A ver qué sale de esto.
Acabo de abrazar a un señor que no es mi amigo, ni mi padre,
o mi hermano. Es tan solo un señor de barba blanca y negra, cabello más bien
escaso y risa contagiosa. La cuestión es que lo quiero. Porque sí, ¿Por qué no?
Hoy he salido a dar un paseo con una libretita para escribir
algo por si me venía la inspiración, pero ésta no se dignó a aparecer, así que
me quedé plantado en medio de un parque a observar un árbol enorme. ¡Era un
árbol enorme! Y su tronco, a medida que se acercaba al cielo se torcía como una
columna con escoliosis.
Además, hoy he descubierto que el miedo procede del
pensamiento y me quedé atónito ante este hallazgo. Es decir, cada vez que
tienes miedo es porque estás pensando en eso que supuestamente temes. ¡Bam!
¿Cómo te quedas?
Tenía miedo a morir, a perderme, a fracasar, a tener éxito y
bla bla bla, todas las chorradas de siempre. Pero toda esa caca mental no es
más que un producto de mi pensamiento. Porque estoy pensando en todo eso.
Por cierto, hoy me he afeitado, pero no del todo. Me he
dejado perilla y bigote, por probar algo distinto. Y me siento como un actor de
los 80, a pesar de que nunca he visto una película de esa época. Simplemente
supongo que esos tipos tendrían un look parecido al mío.
Y ahora, de repente, me han entrado ganas de contar una
historia.
Esta es la historia de un renacuajo, un renacuajo que vivía
en un pequeño charco, junto con otros cientos de renacuajos. Allí se dedicaba a
mover su resbaladizo cuerpo todo el día, esperando a convertirse en algo más
que un renacuajo. Cada mañana se miraba la cola para ver si ya le salían
esbozos de patas, pero nada; seguía siendo un renacuajo.
Hasta que un día, el charco donde vivía se secó y el
renacuajo, junto con todos los demás, se murió. Fin de la historia.
Si eres un renacuajo, disfruta de serlo. Si en algún momento
la vida considera justo que te conviertas en rana, las patas te saldrán solas y
no necesitarás pasar clases de canto para aprender a croar.
“¡Algo distinto joder” esa frase escuché a la hora de la
comida y me impactó. Cuánta fuerza en esas palabras. Cuando la escuché, sentí
disconformidad, un profundo descontento que me removía por dentro y que me
impulsaba a ver la necesidad de crear algo nuevo, algo distinto.
Todo cambio trascendental tiene su origen en la
insatisfacción, una insatisfacción que te mueve hacia lo que realmente sientes.
Pero ojo, hablo de un desasosiego auténtico, uno que se adhiera como grasa a
las arterias y que dificulte la circulación de la sangre. Cuando te das cuenta
de lo pernicioso que es ese cebo para tu corazón y tu bienestar, dejas de hacer
lo que sea que estuviera provocando tal acumulación de porquería en tu ser, así
de sencillo.
Sin embargo, pocas veces observamos esa insatisfacción
auténtica. Generalmente, cuando decimos que no estamos satisfechos, nos
referimos a un estado mental, es decir, a algo superficial. Casi siempre nos
quedamos en ese nivel y tan solo percibimos los síntomas de la enfermedad que
nos mata, pero no la causa. Observamos el rencor que nos corroe, la ira que nos
atormenta, pero no nos dignamos a preguntarnos por qué surgen dichas emociones.
Aunque claro, también puedes hacerte esta pregunta desde la
mente y entonces sí que te meterás en un lindo embrollo. Como empieces a
cuestionarte desde la cabeza, es que quieres sacar conclusiones o realizar
algún tipo de análisis, y eso significa que ya estás perdido.
¿Cómo saber cuándo actúas desde la mente y cuándo desde el
corazón?
Es muy fácil y también lo descubrí hoy. ¡Cuántas cosas he
descubierto hoy!
Cuando utilizas la mente, si prestas atención te darás
cuenta de que estás pensando en la vida. Mientras que cuando es el corazón el
que te mueve, no tienes duda alguna, estás VIVIENDO.
Dicho de otro modo, imagina que estás frente al mar. Si
actúas desde la mente, puede que pienses acerca de la belleza de las olas,
podrás analizar la tonalidad del agua, observar los reflejos del sol sobre la
superficie.
Sin embargo, sentir el mar es muy distinto a pensar acerca
del mar. Porque cuando sientes no hay palabras, no hay descripciones, ni
conclusiones. Porque en ese instante no observas al sol reflejado sobre el
agua, tú eres el agua, tú eres las olas rompiendo en la orilla. ¡Eso es sentir!
La mente, como estamos acostumbrados a utilizarla, es
completamente inútil. Sin embargo, cuando ocupa su justo lugar y se comporta
como una mera herramienta al servicio de lo que nos late por dentro, entonces
se crea algo increíble. Porque te sientes en sintonía y tus neuronas hacen las
paces con tus latidos. Y tus pensamientos se tornan coherentes y tranquilos,
convirtiéndose en manifestaciones activas de lo que te brota del manantial
interior. Cuando esto ocurre, las palabras dejan de estar vacías y cada sonido
de cada sílaba, transmite la energía de mil caballos a todo galope.
Cuando es tu corazón el que te guía, el cuerpo le sigue, y
donde antes había torpeza ahora hay danza y melodía.
Ayer, estaba triste, hasta que decidí dejar de estar triste
y me puse eufórico. Entonces, sentí la necesidad de expresar el bienestar que
irradiaba. Así, sentí que tenía que escribir unos cuantos mensajes a algunas
personas. Felicité a una amiga por su cumpleaños, a pesar de que éste había
tenido lugar hacía cuatro días. Pero me dio igual, y de mi brotaron palabras y
sentimientos auténticos. No dije las típicas frases trilladas de las ocasiones
especiales, sino que dejé que el cariño hacia esa persona inundara mi discurso.
Y solté un suspiro de regocijo cuando acabé.
Pero todavía tenía más que hacer y me entablé en dos
conversaciones más. Una de esas personas me dijo que se había enamorado de un
chico en la otra punta del mundo y que a pesar de que ella sentía un amor
auténtico hacia él, quererlo le dolía, porque lo echaba mucho de menos; y por
eso había tomado la decisión de mantener las distancias.
Y entonces yo tiré del slogan de adidas y le respondí que
nada es imposible. A partir de ahí ya utilicé frases de mi propia cosecha. Le
dije que el amor solo duele cuando intentas agarrarlo, ya que cuando lo dejas
libre es algo completamente distinto. Y terminé diciéndole que no tenía que
cerrar ninguna puerta, tan solo hacer lo que sentía y seguir su instinto.
No le dije eso por hacerme el héroe ni nada por el estilo,
simplemente me salió de dentro y no le di la más mínima importancia.
Y ahora, hace cinco minutos, me ha vuelto a hablar, para
decirme que ella y el chico han decidido hacer un viaje juntos en verano.
Quería agradecerme el haberla inspirado a seguir lo que sentía.
Y yo le dije –como no podía ser de otra manera –que yo no
había hecho nada, que fue ella la que decidió darse la oportunidad de escuchar
a su corazón.
En fin, que cuando estás vivo, vivo de verdad, parece que
eso se contagia y te aseguro que es algo maravilloso. ¡Cuánta belleza!
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