martes, 24 de febrero de 2015

Extraño ser yo

Extraño desperdiciar mis tardes con los ojos aturdidos por una pantalla de 42 pulgadas. Extraño los fines de semana y los calendarios. Extraño los entretenimientos que ofrece la ciudad para nublar los sentidos. Extraño estar con alguien que sea de mi propiedad. Extraño bromear sobre temas banales y que mi lengua se exprese con insensatez. Extraño criticar sin darme cuenta de mis juicios. Extraño ser yo.
Vivía encerrado entre ladrillos mentales, cohesionados mediante reglas que rigen un universo limitado. Allí se diluía mi existencia, estrellando mis nudillos contra las paredes, pintando cuadros de frustración constante con mi sangre. En ese refugio crecí y aprendí, caí, me levanté y volví a tropezar. Lloré de desesperación y la soledad sacudió mis huesos como frío húmedo.
No importaba cuanto corriera, daba igual que mis pies criaran ampollas de tanto huir, esa cárcel de bloques anaranjados me perseguía con más ahínco que mi sombra.
En algunos momentos, tal vez por los golpes de mis puños magullados, o quizás por el poder oxidante de mis llantos, resquicios del muro parecían derruirse. Y entonces atisbaba el frescor de la libertad, la calidez del amor, abrazándome con el calor de mil estrellas. Pero eran solo destellos, tan solo fragmentos de brillantez en un mundo que me invitaba a arrancarme la piel a trozos. Y con cada huequecito que se abría entre el ladrillo, más consciente era del sufrimiento que corrompía mis entrañas. La luz que se filtraba entre la oscuridad hacía mi miseria más palpable, mis intentos de huir más absurdos y mis gritos más sordos.
Hasta que apareció ella. Ella, que en realidad fui yo. Ella, la que atravesó el sufrimiento sin esfuerzo, con la que vi el amanecer de una nueva era, con la que me fundí sobre arena dorada. Ella, era todo; porque era auténtica. Su corazón hacía temblar a mis pulmones, su respiración refrescaba mi alma, su mirada reflejaba un mundo diferente, donde infinitas posibilidades se diluían en cada pestañeo. Ella era tan real, que hasta parecía una ilusión. Y así, después de regalarnos el amor de una vida en 25 suspiros, se fue.
Pero cuando algo así te ocurre, cuando has abierto la ventana que transforma la nieve en gotas frescas de creatividad, cuando has contemplado la mirada de alguien hasta traspasar el cristal de las pupilas y has experimentado la luz de mil atardeceres condensados en una sonrisa… Cuando eso te ocurre, no quieres que se te vaya.
Y el corazón sigue latiendo, y la celda de ladrillos pesa, al igual que los párpados, cada vez que se abren y no tienen su rostro como primera imagen del día. Porque despertar sin ella es un amanecer sin sol.
Y así, aquello que era inmenso se reduce hasta convertirse en un ovillo tejido con lana de recuerdos. Recuerdos que se atoran en la garganta, recuerdos que antes respiraban y ahora asfixian. Porque la sombra de la libertad pesa más que una vida de esclavitud.
Hasta que te das cuenta de que aquello que fue, lo sigue siendo y que si no sientes que está, es porque lo estás buscando. Pero ¿Cómo mirar algo que se reproduce en tus ojos y se esconde del cristal de los espejos? ¿Cómo ir en busca de tu propio corazón?
Porque ella, tan solo soy yo dándome la oportunidad de vivir. Ella es la forma que eligió el amor para abrazarse a mi alma. Un alma que es tan  mía como suya, un alma que nunca estuvo conmigo en esa celda de ladrillos; ya que ella siempre fue ella, y ella tan solo era yo.
Pero si yo soy ella, no la necesito aquí conmigo, acariciando mis cabellos y diciéndome que todo saldrá bien. Si yo soy ella, no hay por qué buscar abrigo en otra piel, ni consuelo de otros labios.
Y así, sufro. Porque la celda de antaño, esa sin orificios para dejarme aspirar aire puro ahora tiene una ventana que sacude cada uno de mis poros. Y la luz que se cuela ilumina hasta las telarañas más añejas. Ya no tiene sentido vivir más en esta celda.
Pero esta celda es lo único que tengo. Aquí estoy yo y todas mis insignificantes creaciones; fuera, está el abrumador infinito que supuestamente soy. Aquí, sin embargo, entre los ladrillos está ella, y detrás de esa ventana, el amor que hizo temblar hasta nuestras pestañas. Pero sus pestañas están aquí. Todo está aquí y yo ya no sé ni dónde estoy.
Me reprocho permanecer por voluntad propia en la prisión de la que siempre quise huir. Y me asomo a la ventana, y la busco entre la nada; pero ella nunca estará allí. O sí, pero para eso, tengo que salir yo primero.
Entrar o salir, esperarla hasta morir, o lanzarme a vivir. Estoy medio fuera y medio dentro. No sé si avanzo o retrocedo, no sé si ella se acerca o si un continente de polvo nos condena a la distancia.
Ya no me quedan fuerzas para luchar, y la batalla ha perdido sentido. Ya no queda más carne en mis nudillos para estrellar contra muros ásperos. Las cuerdas de mi voz se desgarraron y hasta el eco de mis latidos se ha difuminado en el silencio.
Me cuesta perdonarme, porque me es difícil arrepentirme de mis actos, por muy vacíos que estuvieran.
Extraño lo que era y lo repudio al mismo tiempo. Me rechazo y me añoro, porque ya no sé quién soy. Y tal vez ni siquiera me importe.
Cuando la vida ya no importa, la muerte abre camino y contemplarla no se hace doloroso. Ya no hay impulsos que me muevan la sangre. La condena perpetua se antoja más larga que un último suspiro. Tal vez lo que creía como una llama inagotable tan solo era una vela, y la cera se consume de manera tan inevitable como el cuerpo.
¿O soy el fuego? El fuego que brota de la tierra y que danza con la lluvia.
¿Cómo es posible que la ventana hacia la verdad haya transformado mi rostro en una máscara pesarosa?
Si no hay amor, nada tiene sentido. Cada acto privado de amor es una puñalada al alma, una arruga en el corazón.
Y lo que no puedo aceptar todavía es  amarlo todo. No solo a Ella. Porque solo quiero amarla a ella, solo quiero soñar con ella, escribir para ella, inspirarme en ella y encontrarme con ella. Pero haciendo eso, ni la amo a ella ni amo a nadie.
Y por amar, incluso he de amar a mi ignorancia, esa que me impulsa a corromper el espíritu. Abrazar incluso al miedo que me aleja de lo único que existe. Abrazar eso que extraño y que nunca he sido.
Si no hay amor, nada tiene sentido. Mejor muerte. En serio, muérete.
O si quieres vivir, Ama. Yo te amo. De verdad. Gracias. Gracias. Te amo. Gracias. Sé feliz.


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