¿Te sientes perdido? ¿A veces te invade la sensación de que
la vida no tiene sentido? ¿Te sientes solo? ¿Buscas ser una persona exitosa?
¿Quieres reducir tus niveles de estrés? ¿Quieres encontrar a tu pareja ideal?
¿Convertirte en millonario? ¿Estás interesado en cambiar el mundo?
Si es que alguna de estas preguntas ronda por tu cabecita
sin remedio, estás de enhorabuena, ya que he diseñado un método infalible para
alcanzar todo lo que te propongas siguiendo nueve sencillos pasos.
Sí, has escuchado bien; tan solo nueve peldaños te separan
de tus objetivos y sueños.
¿Por qué nueve y no 10?
¿Y por qué no? La decena ya está muy gastada, así que supuse
que el nueve añadiría un toque de frescor.
Aquí tienes los pasos a seguir para ser feliz, a la vez que
rico, buena persona y popular:
1. Escribe una lista de las metas que pretendes alcanzar y
hazlo con un bolígrafo de color verde musgo, ya que dicha tonalidad activa
diversas áreas del córtex prefrontal, aumentando tu capacidad de lógica
objetiva disyuntiva hasta en un 43 por ciento.
2. Desayuna todos los días un licuado de leche de avena con
cuatro bananas, sin quitar la piel. De ese modo tus niveles de optimismo y
energía espiritual intrínseca se mantendrán al más alto rendimiento durante
todo el día.
3. Cada vez que algún temor amenace con paralizarte,
repítete la siguiente frase: “Yo soy un renacuajo todopoderoso”. De aquel modo
recordarás lo insignificante que eres, pero al mismo tiempo tomarás conciencia
de la increíble fortaleza que se esconde bajo tu humilde apariencia.
4. Cambia un billete (da igual la cifra que lo adorne) en
monedas del menor valor posible y llévalas siempre contigo. De ese modo,
siempre tendrás algo que darle a cualquier mendigo y no tendrás ningún cargo de
conciencia.
5. Ahora rompe todas tus listas, olvida cada uno de los
métodos que has seguido a lo largo de tu vida y en vez de planear e idealizar
tu existencia, limítate a vivirla.
De verdad que pensaba hacer una lista de nueve pasos, pero
creo que con las cinco ideas anteriores ya dije todo lo que tenía que decir: No
hay método alguno.
No, no lo hay. No va a venir nadie con la receta mágica de
la felicidad, el dinero no calmará tu ambiciosa sed de posesiones, ningún
monje, gurú, maestro o chamán te susurrará la clave de la paz interior –lo más
seguro es que ni ellos mismos sepan lo que es eso –, no importa que sepas
parlotear de manera elocuente acerca de ética o moral, eso no te hará descubrir
cuál es la acción correcta.
¿A qué viene todo esto?
A que hoy fui a una librería y me pasé por la zona de libros
de autoayuda, donde después de echar un vistazo a los títulos que enseñaban las
estanterías, descubrí que todos ellos tenían algo en común, todos intentaban
responder a la pregunta “¿Cómo?”.
Todos quieren saber cómo vivir, cómo amar, cómo descubrir lo
que quieres, cómo relacionarte con los demás, cómo alcanzar la iluminación,
etc.
Pero, en serio, ¿A alguien le han enseñado cómo sonreír?
¿Cómo abrazar? ¿Cómo emocionarse con la primera nevada del invierno? ¿O con el
primer contacto de la piel en el mar?
¡No somos máquinas, joder! A pesar de que nos hayamos
acostumbrado a vivir como tales. Somos seres que andan, que sudan, respiran y
sueltan carcajadas.
Nos hemos encerrado en una caja de intelecto a partir de la
cuál experimentamos el mundo. Hemos separado la cabeza de nuestra esencia, los
pensamientos de los latidos y hasta hemos puesto fronteras de cemento y
hormigón entre nosotros y la naturaleza de la que formamos parte.
Desde esa celda de conocimientos teóricos nos preguntamos
“¿Cómo?”, y de manera inmediata, surge la necesidad de crear un método para
aliviar las dudas que provoca esa incómoda cuestión.
Hemos colocado a la mente en un pedestal y nos arrodillamos
ante ella para rendirle culto. La mente ha diseñado ciudades, sillas y
guitarras; también ha creado bombas y balas, ha ideado estrategias de guerra,
ha inventado banderas y religiones.
La mente es útil, sí, y además práctica. Gracias a su
ingenio yo soy capaz de cepillarme los dientes o comer tallarines enroscado con
un tenedor. Pero la mente, cuando no está guiada por el corazón, es peligrosa y
complicada. Una mente que actúa así se enreda sola, se pierde y se agota entre
las conclusiones y expectativas que ella misma ha creado.
Y cuando la mente se satura, pregunta “Cómo”. Busca resolver
el conflicto del que ha caído presa, pero no se da cuenta que es ella misma la
que ha generado tal conflicto. Lo que quiero decir con esto es que la mente no
puede resolver ningún problema mental, ya que eso es lo equivalente a intentar
solucionar el alcoholismo con una botella de whisky en la mano.
Por tanto, cabe preguntarse si existe algo distinto a la
mente, algo más. ¿Lo hay?
Yo digo que sí y me gusta llamarle corazón, porque es algo
que no se ve, pero se siente, algo que late en cada uno de nosotros.
Y puedo decir con total certeza que cuando la mente permite
al corazón guiar nuestras acciones, deja de buscar un método para saber cómo
actuar, porque ya lo sabe.
Eso me ocurrió hoy, cuando salí de la librería. Tras abrir
la puerta y respirar el aire de la calle, vi a un hombre exhalar humo por la
boca y tirar una colilla a la acera. No tuve tiempo ni intención de juzgarlo,
pero en un movimiento instantáneo me agaché y tiré la colilla en la papelera
más cercana. Luego me di cuenta de que toda la calzada estaba cubierta de
cigarrillos pisoteados, pero aquello no empequeñeció mi gesto; ya que en primer
lugar nunca fue grande, pero para mí, fue correcto.
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