Trocito a trocito, como un torbellino, como una espiral que
arrasa con lo inútil. Eso tan inútil que hasta creía indispensable. Así me
siento. Barrido y reducido a cenizas de las que rebrota una nueva planta, de
varias semillas a la vez. Tal vez ni siquiera haya una semilla, ni nacimiento
alguno. Empiezo a percibir el abrumador vacío que te queda cuando aceptas que
eres infinito.
Anoche dije lo que sentía y sentí lo que dije. Me quité
ropajes de ajustada dependencia y acepté que lo único que me queda es el sabor
indescifrable de lo desconocido.
Y por primera vez fui consciente de que no soy este cuerpo
que habito, al que me he acostumbrado, que conozco y con el que me identifico.
Y me vi tirado encima de una mesa que hacía de camilla. Era consciente de las
conversaciones que se daban a un par de metros y también oía mis pensamientos.
Sentía las manos que sostenían las mías y notaba la agitada respiración que
hacía vibrar todo ese cuerpo que antes creía mío. Pero yo no estaba allí, al
menos de la manera en que estoy acostumbrado a estar.
Yo, como algo encerrado en una maraña de sesos y entrañas no
existía. Y mis problemas se hicieron pequeñitos, porque ni siquiera son reales.
Observé las complicaciones mentales con la misma sensación de ver a un cachorro
intentar morderse su propia cola. No juzgué a ese cachorrito llamado mente, ni
tampoco hice algo para evitar que continuase persiguiéndose a sí misma; la dejé
estar, en su lugar, junto a su pequeñez, mientras que yo me deslizaba entre la
atmósfera y sentía que todo lo que ocurría en el mundo se estaba dando en aquel
preciso instante, sin que hubiera distancia alguna.
Porque los metros separan la materia, pero lo material no es
más que una manifestación de la conciencia y la conciencia se burla de nuestro
sistema métrico. El espacio entre un punto y otro tan solo existe cuando te
identificas con lo material, cuando crees que tus pies pueden llevarte a tu
destino y cuando te encierras en la idea de que tus ojos no pueden abarcar todo
el horizonte. Y sin embargo, cuando cierras los párpados y te entregas a
aquello que considerabas imposible, tus retinas ya no captan lejanía, ni
observan cercanía.
Hasta ayer disfrutaba de jugar con la separación de los
objetos, de sentirme alejado de lo que quiero. Disfrutaba de escribir con la nostalgia
que otorga la añoranza y soñar con el placer de un reencuentro. Pero hoy, hoy
no siento la necesidad de buscar en la distancia lo que se encuentra aquí
mismo, brotando de este único instante en el que todo está ocurriendo.
Por tanto, lo siguiente que descubrí es que si la distancia
no existe y lo único que ocurre de verdad se está dando Aquí y Ahora, mi fecha
de nacimiento no se puede expresar en cifras que se asocien décadas inventadas.
¿No es increíble? Nací en este instante. Acabo de nacer y
con cada segundo me reinvento y me convierto en algo nuevo. Porque todo es
nuevo, todo se está dando ahora, Todo.
No hay origen salvo este instante. No hay muerte, salvo la
de las limitaciones que se identifican con lo caduco. Aunque hasta lo caduco es
una ilusión. Porque el cuerpo no envejece. Las hojas no se marchitan, tan solo
caen para alimentar a la vida misma a seguir floreciendo. La esencia se
mantiene, la esencia es única e indestructible (no por su rigidez, sino más
bien por su capacidad para fluir) y se manifiesta de mil maneras distintas,
llenándolo todo de vida diversa y rica.
Pero esa diversidad no implica que haya diferencias entre el
tigre que acaricia la tierra húmeda con sus patas acolchadas y la hormiga que
transporta incansable granitos de barro. Eres lo mismo que impulsa al agua a
precipitarse en forma de catarata y eres el arroyo que se ahoga entre la
agrietada tierra del desierto.
La forma no define la conciencia y conciencia solo hay una.
¡Solo hay una! Y es la misma.
Y cuando llegas a este punto, el pensamiento salta
desquiciado: "¿Cómo voy a ser yo lo mismo que un mísero vegetal?" "¡Pero si yo soy
único!" "¡Yo soy distinto de los demás!" "¡Estoy separado de ellos!" "¡Ellos no
pueden ser yo!"
Pero Ellos y Yo nunca existieron y aunque se juntasen su
suma no sería igual a Nosotros. Porque los pronombres personales son la
expresión lingüística del mito de la separación.
Lo limitado no puede entender a lo eterno; por eso le busca
y le teme al mismo tiempo. Porque lo eterno significa la muerte de todo lo
limitado y si buscas la eternidad es que te sientes un esclavo de tus
limitaciones.
Sin embargo, lo inmortal no juzga al que cuenta los días y
las horas que faltan; tan solo observa, como aquel que mira a ese cachorrito
intentando morderse la cola. Porque en algún momento (que por supuesto no puede
ser otro que este mismo instante), ese cachorro se dará cuenta de que no
necesita alcanzarse el rabo, porque su cola no es algo ajeno a sí mismo.
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