martes, 3 de marzo de 2015

Intolerante a las estupideces

Recuerdo que en alguna parte leí acerca de la abundancia de gente tibia. Gente que no sabe si va o viene, personas que empiezan y no acaban, que se conforman, que aceptan y tragan lo que les echen.
Desde hace algunos días, me he dado cuenta de los problemas que acarrea esta “tibia” actitud. Basta observar cuántas cosas hacemos sin cuestionarnos, cuántas responsabilidades cargamos, cuántas conversaciones insulsas soportamos, cuántos dogmas, cuántas creencias aceptamos por no tener el valor suficiente de poner en duda su veracidad.
Como siempre, vamos al revés. No tenemos ningún problema en aceptar lo que sea que nos digan los demás o la supuesta autoridad; sin embargo, cuando sabemos que lo que nos late por dentro es auténtico, tenemos extremas dificultades para reconocerlo con firmeza.
Hemos aprendido a dudar de nuestro instinto y a dar por bueno la lógica de la mayoría. Por eso, cada vez que alguien me dice algo con sentido, empieza exponiendo que seguramente lo consideraré un loco. Eso es lo que le han enseñado, a desconfiar de la autenticidad de nuestro ser.
Hoy en día se considera como locura querer vivir feliz y tranquilo. Se considera una falta de cordura plantearse una existencia alejada de los patrones del sistema. Te miran de reojo cuando dices que no necesitas de ningún gobernante para organizar tu vida.
Por eso, antes, cuando hablaba de lo que sentía lo hacía con voz bajita y sin convencimiento alguno, porque tenía miedo a que me encierren en el manicomio. Además, desde pequeño siempre me habían inculcado la humildad como modo de vida. ¡La humildad es solo petulancia disfrazada!
Cuando tienes la certeza de algo, cuando lo has visto y lo has sentido, no dudas de ello. Y en esa certeza no hay vanidad alguna.
Y cuando empiezas a observar con más claridad la palpable diferencia entre la verdad y la ilusión, te vuelves más intolerante a las estupideces, tanto las tuyas como las del resto, que al final son las mismas.
Por ejemplo, antes, por respeto, procuraba dar la razón a los demás, aunque sea parcialmente, sin importar que lo que dijeran no tuviera sentido alguno. Incluso, no hacía falta otra persona para tolerar discursos superficiales y vacíos; me bastaba con mis propios pensamientos para caer en esa trampa.
Al final se trata de aceptar la ignorancia. Eso es lo que hacen todos. Pero ahora, a medida que me voy quitando las legañas de los ojos y el panorama se hace menos borroso, invertir energía en la ignorancia se me antoja un tanto inútil.
Lo que me llama la atención es que ahora soy más claro en lo que siento y lo que manifiesto, soy más tajante ante las distracciones y ya no siento pena alguna por nadie. Porque cada vez, y con mayor claridad me voy dando cuenta de que no existen las víctimas.
Ese es otro concepto erróneo muy arraigado en nuestro interior; la creencia de que el compadecerse por los demás es algo altruista. Sentirte mal por alguien nunca ayudó a nadie. Y siendo honesto, nadie puede ayudar a nadie.
El verdadero altruismo no busca ayudar, porque si te fijas bien el ayudar significa que hay una jerarquía, en la que alguien en un peldaño superior le da algo a otra persona de un nivel inferior. Ese es el concepto básico de la caridad.
Cuando hay amor, no hay ayuda, tan solo hay acciones, que ni pretenden aliviar nada o recibir algo a cambio. Eso es algo completamente distinto al circo que tenemos montado ahora mismo.
¿Y qué me dices del no decir la verdad para no herir los sentimientos?
Eso supuestamente significa respeto. ¡Ja! Eso es tirarte estiércol encima y untárselo al otro. Si de verdad respetas a la otra persona, le dices lo que sientes y no pretendes engatusarlo con condescendencia. Y si se ofende, es problema suyo.
Yo soy plenamente consciente de que las veces que las palabras me han herido ha sido por decisión mía. Una vez más, aquí no hay víctima alguna.
En fin, que al menos a mí, la sangre se me ha calentado con tanta tibieza. Tantas complicaciones, tanto tiempo libre para inventar problemas, tantas ganas de buscar culpables, tanto conformismo y tanto miedo a dejar de tener miedo.

Así que aquí estoy, observando lo que bulle en mis entrañas, viviendo, desmoronando lo que creía mío y sonriendo sin motivo, cada vez más intolerante a la estupidez.

No hay comentarios:

Publicar un comentario