domingo, 21 de junio de 2015

Al César lo que es del César

Cuando un familiar me dijo que solo los artículos de cosmética tenían incorporado un sistema de alarma en los supermercados, mi mundo se transformó por completo.
-Es decir, que si me llevo cualquier otra cosa, ¿Ésta no va a pitar al salir? –le pregunté sorprendido.
-No, solo los productos de cosmética –me repitió.
Desde entonces, cada vez que iba a hacer compras lo hacía con mi mochila a cuestas y escondía en uno de sus bolsillos interiores diversos tipos de chocolatinas, yogures o tallarines, que resultaban gratuitos. O si se quiere decir de un modo menos romántico; los robaba.
Durante algún tiempo, esta conducta cleptómana se redujo a la superficie de los supermercados, pero pronto también descubrí que en algunas tiendas de ropa hay multitud de prendas que pueden ser tuyas sin pagar ni un céntimo, con el simple gesto de quitarles la etiqueta. Así, me hice con varios pares de calcetines, guantes de bicicleta y una cinta para el pelo.
Yo justificaba mis acciones, tanto a los demás como a mi propia conciencia, alegando que solo hurtaba en grandes comercios, lo cual incluso teñía mis actos con un matiz de moralidad. Era pues, bien difamada la reputación de dichas empresas, conocidas por explotar a sus trabajadores y preocuparse tan solo por inflar aún más las ya rebosantes carteras de sus dueños.
De aquel modo, yo me consideraba un antisistema, alguien que no aceptaba las injusticias y se burlaba de las leyes, algo que me henchía de orgullo. Además, la vida me brindó la oportunidad de conocer a otras personas con esa misma mentalidad, la de rebelarse contra el sistema y atacarlo. Y muchas de ellas, no solo se limitaban a robar chocolatinas o calcetines, sino a plantearse enfrentamientos directos y abiertos contra aquellas instituciones o personajes que representan la imagen del sistema. La mayoría de sus ideas corrían con valentía al pronunciarse en sus bocas, pero dudo de que esas palabras tuvieran verdaderas intenciones de transformarse en hechos.
Hasta que llegó un día en el que me pregunté, con total seriedad, por qué lo hacía, por qué necesitaba robar.
Y me di cuenta de que lo que hacía nada tenía que ver con el altruismo o con alguna clase de revolución; lo que hacía era un mero acto de egoísmo; ya que la principal motivación para esconder comida en mi mochila era ahorrarme unos cuantos billetes. Billetes, que sí que tenía, pero que prefería retener en mis bolsillos, esa era la cruda realidad.
También observé que la justicia no significa responder a una situación injusta con injusticia, que al fin y al cabo, era lo que estaba haciendo. Robar al sistema porque el sistema roba no parece algo que tenga mucho sentido, ya que de aquel modo, tan solo estoy perpetuando algo que es injusto.
Reflexioné mucho acerca de esto y pude ver que actitudes como esa, son las que hacen perpetuar la corrupción en la que vivimos. Porque vivimos en un mundo corrupto y eso es un hecho.
No obstante –salvo aquel puñado de individuos que goza de los privilegios de esta sociedad –la gran mayoría de las personas quiere un mundo mejor, porque todos ellos sienten, de una manera u otra que están sometidos a alguna clase de injusticia. Entonces, si todos quieren algo distinto, no solo en nuestros días, sino desde los albores de la humanidad, ¿Por qué siempre hemos vivido bajo la desigualdad?
Porque la gente, en realidad, no quiere justicia. La mayoría tan solo quiere aquello que es justo para ellos, tan solo persiguen una situación que sea conveniente para sus propios cueros; tal y como hacía yo cuando robaba en los supermercados.
Por eso, ahora siento que carece de utilidad luchar contra el sistema o intentar derrocar a sus representantes, y mucho menos, utilizar sus mismos métodos para tal fin. Esta sociedad induce y fomenta la violencia, la ambición y el egoísmo; y mientras yo actúe y viva en base a esos pilares, yo soy esa sociedad. Y no digo que sea parte de esta sociedad, sino que soy esa sociedad.
Podría situarme también en el hipotético caso, en el que de verdad, robar fuera la única alternativa disponible para poder alimentarme; pero eso sería simplemente una hipótesis. Y dado que no me encuentro en dicha situación, es una pérdida de tiempo plantearme cuál sería la acción correcta en tal caso. Soy lo que soy y estoy donde estoy.
Y no veo que tenga que sentirme orgulloso o culpable por ello, decir que tengo más o menos que otros. Lo que realmente me corresponde hacer es descubrir qué significa actuar con justicia desde el sitio en el que me encuentro, y vivir acorde a ello.
Por eso, como dijo el hippie de las barbas y las túnicas largas: “Al César lo que es del César”.

Hasta que nos demos cuenta de que no hay necesidad de vivir bajo el mandato de ningún César.


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