Recuerdo que en alguna parte leí acerca de la abundancia de
gente tibia. Gente que no sabe si va o viene, personas que empiezan y no
acaban, que se conforman, que aceptan y tragan lo que les echen.
Desde hace algunos días, me he dado cuenta de los problemas
que acarrea esta “tibia” actitud. Basta observar cuántas cosas hacemos sin
cuestionarnos, cuántas responsabilidades cargamos, cuántas conversaciones
insulsas soportamos, cuántos dogmas, cuántas creencias aceptamos por no tener
el valor suficiente de poner en duda su veracidad.
Como siempre, vamos al revés. No tenemos ningún problema en
aceptar lo que sea que nos digan los demás o la supuesta autoridad; sin
embargo, cuando sabemos que lo que nos late por dentro es auténtico, tenemos
extremas dificultades para reconocerlo con firmeza.
Hemos aprendido a dudar de nuestro instinto y a dar por
bueno la lógica de la mayoría. Por eso, cada vez que alguien me dice algo con
sentido, empieza exponiendo que seguramente lo consideraré un loco. Eso es lo
que le han enseñado, a desconfiar de la autenticidad de nuestro ser.
Hoy en día se considera como locura querer vivir feliz y
tranquilo. Se considera una falta de cordura plantearse una existencia alejada
de los patrones del sistema. Te miran de reojo cuando dices que no necesitas de
ningún gobernante para organizar tu vida.
Por eso, antes, cuando hablaba de lo que sentía lo hacía con
voz bajita y sin convencimiento alguno, porque tenía miedo a que me encierren
en el manicomio. Además, desde pequeño siempre me habían inculcado la humildad
como modo de vida. ¡La humildad es solo petulancia disfrazada!
Cuando tienes la certeza de algo, cuando lo has visto y lo
has sentido, no dudas de ello. Y en esa certeza no hay vanidad alguna.
Y cuando empiezas a observar con más claridad la palpable
diferencia entre la verdad y la ilusión, te vuelves más intolerante a las
estupideces, tanto las tuyas como las del resto, que al final son las mismas.
Por ejemplo, antes, por respeto, procuraba dar la razón a los
demás, aunque sea parcialmente, sin importar que lo que dijeran no tuviera
sentido alguno. Incluso, no hacía falta otra persona para tolerar discursos
superficiales y vacíos; me bastaba con mis propios pensamientos para caer en
esa trampa.
Al final se trata de aceptar la ignorancia. Eso es lo que
hacen todos. Pero ahora, a medida que me voy quitando las legañas de los ojos y
el panorama se hace menos borroso, invertir energía en la ignorancia se me
antoja un tanto inútil.
Lo que me llama la atención es que ahora soy más claro en lo
que siento y lo que manifiesto, soy más tajante ante las distracciones y ya no
siento pena alguna por nadie. Porque cada vez, y con mayor claridad me voy
dando cuenta de que no existen las víctimas.
Ese es otro concepto erróneo muy arraigado en nuestro
interior; la creencia de que el compadecerse por los demás es algo altruista.
Sentirte mal por alguien nunca ayudó a nadie. Y siendo honesto, nadie puede
ayudar a nadie.
El verdadero altruismo no busca ayudar, porque si te fijas
bien el ayudar significa que hay una jerarquía, en la que alguien en un peldaño
superior le da algo a otra persona de un nivel inferior. Ese es el concepto
básico de la caridad.
Cuando hay amor, no hay ayuda, tan solo hay acciones, que ni
pretenden aliviar nada o recibir algo a cambio. Eso es algo completamente
distinto al circo que tenemos montado ahora mismo.
¿Y qué me dices del no decir la verdad para no herir los
sentimientos?
Eso supuestamente significa respeto. ¡Ja! Eso es tirarte
estiércol encima y untárselo al otro. Si de verdad respetas a la otra persona,
le dices lo que sientes y no pretendes engatusarlo con condescendencia. Y si se
ofende, es problema suyo.
Yo soy plenamente consciente de que las veces que las
palabras me han herido ha sido por decisión mía. Una vez más, aquí no hay
víctima alguna.
En fin, que al menos a mí, la sangre se me ha calentado con
tanta tibieza. Tantas complicaciones, tanto tiempo libre para inventar
problemas, tantas ganas de buscar culpables, tanto conformismo y tanto miedo a dejar
de tener miedo.
Así que aquí estoy, observando lo que bulle en mis entrañas,
viviendo, desmoronando lo que creía mío y sonriendo sin motivo, cada vez más
intolerante a la estupidez.
No hay comentarios:
Publicar un comentario