martes, 16 de junio de 2015

No existen trocitos de paraíso

Dado que la mayor parte de nuestra vida es un infierno, nos refugiamos en los pequeños trocitos de tranquilidad que nos quedan y los llamamos “Trocitos de paraíso”. Como si uno pudiera tener pie y medio calcinándose en las llamas del inframundo y el dedo meñique en la tierra prometida.
Con eso nos conformamos, con que una ínfima parte de nuestra vida esté libre del conflicto que envuelve a las demás. Para algunos, ese remanso de paz puede ser otra persona, para otros el deporte, el sexo, una casita en la montaña o una actividad que te apasione.
Pero, ¿Cómo podemos tener paz con una persona y guerra con el resto? ¿Cómo podemos sentir y manifestar amor, y al mismo tiempo corroernos de odio y resentimiento?
Así de contradictoria es esta existencia que hemos elegido. Por eso, nuestros artistas tan solo crean arte en esa pequeña burbuja de creatividad en la que se han envuelto. Así, hay poetas o pintores, que cuando no sostienen un lápiz o un pincel en sus manos, dejan de ser artistas.
La vida se ha dividido en parcelas, tal y como hemos hecho con la tierra. Y creemos que la tierra, que es la vida misma, puede sobrevivir estando fragmentada; incluso creemos que mantendrá su fertilidad regando sólo determinadas áreas del terreno, solo aquellas que nos interesan o nos convienen. Se piensa que es posible amar a una madre, al mismo tiempo que se le guarda rencor a un padre. Se piensa que se puede actuar con pasión en algunos momentos y desidia en otros, se cree que la sinceridad puede ir de la mano de alguna que otra mentirijilla.
Pero la vida no se puede dividir; el amor, el de verdad, ese que dicen que mueve montañas, no elige dónde derramar sus aguas, ni cuestiona quién es digna de ellas. Y cuando amas de esa manera, el paraíso no es un trocito, sino el horizonte entero.
Entonces, si es tan fácil, si vivir en armonía y en sintonía con todo es tan sencillo, ¿Por qué cuesta tanto? ¿Por qué parece que el amor se esconde en vez de florecer?
Lo que a mí me ocurre, es que me enamorado del amor. Y cuando te enamoras, dejas de amar y empiezas a desear. Deseas volver a saborear lo que se dio, repetir lo que viviste, estar de nuevo en los brazos de esa persona que conociste. Así, en esa búsqueda, el amor se desvanece, y si vuelve a aparecer, volvemos a intentarlo atrapar y poner en un frasquito que podamos admirar. Porque queremos que el amor sea nuestro, queremos que el amor tenga un objeto sobre el que se manifieste, queremos decir que amamos a nuestra esposa, a nuestro país o a nuestro dios. Pero no existe el amar algo, o a alguien, tan solo existe el amor.
Y esto que escribo, apenas lo comprendo, o mejor dicho, no lo comprendo en absoluto. Pero de algún modo, empiezo a entender que el amor no es algo que se deba comprender o analizar. Hemos hecho del amor algo misterioso, lo hemos convertido en un objeto de estudio, en un fin al que se llega mediante un método. Pero el amor es vida, el amor es la lluvia que cae del otro lado del cristal y se desliza sin prisas entre las hojas, hasta resbalar en forma de gotas al suelo húmedo.
El amor es estar aquí, donde estoy, observando a un hombre comer lentejas y masticar verdolaga con la boca abierta, bebiendo a sorbos un licor que parece de manzana. Ese hombre está vivo y recién afeitado. Nunca lo había visto sin barba y ahora su sonrisa es más chistosa y su nariz más aguileña.

Ese hombre me mira y dice: “¡Qué buena está la comida!”.

No hay comentarios:

Publicar un comentario