martes, 17 de febrero de 2015

El propósito de la Vida

Hasta los quince años no contemplaba un futuro que estuviera alejado de una cancha de baloncesto. A partir de entonces, la psicología ocupó ese lugar.
Cuando tuve mi primer romance las cosas se complicaron un poquito y descubrí el placer de mirar hacia adelante con alguien de la mano.
Entonces el significado de la vida se fue haciendo más complicado. Ya no se trataba solo de llegar a algún sitio con un título bajo el brazo; también estaba el factor humano y las personas que te acompañarían hasta ese destino.
Posteriormente, a medida que empecé a abrir los ojos; otro objetivo se hizo un hueco importante en mi lista: ayudar a los demás. Veía tanta desigualdad e injusticia en lo que me rodeaba que sentía una responsabilidad moral por revertir esa situación.
Y lo último en llegar, fue la búsqueda personal; esa profunda inquietud por averiguar quién eres en realidad.
Llegados a este punto es propicio hacer un resumen de lo que yo creía mi propósito existencial: Teníamos la profesión, la búsqueda de una compañera para el viaje, un círculo social con el que identificarme, una causa moral en la que involucrarme y el descubrimiento personal.
Hasta aquí todo tiene sentido y encaja más o menos con lo llamado común y corriente en un chico de mi edad.
Pero ahora el propósito de mi existencia se ha simplificado de manera drástica. Ahora mi vida consiste tan solo en respirar hondo y tener el valor suficiente para soltarme de todo aquello que antes buscaba. Es como estar al borde de un acantilado y saber que tarde o temprano tendrás que dar el salto hacia lo desconocido.
Me cuesta reconocerlo, incluso ante mí mismo, porque todavía tengo miedo a saltar y aún sigo aferrándome con fuerza a algunos de mis principios básicos. Pero ya estoy cerca del borde del abismo y noto la ingravidez que amenaza a mi siguiente paso.
Ya no me preocupa encontrar un oficio que me apasione y del que pueda obtener algún beneficio, porque la pasión no conoce los negocios. Ya renuncié al título de psicólogo y hace poco me quitado el de futuro escritor. Ya no soy jugador de baloncesto, corredor, o payaso. Aunque todavía es difícil quitarme la etiqueta de persona enérgica y alegre, porque de algún modo sigo creyendo que la energía y la felicidad son algo atado a mi propiedad intelectual.
En cuanto al amor. ¿Qué puedo decir? Ya no busco una chica para colgarle la etiqueta de novia y peor aún; decir que es MI novia. Porque ya no siento que tenga nada, y mucho menos a una persona. Sin embargo, hay alguien con quien sueño de manera constante, alguien que inspira suspiros y extrae versos de mis latidos. Es tentador intentar apropiarte de algo tan bello, pero qué sentido tiene ponerle correa a un león salvaje, ¿Para qué atar de la pata a una golondrina? Mejor dejar que el león ruja y ronronee a sus anchas por la sabana y antes que bajar a la golondrina a tierra, ¿Por qué no volar junto a ella? O mejor dicho, simplemente volar.
Con los llamados seres queridos ha ocurrido lo mismo. Antes distinguía entre familiares, mejor amigo, buenos amigos, amigos y conocidos. ¡Qué complicado! Por eso, ahora no tengo amigos. Porque caminando por la calle, veo una viejecita dando reposo a sus piernas apoyada en su bastón y ya siento que la quiero. Me siento como un perrito callejero que bate la cola a todo el mundo, sin lealtad ni preferencias. Y así, durante las últimas dos semanas, he abrazado a desconocidos con más intención que a mis mejores amigos.
Al principio me era extraño. ¿Cómo iba a querer igual a alguien que acabo de conocer que a mi propio padre? Desde siempre me habían enseñado a repartir amor solo a algunas personas. Pero, ¿Qué hay del resto? Y no solo personas, ¿Qué pasa con los pajarillos de los parques? ¿Por qué no amar a las hormigas? ¿Y a las palmeras? ¿Y qué me dices del sol y la luna?
Al fin y al cabo, ¿Cómo puedes decir que amas a tu madre y que odias a tu suegra? ¿De verdad pueden unos ojos albergar cariño ante un hijo y desprecio ante un mendigo harapiento? El amor auténtico no tiene contradicciones, ni tampoco es una moneda de dos caras.
El siguiente punto es la labor solidaria que antes pretendía. Para empezar este apartado, quisiera decir que –desde mi propia experiencia –nunca logré ayudar a nadie. Se dieron distintas situaciones cuando me las di de buen samaritano: A veces, yo sufría junto con la supuesta víctima y así escuché relatos de sufrimiento desgarrador que nada podía hacer yo para aliviar. En otras ocasiones, sí que pude hacer algo, pero si la persona cambió de actitud y dio un paso hacia adelante, fue por sí misma, no por mis consejos o mi ayuda.
De esa manera, descubrí la facilidad que tenía para colgarme medallas que no me pertenecían. Pero mi hallazgo más importante fue ver que cuando dejé de esforzarme por mejorar la situación de los demás y me limité a ser feliz y manifestarlo abiertamente; los rostros de los que me rodeaban parecían iluminarse con mi simple presencia. Sin embargo, cuando dejas de identificarte con la alegría y aceptas que eres la alegría misma, ¿Cómo otorgarte el mérito de alegrar a los demás? Es como si los árboles presumieran del oxígeno que producen, como si la lluvia se sintiera orgullosa de dar vida a la tierra. Del mismo modo, la alegría tan solo sabe contagiarse y esparcirse en los labios que estén dispuestos a sonreír.
Y por último, llegamos al más escabroso tema de la lista; la búsqueda personal.
A ver cómo lo digo, sin hacerlo demasiado simple… Dicho en cinco palabras: No hay nada que buscar.
En cuanto buscas algo, ya te estás alejando de tu esencia. En el buscar viene implícito el deseo de encontrar y éste surge cuando crees que algo falta, cuando tu alma se sabe incompleta o perdida.  Y el alma, aunque no sepa por donde va, nunca está perdida.
En los cuentos, los tesoros siempre son un cofre rebosante de oro. Y el que busca el tesoro es porque quiere quedárselo. Sin embargo, el camino hasta tu esencia no consiste en salir en busca de aventuras y luchar contra piratas con parches en los ojos. No, el camino hacia la verdad consiste en desprenderte del metal reluciente, quitarte la ropa, barrerte los prejuicios, liberarte de identidades, despreocuparte del futuro, olvidarte del pasado y respirar el instante; porque este momento es lo único que existe. Todo está ocurriendo en este segundo que se renueva de manera constante y lo único que hay que hacer es saltar al vacío.
Así que aquí estoy, mirando a los ojos infinitos de la nada, acercándome al precipicio, sin prisas, porque el camino hacia la verdad no requiere esfuerzo alguno; disfrutando del momentáneo terreno firme, –que de estable no tiene nada – con la certeza de que tarde o temprano, me despojaré de las limitaciones que he creado, abrazaré la inmensidad que siempre he sido, despegaré los pies del suelo y daré el salto hacia lo desconocido.

 

1 comentario:

  1. Tus palabras siempre dejan en mi una extraña sensación de alivio y esperanza. Es como que de alguna manera, mediante tus tildes y comas me despejases las nubes que tengo en la mente, y así, con los rayos de sol alumbrándo el cielo pudiese verlo siempre claro.

    Muchas veces tengo que hacer una pausa, y dejar que mis ojos se desempañen. Mis neuronas espejo, casi me permiten sentir lo que sentiste al escribir esto.

    Te escribo desde encima de las nubes con el único propósito de decirte lo feliz que me hace saber que hay gente que prefiere ser un animalito eterno. Saltar y reír sin preguntarse si es demasiado, abrazar personas con los brazos bien enrollados, amar sin preguntarse a quien, ni cuanto, ni cuan lejos. Admirar las estrellas del cielo abierto, sin preocuparse por el número. Levantarse feliz, sin una razón en concreto.

    Hablar con los ojos, dar mimos con la mente.

    La pureza de tus orejas traslúcidas me produce alegría, tus ojos curiosos y entrañables me hacen sonreír, tus patas largas de garza veraniega, y tus alas en forma de brazos me producen ternura!!

    Te quiero, y esto que siento, es más que un concepto, màs que una energía o una vibración. Va más allá de lo físico y de lo mental y de este mismo instante.

    Con cariño

    Y.

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