Me caigo, me levanto,
me tropiezo, tambaleo, hago malabares con las experiencias, saco
conclusiones de lo que vivo y trazo caminos imaginarios que seguir.
Y de repente, me sentí cómodo en mis zapatillas. El sendero
era de tierra blanda y mis pies agradecían la plácida sensación de pisar aquel
terreno. Había vegetación y comida abundante durante el trayecto, nada faltaba
y las sonrisas brotaban con naturalidad. Llegué a un punto de bienestar con el
que me conformé. ¿Para qué seguir indagando en el interior cuando has reducido
el sufrimiento a escasas dosis diarias?
Yo disfrutaba del camino, pero también, aunque no fuera
consciente, todavía me apoyaba en los posibles destinos en que desembocaría. Y
siempre, en todas esas cavilaciones yo me veía como aprendiz, caminando de la
mano de la conciencia; una conciencia materializada en unos ojos profundos y
una barba espesa que emanaba sabiduría.
Sin quererlo ni pretenderlo me puse detrás de un pupitre y
acepté el rol de estudiante.
Tengo que admitir que por primera vez en mi vida me sentía a
gusto en ese papel; sin embargo, para que exista un alumno, tiene que haber un
maestro, y maestro no hay ninguno; porque la conciencia nunca ha ejercido de
profesora, gurú o chamán. La conciencia vive y se desenvuelve entre nosotros,
tan cerca de la ignorancia, que hasta creemos que forma parte de todo este
juego.
Pero, hoy, la conciencia que habita aquel rostro de barbas
oscuras me dijo que se marchaba. Me dijo que si no había verdadera voluntad de
observar e investigar, ella no pintaba nada aquí. Dejó claro que nosotros
podemos seguir dando palos de ciego y montar todo este circo de
entretenimientos, pero que ella no está (ni nunca lo ha estado), metida en ese
embrollo.
Y así, me quedé desamparado, al ver cómo esa ilusoria figura
de maestro se esfumaba y con ella, también mi uniforme de colegial.
La escuela ha desaparecido, y ya no tengo nada a qué
aferrarme. Ya no tengo hogar, ni patria a la que regresar; no hay nadie que me
espere en casa. No tengo a nadie a quien extrañar, no tengo una profesión que
desempeñar, ni nada que aportar. Estoy solo ante la inmensidad de lo
desconocido.
Es tentador pedir abrazos y rogar por un poquito de cariño.
Quisiera encontrar cobijo en el vientre de una madre y que alguien me diga que
todo saldrá bien. Pero no hay nadie, no hay nada.
Tenía ganas de llorar, pero ni siquiera yo estaba dispuesto
a consolarme. Me sentía desolado, pero no era una víctima. También me vi
perdido, pero no vi necesidad de buscar mapa ni brújula. Me supe ignorante,
pero no me refugié en ningún libro que me aporte conocimientos.
Y ahora me siento vacío. Es más, ni siquiera siento;
simplemente hay vacío. Un vacío que no soy capaz de explicar. Porque no estoy
bien, ni mal, ni siquiera estoy.
Sólo sé que estoy escribiendo y que suena música de fondo.
Sé que todos duermen y que el reloj marca la hora. Pero por algún motivo, el
pensamiento no se mueve. Tal vez la mente esté agotada de tanto ir y venir, tal
vez se cansó de estorbar.
Pero en este instante no tengo dudas, ni inquietudes. Nada
me preocupa, pero tampoco hay algo que me excite.
Si me preguntases quien soy no sabría qué responder. Porque
no lo sé. Porque lo único que sé es que no soy aquello que siempre creí que
era, y que sin eso, no soy nada. ¿Seré la nada?
Ser nada significa morir, morir a todo lo que conoces, a
todo lo que has creado y pensado. Pero si todo eso ha sido tan solo una
ilusión, ¿Vale la pena sujetarla con tanta fuerza?
Y aparece ella, y la inminente posibilidad de volver a
verla. Y me vuelo a hacer un lío. Porque el motor se pone otra vez en marcha y
lo que antes no existía ahora me preocupa. Porque no sé quién seré cuando me
encuentre con ella. No sé si ella podrá aceptar la difuminada versión de mí
mismo en la que me he convertido y tampoco sé si tiene algún sentido volver a
vernos. Porque, ¿Qué significa volver a vernos? ¿Es que acaso todo este tiempo
hemos estado separados?
Y me da miedo pensar en eso, tengo un miedo tremendo a
adentrarme en ese sentimiento, porque significaría destirpar algo que
consideraba sagrado, algo que protegía con todo mi ahínco. Pero no tengo nada
que perder, así que vamos allá.
Tengo miedo de volver a verla y dejar atrás todo este
proceso de cambio en el que estoy inmerso. Tengo miedo de que volver a verla me
haga regresar a un estado previo. Tengo miedo de que ella no entienda lo que me
ocurre y tengo miedo de dejarla escapar por esto que estoy experimentando. ¿Qué
complicado verdad?
No, la verdad es que no es nada complicado. La verdad es que
lo que acabo de decir son un montón de mierdas empaladas.
Y así, sin motivo alguno, sin buscarlo ni pretenderlo, sin
método ni organización; la preocupación ha desaparecido. Y estoy abierto a
todas las posibilidades. ¿Cómo puedo tener miedo a algo que amo? No tiene
sentido.
Y en este instante amo. No hay nada más que eso. Todo lo
demás ha desaparecido. Y no me siento solo; porque no lo estoy. Estoy vacío y
estoy muriendo. He muerto.
¡Cuánto miedo a la muerte! Y no a la muerte biológica. En
realidad, nadie tiene miedo de ser atropellado o romperse la cabeza. El
verdadero temor es perder la identidad, convertirte en la nada. Y sin embargo,
lo que veo en este instante con total claridad es que rendirte a la nada es la
única manera de vivir. Matar al Yo y todas sus creaciones es la única manera
posible de nacer. Yo no existo. Y ya no hace falta decir nada más. ¡No hace
falta decir nada más!
Sobra cualquier palabra, sobra cualquier explicación. En cuanto
te das cuenta de que ese Yo, ese nombre, esa identificación no es real, te
quitas el velo de la ilusión. ¿Y ahora qué queda?
Nada.
¿Pero qué hay más allá? ¿Cuál es el siguiente paso?
Y otra vez me siento tentado de refugiarme en el título de
estudiante y considerar maestro a la conciencia disfrazada en un rostro con
barba. Pero yo soy esa conciencia. Solo que está un poco adormilada y por eso
quiere que alguien la despierte desde fuera. Pero fuera no hay nadie. No hay
nadie.
¿Cuándo es suficiente? ¿Cuándo se acaba este juego?
No sé si ir con prisas o tomármelo con calma. No sé cuándo
me conformo y cuándo fluyo. Y encima ahora, ya ni siquiera sé lo que es fluir.
Bueno sí. Eso sí que lo sé. Fluir no es empezar y llegar, sino más bien
renovarse en cada instante, porque este instante es todo. Y de nada sirve
intentar rajarse el coco entendiendo esto.
Buscar explicaciones es distraerse. Analizar y sacar
conclusiones es distracción. Lo único que tiene sentido es la atención plena,
que es silencio. Ese silencio molesto, ese vacío abrumador, esa nada de la que
todos huyen, ahí está la clave, ahí está el fin del sufrimiento. Porque en la
nada no hay sufrimiento. En la nada no hay preocupación, no hay planes ni
culpas, no hay nada. Y para ser nada hay que morir. No hay otra opción, hay que
morir o morir. ¡Muérete!
Y me rio. Me rio mucho y suspiro, y cierro los ojos y
escribo así, sin ver nada. Porque no estoy cerca, ni lejos, tan solo estoy. Tan
solo. Tan… (Silencio)
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