Hasta los quince años no contemplaba un futuro que estuviera
alejado de una cancha de baloncesto. A partir de entonces, la psicología ocupó
ese lugar.
Cuando tuve mi primer romance las cosas se complicaron un
poquito y descubrí el placer de mirar hacia adelante con alguien de la mano.
Entonces el significado de la vida se fue haciendo más
complicado. Ya no se trataba solo de llegar a algún sitio con un título bajo el
brazo; también estaba el factor humano y las personas que te acompañarían hasta
ese destino.
Posteriormente, a medida que empecé a abrir los ojos; otro
objetivo se hizo un hueco importante en mi lista: ayudar a los demás. Veía
tanta desigualdad e injusticia en lo que me rodeaba que sentía una
responsabilidad moral por revertir esa situación.
Y lo último en llegar, fue la búsqueda personal; esa
profunda inquietud por averiguar quién eres en realidad.
Llegados a este punto es propicio hacer un resumen de lo que
yo creía mi propósito existencial: Teníamos la profesión, la
búsqueda de una compañera para el viaje, un círculo social con el que
identificarme, una causa moral en la que involucrarme y el descubrimiento
personal.
Hasta aquí todo tiene sentido y encaja más o menos con lo
llamado común y corriente en un chico de mi edad.
Pero ahora el propósito de mi existencia se ha simplificado
de manera drástica. Ahora mi vida consiste tan solo en respirar hondo y tener
el valor suficiente para soltarme de todo aquello que antes buscaba. Es como
estar al borde de un acantilado y saber que tarde o temprano tendrás que dar el
salto hacia lo desconocido.
Me cuesta reconocerlo, incluso ante mí mismo, porque todavía
tengo miedo a saltar y aún sigo aferrándome con fuerza a algunos de mis
principios básicos. Pero ya estoy cerca del borde del abismo y noto la
ingravidez que amenaza a mi siguiente paso.
Ya no me preocupa encontrar un oficio que me apasione y del
que pueda obtener algún beneficio, porque la pasión no conoce los negocios. Ya
renuncié al título de psicólogo y hace poco me quitado el de futuro escritor.
Ya no soy jugador de baloncesto, corredor, o payaso. Aunque todavía es difícil
quitarme la etiqueta de persona enérgica y alegre, porque de algún modo sigo
creyendo que la energía y la felicidad son algo atado a mi propiedad
intelectual.
En cuanto al amor. ¿Qué puedo decir? Ya no busco una chica
para colgarle la etiqueta de novia y peor aún; decir que es MI novia. Porque ya
no siento que tenga nada, y mucho menos a una persona. Sin embargo, hay alguien
con quien sueño de manera constante, alguien que inspira suspiros y extrae
versos de mis latidos. Es tentador intentar apropiarte de algo tan bello, pero
qué sentido tiene ponerle correa a un león salvaje, ¿Para qué atar de la pata a
una golondrina? Mejor dejar que el león ruja y ronronee a sus anchas por la sabana
y antes que bajar a la golondrina a tierra, ¿Por qué no volar junto a ella? O
mejor dicho, simplemente volar.
Con los llamados seres queridos ha ocurrido lo mismo. Antes
distinguía entre familiares, mejor amigo, buenos amigos, amigos y conocidos.
¡Qué complicado! Por eso, ahora no tengo amigos. Porque caminando por la calle,
veo una viejecita dando reposo a sus piernas apoyada en su bastón y ya siento
que la quiero. Me siento como un perrito callejero que bate la cola a todo el
mundo, sin lealtad ni preferencias. Y así, durante las últimas dos semanas, he
abrazado a desconocidos con más intención que a mis mejores amigos.
Al principio me era extraño. ¿Cómo iba a querer igual a
alguien que acabo de conocer que a mi propio padre? Desde siempre me habían
enseñado a repartir amor solo a algunas personas. Pero, ¿Qué hay del resto? Y
no solo personas, ¿Qué pasa con los pajarillos de los parques? ¿Por qué no amar
a las hormigas? ¿Y a las palmeras? ¿Y qué me dices del sol y la luna?
Al fin y al cabo, ¿Cómo puedes decir que amas a tu madre y
que odias a tu suegra? ¿De verdad pueden unos ojos albergar cariño ante un hijo
y desprecio ante un mendigo harapiento? El amor auténtico no tiene
contradicciones, ni tampoco es una moneda de dos caras.
El siguiente punto es la labor solidaria que antes
pretendía. Para empezar este apartado, quisiera decir que –desde mi propia
experiencia –nunca logré ayudar a nadie. Se dieron distintas situaciones cuando
me las di de buen samaritano: A veces, yo sufría junto con la supuesta víctima
y así escuché relatos de sufrimiento desgarrador que nada podía hacer yo para
aliviar. En otras ocasiones, sí que pude hacer algo, pero si la persona cambió
de actitud y dio un paso hacia adelante, fue por sí misma, no por mis consejos
o mi ayuda.
De esa manera, descubrí la facilidad que tenía para colgarme
medallas que no me pertenecían. Pero mi hallazgo más importante fue ver que
cuando dejé de esforzarme por mejorar la situación de los demás y me limité a
ser feliz y manifestarlo abiertamente; los rostros de los que me rodeaban
parecían iluminarse con mi simple presencia. Sin embargo, cuando dejas de
identificarte con la alegría y aceptas que eres la alegría misma, ¿Cómo
otorgarte el mérito de alegrar a los demás? Es como si los árboles presumieran
del oxígeno que producen, como si la lluvia se sintiera orgullosa de dar vida a
la tierra. Del mismo modo, la alegría tan solo sabe contagiarse y esparcirse en
los labios que estén dispuestos a sonreír.
Y por último, llegamos al más escabroso tema de la lista; la
búsqueda personal.
A ver cómo lo digo, sin hacerlo demasiado simple… Dicho en
cinco palabras: No hay nada que buscar.
En cuanto buscas algo, ya te estás alejando de tu esencia. En
el buscar viene implícito el deseo de encontrar y éste surge cuando crees que
algo falta, cuando tu alma se sabe incompleta o perdida. Y el alma, aunque no sepa por donde va, nunca
está perdida.
En los cuentos, los tesoros siempre son un cofre rebosante
de oro. Y el que busca el tesoro es porque quiere quedárselo. Sin embargo, el
camino hasta tu esencia no consiste en salir en busca de aventuras y luchar
contra piratas con parches en los ojos. No, el camino hacia la verdad consiste
en desprenderte del metal reluciente, quitarte la ropa, barrerte los
prejuicios, liberarte de identidades, despreocuparte del futuro, olvidarte del
pasado y respirar el instante; porque este momento es lo único que existe. Todo
está ocurriendo en este segundo que se renueva de manera constante y lo único
que hay que hacer es saltar al vacío.
Así que aquí estoy, mirando a los ojos infinitos de la nada,
acercándome al precipicio, sin prisas, porque el camino hacia la verdad no
requiere esfuerzo alguno; disfrutando del momentáneo terreno firme, –que de
estable no tiene nada – con la certeza de que tarde o temprano, me despojaré de
las limitaciones que he creado, abrazaré la inmensidad que siempre he sido,
despegaré los pies del suelo y daré el salto hacia lo desconocido.
Tus palabras siempre dejan en mi una extraña sensación de alivio y esperanza. Es como que de alguna manera, mediante tus tildes y comas me despejases las nubes que tengo en la mente, y así, con los rayos de sol alumbrándo el cielo pudiese verlo siempre claro.
ResponderEliminarMuchas veces tengo que hacer una pausa, y dejar que mis ojos se desempañen. Mis neuronas espejo, casi me permiten sentir lo que sentiste al escribir esto.
Te escribo desde encima de las nubes con el único propósito de decirte lo feliz que me hace saber que hay gente que prefiere ser un animalito eterno. Saltar y reír sin preguntarse si es demasiado, abrazar personas con los brazos bien enrollados, amar sin preguntarse a quien, ni cuanto, ni cuan lejos. Admirar las estrellas del cielo abierto, sin preocuparse por el número. Levantarse feliz, sin una razón en concreto.
Hablar con los ojos, dar mimos con la mente.
La pureza de tus orejas traslúcidas me produce alegría, tus ojos curiosos y entrañables me hacen sonreír, tus patas largas de garza veraniega, y tus alas en forma de brazos me producen ternura!!
Te quiero, y esto que siento, es más que un concepto, màs que una energía o una vibración. Va más allá de lo físico y de lo mental y de este mismo instante.
Con cariño
Y.