Me cuesta creer que hace menos de una semana estaba preocupado.
Hace una semana, tal vez más, quizás menos; estaba pegando gritos de
frustración en una ducha de la que caía agua fría. Y ahora estoy aquí. ¿Pero
qué significa estar aquí?
Estoy escribiendo desde un sexto piso en una casa que no es
mía. Me encuentro en la morada de una mujer de ojos cálidos y peinado
divertido. Al principio me sentí como un intruso, una especie de espía en un
viaje que no me pertenecía. Pero ahora me siento a gusto recostado sobre estos
cojines blanditos que sostienen mis nalgas. Y disfruto de las comidas alrededor
de una mesa alargada a la que cada día se unen nuevos comensales. Disfruto de
cortar verduras con toda mi atención y guisarlas con cariño. Disfruto incluso
de lavar los platos y extender las mantas que me tapan cuando me levanto.
Porque de esa mujer de ojos cálidos he aprendido que el amor significa respeto.
Así que, ¿Por qué no respetar algo que quiero?
A veces salgo a correr y me pierdo entre caras de la
Castilla profunda. Aquí los días transcurren tranquilos y las manecillas del
reloj tan solo adornan las paredes. Aquí el silencio reina en las
conversaciones y cuando se habla, se descubre. El entretenimiento ha pasado a
un segundo plano, aunque todavía hay momentos en los que me gusta desconectar
de aquello tan increíble que estoy descubriendo y refugiarme en parches de
superficialidad.
Y vaya si estoy descubriendo la profundidad de mi ser. En
cuanto descorchas las primeras capas, te sientes orgulloso, te sabes grandioso,
como si hubieras hallado un tesoro. Sin embargo, el único tesoro es el darte
cuenta de que el orgullo es conformismo y que conformarte es tener miedo, miedo
a seguir cavando y desmintiendo.
¡Qué curioso es el miedo! Y estamos cubiertos de miedos.
Todos somos conscientes de ellos, la mayoría damos por sentado que hay
determinados temores que son justificables e incluso adaptativos. Todos estos
miedos “normales” desembocan de algún modo en el miedo por excelencia: La muerte.
Pero cuando te atreves a seguir bajando las escaleras hasta
los sótanos más oscuros, ahí, entre las tinieblas más escalofriantes me
encontré aquello a lo que más quería. En medio de aquella oscuridad, se
encontraban también mis mayores destellos de luz, envasados en cajitas de cristal
para protegerse de aquel tétrico entorno.
Sí, me di cuenta de que mi mayor miedo no era un demonio
sanguinario, no era un viento gélido que te cala los huesos, ni algo temible;
mi mayor miedo se refugiaba en aquello que me daba nueva vida cada amanecer. Mi
mayor miedo se escondía en la alegría más auténtica, en mis sueños más dulces.
¿Por qué?
Porque quise almacenar toda esa luz en cajitas de cristal,
para que no se me fueran. Y en esas cajitas, nació el mayor de mis miedos: que
la luz se me escape.
La gran ironía de todo esto, es que esas cajitas que cuido
con tanto recelo nunca contuvieron un ápice de luz. ¿Cómo puedes contener la
luz en una caja?
La luz nunca fue mía y yo siempre lo supe. Pero aun así decidí
inventarme una mentira y así poder vivir con miedo a perderla.
¿No es gracioso? Tiene su toque de humor, aunque eso no
implica que no sea doloroso. Porque, seamos sinceros, vivir escondiéndote de la
verdad –de la única verdad –duele.
Y escapar del dolor se antoja lo más normal. ¿Quién quiere
abrazar el dolor?
Lo único capaz de hacerlo, es el Amor, porque el Amor lo
abraza todo. El problema es que tan solo queremos ver ciertas manifestaciones
del amor. Solo tenemos ojos para aquello que nos gusta; para las flores que
nacen en primavera, para los prados cubiertos de rocío y los brincos de emoción
en los corazones. Pero no queremos ver la escarcha que consume los pastos, ni
los árboles moribundos en los crudos inviernos.
Hemos dividido la realidad en dos simples palabras: Bueno y
Malo. Y decidimos colocar al Amor en el lado de los buenos. Entonces todo lo
demás se ha quedado sin la oportunidad de probar el suave néctar del amor.
Nadie quiere al dolor, a la mentira, al egoísmo o a la rabia. ¿No será que estas
manifestaciones se comportan como lo hacen porque no saben lo que es el Amor?
Pongamos un ejemplo más terrenal. A casi nadie le gustan las
hienas. Todos dicen que tienen una risa macabra, que son animales ruines,
sucios y feos. Pero, ¿Qué ocurriría si te das la oportunidad de sentir amor
hacia ellas? Pues que todos esos adjetivos denigrantes dejarían de existir y tan
solo observarías un ser de cuatro patas de pelaje grisáceo. Las hienas
necesitan amor.
¿Qué pasaría si abrazases al miedo en vez de temerle? ¿Qué
pasaría si acariciaras a tu ira, en vez de enfadarte con ella?
Cada vez que algo brota de nuestro interior pueden ocurrir
dos cosas:
Nos identificamos con esa creación; como puede ser el caso
de un gesto de cariño o una idea creativa. En ese caso, no tenemos ningún
problema en decir que somos ese cariño, o esa creatividad.
O rechazamos esa creación; como ocurre cuando lo que brota
es un sentimiento mezquino. Pero en este rechazo también hay identificación;
porque si lo rechazas, es porque lo estás reconociendo como tuyo y por eso te
quieres librar de esa sensación.
Cuando te identificas, estás sacando esas cajitas de cristal
e intentando embotellar algo que no puede ser contenido en ningún envase.
Y el miedo, habita en esas cajas vacías (que sin embargo
nosotros creemos llenas), que contienen todo aquello que creemos que somos,
tanto lo que aceptamos como lo que rechazamos. Pero el miedo no es más que un
bichito asustado, porque nunca lo han querido y las cajitas son un desesperado
intento por alejarse de sí mismo.
Y a mí, cada vez me cuesta más creer en algo. Así que sigo
cavando, con entusiasmo, con miedo, vivo y muerto, todo al mismo tiempo.
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