martes, 23 de junio de 2015

El Mar y la Montaña

-¿Cómo podemos ser amigos tú y yo? –le preguntó la montaña al mar.
-¿A qué te refieres? –cuestionó el mar.
-Yo voy hacia el cielo, tú te sumerges en las profundidades de la tierra. Yo doy cobijo a los pájaros, tú eres el hogar de los peces. Yo soy vertical y tú horizontal.
-Y no solo eso –añadió el mar. –Si yo me expando, tú te hundes. Si tú te derrumbas, yo me agrando. De hecho, varias como tú componen ahora mis fondos.
-Te crees muy grande y valiente. Pero tú nunca has estado a la misma altura de la luna, ni te ha deslumbrado la cercanía de las estrellas. Tú no conoces la nieve del invierno, ni las venas abiertas del deshielo. Tú no sabes lo que se siente cuando la primavera florece sobre tu piel.
-En cambio, el amanecer pinta cuadros en mi superficie y sobre mis aguas saltan los delfines. La vida, cuando se le permite, florece en todas partes. ¿Por qué quieres compararte conmigo?
-Porque no sé cómo podemos ser amigos siendo tan diferentes –se sinceró la montaña.
-¿Eso nos impide ser amigos?
-Tú mismo lo dijiste, si tú te expandes yo me hundo.
-¿Y eso nos impide ser amigos? –repitió el mar.
-¿Me estás tomando el pelo? –se enfadó la montaña. -¡Claro que eso nos impide ser amigos! Y ¿Sabes qué? Creo que es mejor de ese modo. Tú quédate con tus olas y yo con mis crestas, tú sigue tu camino y yo haré el mío.
-Tú das origen a los ríos que se vierten sobre mis aguas, Tú los acurrucas en tus faldas, los cuidas, los alimentas y luego, dejas que fluyan hasta encontrarse conmigo. ¿Te das cuenta? Tú me das el agua que me sustenta y también la tierra que me da forma. Eres tú quién me sostiene cuando los cielos se ponen bravos y encajas en silencio, sin queja alguna, cada uno de mis golpes, hasta que las nubes se disuelven y el sol vuelve a brillar.
-Entonces, ¿Por qué tienes que hundirme para expandirte?
-Ahora puede parecer que vasto es mi cuerpo; sin embargo, hubo un día en el que yo no era más que un charco y puede que llegue otro en el que de mí tan solo queden grietas de tierra baldía –explicó el mar.
-Pero, ¿Cómo puedes secarte? ¿No es acaso el mar infinito? –se confundió la montaña.
-Soy infinito, y tú también. Pero no por el agua que contengo, al igual que tú tampoco lo eres por la altura de tus cumbres. Somos infinitos porque estamos vivos.
-Sin embargo has dicho que yo voy a hundirme y que tú te vas a secar.
-Exacto. Porque solo de lo que muere puede emerger vida nueva.
-Ahora lo entiendo. Solo cuando lo viejo se hunde puede nacer algo nuevo –sonrió la montaña.
-Por eso, precisamente, somos amigos –dijo el mar devolviéndole la sonrisa.



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