creaba conflicto no tener una respuesta. Pero lo cierto es que no la hay. Simplemente era un impulso de mi corazón; el mismo que hace tiempo fue el responsable de traerme a Bolivia.
Quizás suene extraño, pero las grandes decisiones que he tomado en mi vida, no las he hecho con la cabeza, sino con esa vocecita interior, esa que no ha sido moldeada por la experiencia, esa que suena como un niño inocente sin ninguna clase de condicionamiento.
No tengo respuestas tío, y creo que tampoco las estoy buscando.  
Así, no sé por qué no te he escrito antes, ni por qué elegí hacerlo ahora. Pero así me ha brotado y me siento feliz haciéndolo.
Pero a pesar de haber estado casi un año sin vernos, no me siento lejos de ti, ni de nadie en realidad. Tal vez sea porque hablo de ustedes de manera frecuente o porque lo que vivimos juntos es parte de mi ser, no lo sé.
La verdad es que solo me siento alejado de los demás y separado de ellos, cuando estoy alejado de mí mismo, cuando me enredo en mi cabeza, preocupándome por el futuro o torturándome con el pasado.
Y ahora me acabo de acordar una cosa que Colleen me dice cada día al despertar, nada más abrir los ojitos, me mira y con una sonrisa de aun dormida dice:
“Hoy es un día completamente nuevo, lleno de posibilidades, nunca ha existido otro día igual en toda la historia de los días”.
¡Qué lindo! ¿No?
Veo que es sumamente cierto, y al escucharlo, me hace tomar conciencia de que este día, al igual que todos, es una hoja en blanco, vacía, donde cualquier cosa es posible.
Dicho esto, tan solo me gustaría desearte un hermoso día, que allá ya es primavera y seguro el clima ya te invita a darte unos bañitos en el mediterráneo.
Te mando un fuerte abrazo y nos vemos pronto!