En el último texto que escribí decía estar perdido, admitir
tener miedo y tener la certeza de no
saber qué hacer con mi vida. Al aceptar encontrarme en tal situación, todo ese
peso que arrastraba a mis espaldas se diluyó como miel en agua caliente.
Fue increíble, porque me di cuenta de que el pretender ser
algo que no era me estaba matando por dentro. Estaba empleando toda mi energía
en mantenerme fuerte, en mostrarme sin temor alguno, sin atisbo de dudas,
seguro del camino que se extendía bajo mis pies. Sin embargo, irónicamente,
cuando dejó de importarme ser un saco de indecisión y dejé de buscar huellas
que guiaran mis pasos, un suspiro de relajación brotó de mi alma.
¡Joder! Qué bien sienta quitarse un peso de encima.
Pero parece ser que la gente se empeña en cargarse los
hombros con toneladas de apariencias.
Cuando le pregunto a alguien cómo está, casi siempre obtengo
una respuesta positiva. Al parecer, todos están bien, o en el peor de los
casos, “tirando”. Pero desde luego, nadie se encuentra ni remotamente perdido.
Recuerdo que una persona me dijo que las preguntas existenciales
son para los adolescentes, ya que cuando el DNI te convierte en un adulto,
tienes que dejar de cuestionarte quién eres y ponerte a hacer algo productivo
para la sociedad.
Tengo serias dudas de que la persona que me dijo eso sepa
quién es. Y Si no sabes quién eres y desconoces el propósito de tu existencia,
¿Cómo puedes hacer algo productivo?
Así, todos están obsesionados con hacer cosas, con conseguir
objetivos, ganar premios, acumular títulos y alcanzar el éxito. Todos están
haciendo algo, pero si me permito ser sincero, veo muy pocas acciones con sentido.
Por las mañanas, el transporte público de las ciudades
parece llevar zombis en vez de personas. Gente pálida y mirada apagada, labios
rígidos y brazos cruzados; así se empieza el día en la civilización. Pero si le
preguntas a alguno de ellos si se encuentra a gusto con su vida, seguramente te
dirá que sí; tal vez se quejen por la crisis, la actitud déspota de algún jefe,
o los apuros con la hipoteca, pero si no fuera por esos factores externos,
todos estarían de perlas.
Yo no me lo trago, porque veo que la calle está plagada de
hipocresía. Veo que nadie quiere dejar de mirar fuera y preguntarse si realmente
es feliz. Todos parecen saber exactamente lo que quieren; porque es lo que nos
enseñan.
Ya desde la primaria los profesores me preguntaban qué quería
ser de mayor, y sin haber cambiado la voz por completo ya me empezaron a exigir
tener claro a qué me dedicaría en el futuro; y en bachillerato, te miraban raro
si todavía no sabías qué querías estudiar.
Así funciona el mundo, es una búsqueda constante de
seguridad; y para estar seguro tienes que tener las cosas claras, no hay
espacio para las dudas.
Sin embargo, solo si te permites dudar, tanto de lo que
dicen los demás, como de los conceptos que has creado en base a tu experiencia,
podrás descubrir lo que quieres hacer y cómo quieres vivir.
Una vez más, haré hincapié en que a medida que pasan los
años, menos cabida para cuestionar existe; la vida se hace más rígida debido a
las constantes apariencias que hay que mantener. A medida que el calendario te
dice que eres más mayor, te haces más tolerante a las ataduras y la monotonía.
Hasta que llega un punto en el que resulta más fácil
mantener una existencia rutinaria y mentirte a la cara diciendo que eres feliz
viviendo de esa manera, antes que admitir que nada de lo que haces tiene
sentido.
Parte de esta alergia a la sinceridad se ve reforzada con la
idea de que el sufrimiento es inherente a la vida y que una plenitud total es
una mera idea utópica.
Y si no te permites cuestionarte esta creencia, por supuesto
que la plenitud será una utopía.
Por eso, porque la gente considera al sufrimiento como algo
normal, pretende hacer como que todo marcha sobre ruedas.
Cuando he pisado alguna discoteca, a pesar de que casi nadie
baila y que la gente se limita a mover los hombros sosteniendo un vaso, en el
momento que alguien sugiere tomar una foto, todos sacan a relucir su mejor
sonrisa, para volver a su insulsa actitud una vez disparado el flash. Eso mismo
ocurre en todas las facetas de la vida.
Quien de verdad reboce alegría y su corazón lata con el
entusiasmo de un niño, que deje de leer, para todos los demás:
¡Dejémonos ya de estupideces! ¡Dejémonos de apariencias! De
risas forzadas, de cumplidos vacíos, de felicitaciones de cumpleaños por mero
compromiso, dejemos de ver el problema en el esposo, en el marido, en la
universidad o en el trabajo.
Paremos, tan solo por un segundo paremos la rueda de hámster
en la que nos pasemos los días. Respiremos hondo, demos un paseo por el parque,
observemos los patos de un estanque, caminemos por alguna montaña o tirémonos sobre
alguna porción de césped verde y pongamos nuestra atención en este instante, en
este momento que tanto eludimos con expectativas y recuerdos. Y en esa quietud,
preguntémonos si toda esta sociedad que hemos creado tiene algún sentido.
Dejemos de temer al miedo, no nos cubramos de armaduras para
sentirnos protegidos, ni tracemos senderos en busca de seguridad.
Seamos sinceros. Gritemos cuando algo nos queme por dentro,
derramemos lágrimas y dejémoslas correr como ríos surcando mejillas. Soltemos
carcajadas por los errores pasados y encojámonos de hombros cuando nos
pregunten por el mañana.
Libérate de culpas y vacíate de responsabilidades. Porque la
única responsabilidad que tienes es ser lo suficientemente valiente para ser tú
mismo.
Despojémonos de yelmos y petos, pues la auténtica fortaleza
reside en aquel que se atreve a caminar con el corazón al descubierto.
solo si te permites dudar, tanto de lo que dicen los demás, como de los conceptos que has creado en base a tu experiencia, podrás descubrir lo que quieres hacer y cómo quieres vivir.
ResponderEliminarCLAVE¡¡¡
Gracias....por compartir
ResponderEliminarGracias....por compartir
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